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Los ojos amarillos de Isabel Rey

Queridos amigos:

Jorge Perdigón y Dulce me han invitado a la entrevista que Anelio le hizo a Isabel Rey en la Sala Centro. No sabía que encima de la Farmacia del Centro, o la de Don Blas, como se le llamaba antes, hoy de Isabel Belloso, existía un salón de actos, al que os animo a visitar, a dejar los ojos un rato en el techo. En la entrada del edificio, en la calle Real, Jorge me presenta a Isabel. Isabel va en ropa deportiva, dista, solo por el peinado y el atuendo, un poco de la foto que había visto en La Palma Ahora. Sonríe mucho, habla tanto como sonríe. Mi padre es gallego, de La Coruña, mi madre es de Alcoy, un pueblito de Alicante, pero yo me crié en Valencia, allí se vivía para dentro de la casa, sin apenas relacionarte con los demás, hasta que me vine a Gran Canaria, donde empecé a vivir hacia fuera.

En el salón de actos, Isabel toma el micro con su mano derecha, no lo deja en el pedestal sobre la mesa, no lo suelta en todo el tiempo que estuvimos reunidos ( creo que ha sido, de las de Acapo, la entrevista más larga de Anelio ), y nos dice nada más comenzar, sonriendo: “Quiero hablar, quiero hablar, me gusta tanto hablar como cantar ”. Su hablar es un canto. Ella lo supo a partir de un día, que quería ser cantante de ópera, ella lo supo siempre, desde que peinaba a las muñecas cantando, o jugando en su casa, no hay un antes en el que no sabías, ni un después en el que ya sabes, no hay una revelación, hay un siempre, desde siempre ella y su familia supieron que la niña sería cantante de ópera, por eso no la dejaban coger corriente, se la abrigaba, no le permitían tomar cosas frías. Con su voz se mece su sonrisa, sus manos. Insiste en que se canta cuando se está alegre, que es imposible hacerlo cuando se está triste. Cuando eres joven cantas, cantas todo, sin saber cómo lo haces, cuando te vas haciendo mayor tienes que aprender técnicas para recuperar aquello que hacías sin pensar en cómo lo hacías, tienes que aprender, por ejemplo, que la cabeza está llena de huecos, y que con esos huecos también se canta. Nos dice que un cantante es como un corredor. Distingue entre cantante y artista. Está en contra de que la ópera se haya cinematografiado, los castings actuales no se hacen con voces, se hacen con fotos ¡Qué locura!, dice, al mismo tiempo, que la ópera ha de volver a ser lo que fue. Para mí, todas estas cosas de las que nos habla Isabel son un bendito misterio ¡Cada vez encuentro más misterios en esta vida! Anelio cierra el turno de la entrevista y abre el de las preguntas. Con el micrófono, que no desempuñó en ningún momento, con su misma sonrisa e impaciente alegría: “Sí, sí, todo tipo de preguntas, hasta personales, y que me pregunten sobre todo los jóvenes”. Nos comenta luego: “Si mi padre hubiera sabido de las ausencias de casa que lleva la vida de una cantante de ópera, no la hubiera querido para mí”.

La Isabel del Teatro Circo de Marte, al día siguiente, sí es, toda ella, la de la foto del diario. Nos cantó veintitrés canciones, más tres de propina. Entre ellas, tres, de tres poemas suyos (la tarde anterior nos había comentado que escribía poemas) compuestos por Antonio García Abril; otros tres del mismo compositor, y Polenc, Dvorak, Brahms, Mendelsons, Mahler, Schömberg, Joseps Marx y Straus. El Teatro Circo de Marte aplaudió canción a canción. El Circo se levantó en las cuatro últimas canciones. Isabel es cantante, artista y actriz.

Cuando, después de la actuación, me acerqué a saludar a Isabel, al entrar en Las Cosas Buenas de Miguel, no me reconoció a la primera. Creo que fue porque no llevaba puesto el sombrero.

- Nos presentó Jorge ayer, antes de la entrevista.

- Ah, sí, sí, Miguel.

Mientras le iba enseñando la tienda, hablando de su afición, el submarinismo de botellas, le comenté que no la conocía de ninguna referencia, ( mi cultura musical es muy exigua , estoy todo el día escuchando música, pero nada más), salvo la del concierto y lo que me había hablado Jorge, pero que esperaba mucho de ella, y que me había sorprendido con mucho más, con sus ojos amarillos, que me los esperaba azules, con su raudal de alegría, y con su arte que no había visto ni escuchado.

