Mi amigo Andrés Rubio escribió un libro titulado “La España fea”. Vino a La Palma y dio una conferencia espléndida en el colegio de arquitectos sobre el tema. En aquel libro y en aquella charla se hablaba de los disparates que se han hecho en nuestro país con la construcción de determinados edificios que malogran la armonía y la belleza de nuestras ciudades. Paseó por la isla y vio algunos desastres cometidos a la orilla del mar y dentro de las ciudades y pueblos que visitó. Se alegró de ver que en Santa Cruz de La Palma había cierto desorden en algunas zonas debido a la construcción de inmuebles que tapaban la vista de lugares y edificios muy hermosos, pero que aún quedaban rincones llenos de armonía dentro del medio en que se situaban. Nos felicitamos por ello y por saber que aquellos errores de los años 70 y 80 no volverían a repetirse.
¡Qué falsa ilusión! El ser humano es capaz de cometer los mismos errores una y mil veces. Somos capaces de derruir un edificio histórico para levantar un hotel plagado de habitaciones con toldos multicolores y luces de feria; somos capaces de volver a construir un segundo cabildo insular exactamente igual e incluso más grande que el que ya preside la entrada a la ciudad por la avenida marítima; nos alegramos de romper paredes y caminos para construir autopistas infinitas sin mirar alrededor y ver cómo en esa carretera nos llevamos por delante casas “de toda la vida” expresión correcta en la que caben los recuerdos de la infancia y la vida de los que ya no están.
Caen casas que daban cierta alegría a los ciudadanos; lugares donde la nostalgia reconocía viejos paseos de la mano de un novio tardío o prematuro; lugares con memoria cargados de añoranza y de frescura. Pero un día aparece esa casa derruida sin remedio y paso a paso. Primero cierran sus ventanas, luego ciegan las puertas y a las pocas semanas tiran las paredes, el tejado y los muros que la hacían impenetrable y en su lugar aparece un cuadrado de arena y cemento armado y aquella casita que nos parecía puesta allí desde siempre, amanece convertida en una caja de color gris donde irán a morir nuestros sueños de juventud.
No hablo de arquitectura ni reclamo la vuelta al pasado y a nuestras nostalgias. Solamente pido un poco de amor a lo nuestro señalando como “nuestro” a todo aquello que formaba parte de la memoria personal o colectiva. Hablo del patrimonio arquitectónico, por ejemplo. Hablo de ofensa al medio ambiente cuando en vez de restaurar lo que encierra algo del pasado, se decide tirarlo al suelo para crear en su lugar una edificación que afea el lugar o lo envilece o lo destruye. Hablo de esa casita que existía cerca del Cabildo rodeada de árboles y flores y niños gritando en el parque que hay al lado. Y me pregunto: ¿si ese edificio les parecía poco oportuno en ese lugar, por qué no tiraron el Cabildo primero cuando todos sabemos que es un adefesio inadecuado en el lugar en el que se asienta? ¿Por qué no arreglan y restauran las casas de siglos pasados en lugar de dejarlas caer comidas por la humedad y las ratas? ¿Por qué no se dedican los que diseñan la ciudad a fortalecer la historia de Santa Cruz de La Palma que ha sido siempre señalada por artistas y creadores como un modelo de paisaje urbano que hace sonreír a cualquiera que pasea por sus calles en lugar de maltratarla?
Probablemente me digan que eso ha sido un regalo de Puertos del Estado para beneficio de la ciudad como siempre, y, como siempre, haciéndonos “regalos” envenenados como esa plataforma de cemento en el muelle para llenarla de contenedores quitándonos la playa y convirtiendo el lugar en un parque temático que les conviene a ellos más que a nosotros. Ahora nos hacen este regalito que, francamente, no creo que nos sirva de mucho ni de nada. Que la casa estaba en mal estado, que tenía aluminosis, que eso ha sido una mejora para la capital, que allí van a instalar un museo sobre La Bajada de la Virgen, etcétera, etcétera, etcétera. En resumen, que podían haberse ahorrado su actuación tranquilamente y si la casa estaba en tan mal estado pues, sencillamente, se tira, y en su lugar se plantan árboles o flores; y si la casa estaba realmente en mal estado, pues se derrumba y se nos explica, pero no se levanta ese mamotreto en un lugar tan especial como es la entrada a nuestra ciudad.
Eso es lo que pensamos muchos habitantes de esta isla y yo me atrevo a señalar con todo el pesar de mi alma al ver cómo me van arrebatando la memoria.
Elsa López. 5 de octubre 2024