Túmbate conmigo al sol en El Retiro cuando eche de menos mi isla y llévame a ese río lejano. Convénceme de que es el mar.
Háblame de la pesadilla de tus ruidos y te seguiré con tu falta de horarios, tu vida tan corta y la inexistencia de las rutinas.
Haz de cada lugar mi casa cuando te recorro entera, pero sigue cambiando de música cuando giramos de calle.
Nunca dejes de buscarme en un concierto y vuelve...
Vuelve a Libertad 8 y recita poemas hasta que el día nos asuste.
Corramos al primer bar, siempre tan distinto al de ayer, mientras sonríen los vecinos.
A mitad de texto, aún no te he dicho que me pareces diverso e irremediablemente único. Ya ves, me muevo entre paradojas como tú, que eres tan distinto al resto. Tan respeto.
Prométeme que mañana volveremos a dormir en los balcones estrechos o en una esquina cuando amanecemos.
Me aseguraste que cada semana las personas eran nuevas, disfrazadas de días eternos y noches rápidas, con sus rarezas y sus desnudos. Y acertaste.
Siempre aciertas.
Pero no te percataste cómo ven mis ojos a tus paisajes.
Lo que quiero decirte es que sé que no eres una persona, Madrid.
Pero creo que me gustas.