- ¿Te diste cuenta de los ojos amarillos? , Miguel. De eso no se dan cuenta muchos hombres. Tengo algunos amigos que me llaman así, ‘Ojos Amarillos’.

- Sí, ayer, cuando nos presentó Jorge. Tengo varias amigas con los ojos amarillos, y las llamo también ‘Ojos Amarillos’ ¡Qué casualidad! A ti te llamaré igual.

Isabel había llegado muy contenta del Circo de Marte, tanto del recinto como del público, que la recibió, acogió y despidió con mucho cariño, como ese público bien entendido sabe, cada vez, mejor hacer.

- Miguel, tengo una foto como esa que tú tienes en la pared, la de un hombre abrazando a un árbol pintado de azul.

- Es mi amigo Arturo Méndez, mi hermano del alma, abrazando un árbol pintado de azul por Agustín Ibarrola en el bosque de Oma. Si te gustan los árboles, después te voy a dar una sorpresa.

- Sí, me gusta abrazarlos.

- Hay muchas culturas, hay chamanes, que saben recibir, de ellos, su energía y sabiduría

Creo que he conocido, gracias a la labor de Jorge y Dulce, como unos cuarenta músicos, si no han sido más, de los que vienen a los conciertos de Acapo. Todos, cuando llegan a Las Cosas Buenas, transmiten la misma impresión del Teatro y del público. Pero a ninguno le he visto hacer lo que hizo Isabel, cogió su instrumento, su voz, y cantó algo del Salve Regina Act lll de Poulenc.

- Miguel, ¿tú tienes este disco para escucharlo?

- No, Isabel, pero tengo un genio, un mago, al que se lo podemos pedir, pero ya tú sabes, a los genios, a los magos, hay que saberles pedir las cosas, porque si no, no se sabe lo que nos pueden dar. Vente conmigo al ordenador, y pídeselo tú.

Isabel es golosa, le gustaron los almendrados de Mayte, receta de los ‘padres’ del Restaurante Las Brisas.

- ¿Te quieres llevar almendrados a Gran Canaria?

- Miguel, si me los llevo, caen.

- Eso es lo que quiero yo, que caigan.

Con los postres, le doy la sorpresa de la que le hablé cuando comentamos lo de los árboles, un libro del noventa y seis, editado por la Editorial Integral, ‘La Magia de Los Árboles’. El libro tiene trescientas páginas, las pasó una por una, los demás amigos ya se estaban levantando, algunos tenían que madrugar, eran las dos.

- Miguel, el árbol mío es el último que sale. Creí que no iba a estar.

- ¿Cuál es tu árbol?

- El haya

- ¿De qué color es el haya?

- El haya es amarillo, dorado, verde, miel....Cambia.

- Entonces, Isabel, es del color de tus ojos.

Hablamos de su gran atracción por los árboles grandes, que por Europa, o en Suiza, podías, al doblar cualquier esquina de una ciudad, encontrarte con árboles monumentales, como las Hayas, por ejemplo.

- Una de las tres propinas que nos cantaste, creo que la última, era dedicada a un sauce y una rosa, ¿no?

- Si, yo he llorado con esa canción.

Nos despedimos de tres maneras, a la tibetana, ella no conocía esa forma, chocando la frente (¡Miguel, esto es como se le hace a los bebes!), a la manera de Las Cosas Buenas de Miguel (por el lado del corazón), y a la manera de los árboles.

Isabel Rey, Ojos Amarillos, El Haya, que cantas como los árboles, como las sirenas, como los ángeles, espero que la alegría que te trajo, te haga volver.

Abrazos por el lado del corazón. Salud y alegría interior

Las Cosas Buenas de Miguel

Queridos amigos:

Jorge Perdigón y Dulce me han invitado a la entrevista que Anelio le hizo a Isabel Rey en la Sala Centro. No sabía que encima de la Farmacia del Centro, o la de Don Blas, como se le llamaba antes, hoy de Isabel Belloso, existía un salón de actos, al que os animo a visitar, a dejar los ojos un rato en el techo. En la entrada del edificio, en la calle Real, Jorge me presenta a Isabel. Isabel va en ropa deportiva, dista, solo por el peinado y el atuendo, un poco de la foto que había visto en La Palma Ahora. Sonríe mucho, habla tanto como sonríe. Mi padre es gallego, de La Coruña, mi madre es de Alcoy, un pueblito de Alicante, pero yo me crié en Valencia, allí se vivía para dentro de la casa, sin apenas relacionarte con los demás, hasta que me vine a Gran Canaria, donde empecé a vivir hacia fuera.