Espacio de opinión de La Palma Ahora
75 años de la liberación del campo de concentración y exterminio de Mauthausen-Gusen (5 mayo 1945 – 5 mayo 2020)
El 5 de mayo de 1945, a eso de las 9’30 horas, un rugido fue creciendo en medio del silencio alimentado por la muerte. Era el motor de los tanques aliados que se acercaban al campo de concentración de Mauthausen (Austria). El infierno apagaba sus llamas. Como en el momento de la liberación del resto de los campos de exterminio nazis, los presos de Mauthausen experimentaron una extraña sensación de irrealidad. La muerte, sin embargo, continuó acechando a los maltrechos cuerpos castigados por la inanición, el trabajo extenuante y las enfermedades. Muchos morirían en los días siguientes a la liberación.
Los días previos algo intangible se advertía entre los muros de Mauthausen. Los rumores entre los presos, el comportamiento de los guardias, el sonido de las bombas, cada vez más cercanas… Para los que seguíamos vivos, el tiempo fluía lentamente, con un sordo y constante rumor de bombas que cada vez se oían más cerca (…) los pocos soldados que quedaban ya, ante la falta de alimentos, decidieron matar dos caballos, cuyos cuerpos inertes depositaron no muy lejos de donde se amontonaban los cadáveres de nuestros compañeros. Fue horrendo observar cómo aquellos animales fueron devorados a mordiscos por hombres, en aquel momento convertidos por el hambre en verdaderas fieras. Aquel pavoroso espectáculo, indescriptible por su dureza, ha despertado tan nítido en mi memoria que me parece estar viéndolo de nuevo, apoyado en el muro de mi barraca, hastiado de tanta crueldad y con un inmenso sentimiento de tristeza. Cuántas cosas terribles tuve que presenciar y cuántas cosas, aun queriendo, no he podido olvidar. (Mauthausen, memorias de Alfonso Maeso, editorial CRÍTICA, mayo 2016, páginas 109 a 111).
Mauthausen fue solo uno de los incontables campos de exterminio con los que el nacionalsocialismo sembró Europa durante la II Guerra Mundial. Millones de personas padecieron el horror del fanatismo y el adoctrinamiento. Nunca en la historia de la humanidad se produjo una industrialización de la muerte como en aquellos años. El Holocausto o Shoah, términos que se utilizaron por primera vez para hacer referencia al exterminio planificado de los judíos de Europa, fue solo el motor de arranque para un asesinato masivo de quienes, simplemente, pensaban diferente. Judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, socialdemócratas… todos aquellos que no comulgaran con las ideas nacionalsocialistas fueron objetivo y víctimas del fanatismo nazi. Entre ellos muchos españoles. Y entre aquellos españoles medio centenar de canarios de islas como Lanzarote, Gran Canaria, La Gomera, Tenerife o La Palma.
El campo de concentración y exterminio de Mauthausen se conocería por el trabajo en su cantera de granito y aquella escalera mortal de 186 escalones que condenó a la muerte a quienes allí fueron destinados a un trabajo esclavo. Se calcula que una persona requería de unas tres mil calorías diarias para soportar semejante esfuerzo. Los presos apenas recibían mil calorías a las que se acompañaban con malos tratos, torturas y humillaciones constantes. Muchos no lograron soportarlo y murieron o se suicidaron.
“Este es un recuerdo nada agradable y que no puedo olvidar, pues allí trabajé desde principios de 1941 hasta mediados de 1943. (…) Cuando empecé a trabajar había mucha nieve. (…) Hasta en los periódicos, revistas y folletos que se publicaron sobre el campo de Mauthausen después de la liberación se habló de la famosa escalera de 186 peldaños. Cuántos garrotazos se pegaron allí…Había que subirla deprisa, y deprisa. Los judíos, que tenían que hacerlo cargando las piedras, temían a estas escaleras como a la muerte. Los terribles gritos acompañados de golpes y patadas, las piedras que se caían y herían a otros, las cholas sin dueño salpicadas por todos lados, hombres agotados que se sentaban en los escalones sin fuerzas, sangrando, llorando…Formaban un infierno, en aquellos días que nadie podrá olvidar y de los que fui testigo involuntario. (…) El grupo de 350 judíos que subía las piedras por la escalera iba disminuyendo cada día, pues si al principio lo sufrían aún con algunas energías, pronto fueron desfalleciendo. Sin comer, ni beber y tan destrozados…, empezaron a caer enfermos y no pocos aparecían muertos en la cama por la mañana. (Testimonio de Nacianceno Mata ‘Memorias de un superviviente del holocausto nazi’, editado por Gobierno de Canarias y Cabildo de La Palma. Febrero 2006. Páginas 102 y 107 a 110).
