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Te miraré en los ojos que con amor te miren

Existe un día feliz en el que logro escribir algo y en ese momento me acerco de alguna manera al lugar donde he imaginado a Luis, ya sea en el beso de mi abuela o cuando lo veo sentado en su sillón creyendo y afianzando un mundo bueno. O cuando logro ver una mariposa volar y disfruto con la fábula de que puede ser él. O en la música de sus manos sobre el piano y la palabra que logra ser lágrima en la certeza de una mirada con otra antes del abrazo. O cómo perder maravillosamente el tiempo que nunca fue. O finalmente, la creencia en el amor porque jamás voy a saber lo que es.

Entonces le he escrito esta carta, como tantas otras en las que fantaseábamos con la suelta de la utopía como palomas.

Necesito observar todo el tiempo que la vida es algo que se nos ha dado, bien sea desde algún dios o desde algún proceso natural de coincidencias. Y sé que he escrito demasiadas veces que de lo posible se sabe demasiado, y que prefiero creer en lo que no lo es. Pero quiero sentir, al menos en un segundo, que puedo tocar algo que consideramos inalcanzable. Creo en el soñador y la soñadora que alientan a un mundo mejorable, sin destruir a nadie ni nada de lo que hemos hecho hasta ahora. Creo en el ser primitivo que cuida la tierra que pisa, y construye para el otro. Y creo que en el lado bueno de la vida hay un espacio en el que cabemos todas. Y que jamás empuñaré un arma para odiar al que no piense de este modo. Ni pretendo hacer creer a nadie que la única manera es esta. Es una más, entre tantas que hacemos y que no se ven porque hemos sufrido demasiado y no hemos comprendido que ese dolor forma parte y nos hemos hundido en la herida en vez de recordarla.

Ahora que llega la navidad, y no todo el mundo puede ser feliz, afianzo aún más la creencia en la bondad de las personas. Y me duele demasiado pensar que muchas veces no lo he sido. Queremos construir tantas cosas difíciles que hemos olvidado lo esencial. El respeto a nuestra razón de ser natural. No creo que debamos reconstruirnos en nada, ni que tampoco debamos observarnos en un espejo para ver todas las cosas malas e idealizar lo que cada uno considere bueno. Prefiero que nos abramos el pecho y que duela hasta encontrar lugar dentro.

Entonces existe un día feliz en el que la mariposa en la que veo a mi abuelo empieza a revolotear de un lado para otro y me hace creer que no se acabó el amor sino la prisa.

Luis responde desde el vuelo. Y no sé cómo, y la vida en que ahora estamos también consiste en no saber los cómo, pero sí sé que te estaré mirando. Te seguiré mirando cuando este cuerpo falte. Más fuerte que el deseo de vivir es la necesidad de verte, ¡oh fría lejanía de los cuerpos cercanos que no vemos! No sé cómo. Mas sé que he sido. Tan débilmente sido el leve intento cuanto fuerte el deseo, y que lo sido devendrá amor vidente, siempre y próximo. Consistido en amor únicamente, entonces, ese entonces que debemos mirar serena y dulcemente.

Existe un día feliz en el que logro escribir algo y en ese momento me acerco de alguna manera al lugar donde he imaginado a Luis, ya sea en el beso de mi abuela o cuando lo veo sentado en su sillón creyendo y afianzando un mundo bueno. O cuando logro ver una mariposa volar y disfruto con la fábula de que puede ser él. O en la música de sus manos sobre el piano y la palabra que logra ser lágrima en la certeza de una mirada con otra antes del abrazo. O cómo perder maravillosamente el tiempo que nunca fue. O finalmente, la creencia en el amor porque jamás voy a saber lo que es.

Entonces le he escrito esta carta, como tantas otras en las que fantaseábamos con la suelta de la utopía como palomas.