Espacio de opinión de La Palma Ahora
Me llamo Matilde y tengo 30 años
Esta semana que termina, en unas dependencias públicas administrativas, a las que acudí para realizar una serie de gestiones, coincidí en el estrecho espacio de un ascensor con dos personas, una de ellas, una señora ya octogenaria, y la otra, mucho más joven y vestida con uniforme blanco, que la acompañaba. Ésta última me preguntó, enseñándome unos papeles, alguna duda sobre dónde debía ir, y tras contestarle, le pregunté a la señora mayor cómo se llamaba, y con seriedad, me respondió: “Me llamo Matilde y tengo treinta años”. La acompañante, a continuación, reseñó que es que habían ido a comprar gofio pero que no “les quedaba”, por lo que debían ir a otra tienda, conversación que siguió Doña Matilde con normalidad.
Desde hace años, desde numerosos ámbitos relacionados con el Alzheimer, se venía demandando la existencia de una estrategia específica para esta enfermedad y otras de carácter neurodegenerativo, que alcanza a más de 600.000 pacientes en España, cifra a la que debe sumarse un alto número de enfermos que aún no están diagnosticados, y que se calcula en unos 250.000. En Canarias, se estima que alrededor de 25.000 personas sufren algún tipo de demencia y que de ellos, las dos terceras partes padecen Alzheimer.
Las previsiones realizadas por los especialistas reseñan que, además, en sociedades como la nuestra, en la que existe un envejecimiento progresivo de la población, el número de pacientes en un periodo de 30 años puede duplicarse y cuadruplicarse en 50 años.
Conscientes de esta realidad, en el último pleno del Senado, el Grupo Popular presentó una moción, aprobada con el apoyo de todos los grupos políticos, planteando al Gobierno la necesidad de llevar a cabo, en el seno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, una Estrategia sobre Enfermedades Neurodegenerativas, con especial atención al Alzhéimer, y con la suficiente dotación económica, sin perjuicio de las competencias que en este ámbito corresponden a las Comunidades Autónomas.
Y, ¿qué persigue esta estrategia? Fundamentalmente, corregir las deficiencias que se observan hoy en día en el tratamiento integral de unos pacientes y sus familias, no suficientemente reflejados y, por consiguiente, no apoyados de forma eficaz por el marco actual de la dependencia así como, terminar con la descoordinación que, con carácter general, existe hasta ahora en el tratamiento.
Y, ¿cómo se lograría esa integración? La manera exige múltiples actuaciones, entre las que entendemos como necesaria, la creación, como existe en algunos países de nuestro entorno, de un modelo uniforme de prestación, de coordinación de servicios sanitarios y sociales básicos a la hora de atender a personas con demencias, y donde deben ocupar un lugar fundamental, con necesario reconocimiento y apoyo el entorno del enfermo: las familias y cuidadores/as.
Este fin no se lograría sin la necesaria coordinación entre las diferentes Comunidades Autónomas, profesionales y asociaciones de familiares de pacientes, por lo que nuestro grupo ha defendido que “debe existir un órgano de participación que defina dicha estrategia y aglutine a todos los organismos implicados, públicos y privados, con el fin de coordinar una actuación conjunta que sirva de base para todo el territorio nacional, independientemente de donde resida la persona afectada de esta patología y su familia”.
Lo que es evidente es que queda mucho por avanzar, en insistir en la importancia de la detección precoz, en apoyar la investigación que lleve a conocer el origen de la demencia y de sus diferentes tipos, a saber los entresijos, el porqué de una enfermedad que se empeña en expulsar del paraíso a los recuerdos (a diferencia de lo que pensaba Jean Paul), y que hace que estos pacientes se desprendan de lo que Borges definía como nuestro “ser”, la memoria, “quimérico museo de formas inconstantes”.
Queda mucho por andar, en esa fusión deseada y completa entre el ámbito sanitario y el social, donde, no sólo el enfermo tenga una atención integral, a través de los excelentes profesionales que hoy en día se desviven por cada uno de los pacientes, y en el que la familia, la persona cuidadora, se encuentre suficientemente apoyado en esa ardua labor que les consume las 24 horas del día.
Una ardua tarea, sí, pero lo que está claro es que el esfuerzo conjunto es fundamental para una mejora que no puede esperar más y que se nos exige como absolutamente necesaria y merecida.
Esta semana que termina, en unas dependencias públicas administrativas, a las que acudí para realizar una serie de gestiones, coincidí en el estrecho espacio de un ascensor con dos personas, una de ellas, una señora ya octogenaria, y la otra, mucho más joven y vestida con uniforme blanco, que la acompañaba. Ésta última me preguntó, enseñándome unos papeles, alguna duda sobre dónde debía ir, y tras contestarle, le pregunté a la señora mayor cómo se llamaba, y con seriedad, me respondió: “Me llamo Matilde y tengo treinta años”. La acompañante, a continuación, reseñó que es que habían ido a comprar gofio pero que no “les quedaba”, por lo que debían ir a otra tienda, conversación que siguió Doña Matilde con normalidad.
Desde hace años, desde numerosos ámbitos relacionados con el Alzheimer, se venía demandando la existencia de una estrategia específica para esta enfermedad y otras de carácter neurodegenerativo, que alcanza a más de 600.000 pacientes en España, cifra a la que debe sumarse un alto número de enfermos que aún no están diagnosticados, y que se calcula en unos 250.000. En Canarias, se estima que alrededor de 25.000 personas sufren algún tipo de demencia y que de ellos, las dos terceras partes padecen Alzheimer.