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Nadando o a pie

Constantine, desde la escalerilla del Plus Ultra, logró, con sus certeras palabras, que el muelle entero pasase de la histeria, el pánico, por la posible desaparición, crimen, de Las Gemelas, al éxtasis, cuando apareció el Primer Oficial con ellas dispuestas a bajar al muelle.

A Miguel El Maletero, al lado de su rubia y enjoyada esposa, una especie de Doris Day, se le pusieron los ojos aguados, aunque él era un hombre de alpargatas limpísimas, peinado con fijador, y rudo, una especie de Rock Hudson pero en bruto. El Maletero vivía en una casa cerca de la de Constantine. Lo conocía desde niño. Había ido varias veces corriendo a la farmacia para traerle algún medicamento urgente, y lo había acarreado varias veces en brazos al despacho de Agustín Amaro en la calle Garachico para que lo curase. Miguel pensó, viendo aquella escena en la escalerilla del Plus Ultra, con lágrimas en los ojos, que Constantine, en cualquier momento empezaría a obrar milagros.

El Primer Oficial le pidió a Constantine que fuese a tomar un café con él, en el bar del barco. Constantine le respondió que sí, pero que solo tenía unos minutos, porque Gunther lo estaba esperando en El Quitapenas. Cuando el café estuvo servido le preguntó por cómo supo deducir que Las Gemelas estaban en el camarote con él. Constantine le dijo que eso era una historia muy larga y que ese día no se la podía contar, pero que cuando acabase unas cosas que tenía entre manos, iría a Tenerife, y podía estar la noche entera de la navegación hablando en el barco de todo lo que El Primer Oficial quisiera. Constantine se dio cuenta de que desde donde estaban tomando el café se veía, a través del ojo de buey, La Portada, y el sitio desde el que de niño cayó en su bicicleta. Se lo señaló al Primer Oficial diciéndole que aquel era el lugar en donde habían comenzado sus dones.

En el muelle se plantearon dos maneras para ir a Casa Katia a desayunar, nadando o a pie. Las Gabachas quisieron hacerlo nadando hasta la playa del Túnel, entraron en las guaguas que se habían alquilado para poderse mover en la Isla, se pusieron sus bikinis de París y caminaron hacia la Segunda Meseta, desde donde, unas de cabeza y otras a pies juntos, tapándose la nariz con sus dedos, se tiraron al mar y comenzaron su travesía a nado, un tramo algo más corto que el que Las Cinco hicieron la madrugada anterior. Maguisa, La Mistola y La Hermana de La Rubia Estanquera querían disfrutar del interés que Billy Wilder y Fellini tenían por la historia de Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, decidieron ir caminando con ellos, Irma y Néstor, en un lento y dulce paseo.

En Casa Katia se pusieron unas mesas fuera. Mikell Norell había venido a echar una mano. Miguel tenía el Cava Integral Brut Nature de Llopart bien frío; solo se iba a beber Cava. Manolo, que no había dormido, por estarle preparando los puros a Dalí, y marquesotes para la ocasión, ya llevaba horas en la cocina, porque decía que en vez de un desayuno, lo que había que preparar era un Brunch completo, un desayuno largo que se prolongase hasta la tarde, porque para iniciarse en La Sexualidad Sagrada hay que estar bien alimentado. Nadie le llevó la contraria. Empezar con zumos y frutas, seguir con camarones y chayotas rellenas con bonito, y para concluir cocido madrileño con albóndigas de carne. El postre ya os lo dije, marquesotes de Manolo.

Llegaron casi al mismo tiempo los dos grupos, los que optaron por la vía del desembarco marino y los que lo hicieron por la terrestre. Katia le había dado a Las Meretrices la noche anterior libre para que viniesen a atender las mesas al día siguiente. Se había llegado al acuerdo de que ellas llevasen el servicio. Nada más llegar los dos grupos El Llopart empezó a correr. Miguel había exagerado las existencias con el fin de no tener que ir a buscar algunas cajas más. Empezaron a tomar El Integral de pie, hasta que Las Gabachas, que habían ido nadando, estuvieron arregladas.

Billy Wilder, Fellini, Shirley Maclaine y Jack Lemmon, querían saber más de la vida de Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, contada por ellos mismos. Se sentaron en la mesa juntos, y con ellos Gunther y Constantine, que acababan de llegar, regresaban de haber llevado a la familia del Ángel Pelirrojo a su casa blanca y azul de la calle Drago.

Las Meretrices preguntaron a La Mistola, Maguisa y La Hermana de La Rubia Estanquera, qué era aquello de lo que tanto se estaba hablando allí: La Sexualidad Sagrada, que no lo entendían, porque a ellas siempre les habían dicho que la sexualidad era pecado y cosas del diablo, que por eso ellas mismas ya estaban condenadas, a su pesar. Les contestaron hasta donde ellas sabían y pudieron hacerlo, pues habían tenido una preiniciación la madrugada anterior. Volvieron a preguntarles que si ellas se podían iniciar también, porque esa sensación de pecado no les gustaba. Les respondieron que eso lo tenían que hablar con El Chivato Tántrico, Ninnette y Lissette, y que desde que pudiesen se lo comentarían para que en cualquier momento del día hablasen con ellas.

Miguel, aun habiendo sido exagerado en sus previsiones sobre el consumo del Integral de Llopart, se quedó corto. Tuvo que ir a Las Cosas Buenas a por más. En el trayecto vio cómo el taxista repugnante salía de la casa azul y blanca de Sigrid haciendo gestos de restregarse la boca y abrocharse la bragueta. Miguel no pudo contener el vómito.

Constantine, desde la escalerilla del Plus Ultra, logró, con sus certeras palabras, que el muelle entero pasase de la histeria, el pánico, por la posible desaparición, crimen, de Las Gemelas, al éxtasis, cuando apareció el Primer Oficial con ellas dispuestas a bajar al muelle.

A Miguel El Maletero, al lado de su rubia y enjoyada esposa, una especie de Doris Day, se le pusieron los ojos aguados, aunque él era un hombre de alpargatas limpísimas, peinado con fijador, y rudo, una especie de Rock Hudson pero en bruto. El Maletero vivía en una casa cerca de la de Constantine. Lo conocía desde niño. Había ido varias veces corriendo a la farmacia para traerle algún medicamento urgente, y lo había acarreado varias veces en brazos al despacho de Agustín Amaro en la calle Garachico para que lo curase. Miguel pensó, viendo aquella escena en la escalerilla del Plus Ultra, con lágrimas en los ojos, que Constantine, en cualquier momento empezaría a obrar milagros.