Esos niños sí existen

Santa Cruz de La Palma —

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Sólo por llevar la contraria a Carmen del Puerto Varela he titulado así esta presentación (que ha tenido lugar este miércoles en la Real Sociedad Cosmológica de Santa Cruz de La Palma) de su libro Estos niños no existen. Que quiera ella o no lo quiera, sí que existen desde el momento que los retrata y cuenta y da sus nombres para que nosotros podamos leerlos y conocerlos. Carmen no sabe que un lector cuando se enfrenta a una historia la vive de forma diferente a otro que está leyendo la misma historia. Cada lector es un mundo y cada escritor otro distinto. Yo leí el libro y vi niños reales, niños tristes, alegres, desamparados, solitarios, enfermos de soledad o de tristeza, niños perversos malogrados por una sociedad que los empuja al mal; niños inventados o eso cree ella, pero que son reales y los conocemos, los tratamos, los queremos y los olvidamos. Niños de la calle donde vives, niños de la puerta de al lado, niños que rozas con la mirada al pasar y al mirarlos ya sabes de dónde son y de qué casa o madre o vecindario llegan a ti. Niños que ella cree que imagina para darles la presencia necesaria y poder seguir sus pasos, pero que son tan reales como la autora que los retrata.

Conozco millones de niños que viven el desamparo, millones de niñas que juegan a perderse fuera de casa para no tener que regresar a ella y no tener que escuchar lo que dicen o hacen los mayores entre esas cuatro paredes; niños y niñas que huyen de gritos, palizas, miserias, hambre y bombas arrojadas contra sus cuerpos y sus almas. Niños que lloran abrazando sus restos quemados, niños naufragados en un mar inmenso en el que los mayores deciden hundir sus sueños para siempre. Niños, en fin, que no serán nunca por nuestra culpa. Carmen del Puerto ha inventado para nosotros la ilusión de que sí que están a nuestro lado creando un sueño de vida distinto para nosotros y para todos ellos. Cada cuento es una historia, una aventura, un discurso contra determinadas formas de comportamiento que los mayores hemos puesto en marcha empujados por la ira o por la ambición. Son niños que bien podrían hallarse estampados en nuestra mala conciencia de adultos indiferentes a la belleza o al horror de unas criaturas que nacen y crecen a nuestro alrededor. Criaturas que abandonamos en un desierto y muren de hambre y de sed; niños arrinconados en la ciudad sin alimentos ni sanidad ni escuelas a la medida de sus necesidades.

Sí. Esos niños existen, y se llaman Nassoumi, Oliver, Fátima, Sandrine, Daniel, Tobías… Nombres a nuestro alcance y a mano de nuestra malograda ternura. Cada uno de ellos tiene algo que contarnos, algo que debemos entender porque la autora de este libro no se limita a narrarnos una historia, ella intenta explicar algo sobre el mundo que nos rodea; hacernos entender lo que ocurre delante de nuestros ojos y a veces nos dejamos atrás o en el olvido que es peor. Ella nos presenta un amplio abanico de criaturas destronadas, como Guillermo, que es capaz de organizar las peores tretas para volver a ocupar el reino del que ha sido desposeído por un bebé llorón que ha ocupado el trono en las tetas de la madre; o como Emiliano que nos recuerda la barbarie del pasado y se asoma a nuestras páginas con la carita sonriente de un niño guerrillero y nos enseña el simbolismo de un violín como arma de guerra. “Se acabó la música”, dijo mi abuelo“, primeras palabras de este cuento estremecedor si adivinamos detrás de su rostro la tragedia de tantos niños condenados a sufrir el exterminio de terratenientes y compañías que les despojan de sus tierras; o quizá sintamos la vergüenza de Oliver al sentirse diferente y mostrarnos su mirada llena de secretos que intenta informarnos sobre determinadas conductas sexuales de los adultos que son secretos a voces; o los caminos de Lorraine, Margot y Amelie y todos los demás que aparecen dentro de unas páginas brillantes, sedosas, coloreadas artificialmente según reza en la portada ”Retratos sobre imágenes creadas con un programa de Inteligencia Artificial“ y que pese a mi reticencia hacia una inteligencia no humana y el miedo al mal uso que pueda hacerse con ella, declaro en este caso estar tan cerca de mi espíritu y ser tan útil y necesaria para llegar a entendernos y comprender, sobre todo comprender, a la infancia con sus necesidades y desafectos, sus desconsuelos y alegrías.

No me queda más que agradecer a la autora estas historias fabricadas para hacernos más libres y más generosos. Carmen del Puerto ha creado prototipos de niños que debemos abrazar en representación de otros que viven cerca de nosotros y no hemos sabido amar lo suficiente.

Elsa López

16 de octubre de 2024