El 28 de marzo de 2020 fallecía Aralda Rodríguez, adalid de la recuperación de la Memoria Histórica en la isla de La Palma. Su trabajo incansable por recuperar los restos de su padre generó un movimiento que no ha cesado a día de hoy. A ella se suman los trabajos publicados por Salvador González Vázquez (‘Los alzados de La Palma’, editorial Lecanarien Ediciones. 2013). Esfuerzos por recuperar capítulos de nuestra historia que han ido cayendo en el olvido. Historias de personas de nuestra tierra que, tras el final de la Guerra Civil, se vieron obligadas a huir y esconderse en los montes de la isla. Ayudados por vecinos y familiares, algunos lograron sobrevivir. No todos. Pero hubo otros a los que no se les denominó ‘alzados’ y cuyo recuerdo se ha ido evaporando. Palmeros que no tuvieron una Caldera en la que refugiarse ni montes en los que esconderse. Lejos de familiares o amigos que, arriesgando también sus vidas, les acercaran sustento y consuelo. Fueron canarios, entre ellos nueve palmeros, que combatieron en territorio peninsular. Como muchos otros españoles su única posibilidad de sobrevivir a las represalias pasó por cruzar la frontera con Francia. Luego llegaría la invasión del país galo por las tropas nazis. Muchos de ellos se unieron a la resistencia, fueron capturados y enviados al campo de concentración de Mauthausen.
Solo dos de los nueve palmeros sobrevivieron. El resto murió víctima de los malos tratos y las terribles condiciones del campo. Nacianceno Mata, Orencio Mata, Francisco Afonso, Aniceto Duque, Domingo Enríquez, Fulgencio Lorenzo, Fidel Reyes, José Rodríguez, Juan Pérez… son algunos de sus nombres de entre otros canarios que también padecieron el infierno en la Tierra.
Ahora, 75 años después de la liberación del campo de Mauthausen, es momento de volver a recordarlos. Sin embargo, la extraordinaria situación de Alarma derivada de la crisis sanitaria internacional, ha impedido hacerlo como se merecen y como estaba previsto. Pero el sufrimiento que padecieron lo requiere. Y la memoria es el ejercicio que nos corresponde a las generaciones que hoy debemos recoger el testigo de quienes sobrevivieron para dejar testimonio “porque nadie lo creería”.
Hoy, setenta y cinco años después, vuelven a escucharse algunos discursos que se parecen mucho a los que dieron origen a la mayor barbarie cometida por seres humanos contra otros seres humanos. Sirvan estas líneas como un discreto recuerdo a la memoria de esos canarios que padecieron uno de los mayores horrores de los que ha sido capaz el ser humano. Poco importa su ideología, condición o credo. Ninguna razón justifica el sufrimiento del que fueron víctimas por el solo hecho de ser o pensar de manera diferente. El autoritarismo, la identidad, la bandera, la raza o la religión son los argumentos que, todavía hoy, setenta y cinco años después, siguen siendo utilizados para construir discursos que solo conducen al odio. La Historia nos avisa. Hoy, en su memoria, tenemos la oportunidad de recoger el testigo, recordarlos para no olvidar su historia y que su sufrimiento no resulte en vano. “Ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder” (Primo Levi, superviviente de Auschwitz).
(Nota: la exposición en memoria de los canarios de Mauthausen, prevista para este 5 de mayo, ha sido suspendida a la espera de determinar su viabilidad en una fecha adecuada. El libro, a cargo de LeCanarien Ediciones, se encuentra también a la espera de que la situación permita su publicación).
En memoria de los canarios de Mauthausen-Gusen (1945-2020)
Texto y fotografías: Eduardo Cabrera
El 5 de mayo de 1945, a eso de las 9’30 horas, un rugido fue creciendo en medio del silencio alimentado por la muerte. Era el motor de los tanques aliados que se acercaban al campo de concentración de Mauthausen (Austria). El infierno apagaba sus llamas. Como en el momento de la liberación del resto de los campos de exterminio nazis, los presos de Mauthausen experimentaron una extraña sensación de irrealidad. La muerte, sin embargo, continuó acechando a los maltrechos cuerpos castigados por la inanición, el trabajo extenuante y las enfermedades. Muchos morirían en los días siguientes a la liberación.