Las celebraciones del Orgullo que, como casi todo, se han retomado completamente este año después de la pandemia, me parecen celebraciones curiosas y diferentes, pero sobre todo planificadas con inteligencia. Me explico. Empezaron en 1968 tras las represalias policiales en un grupo de bares gays de Nueva York. A finales de los años 60, el caldo de cultivo reivindicativo era generalizado en el primer mundo y eso tampoco dejó ajenos a un sector de la población reprimida y muy mal vista, la homosexual, que por entonces todavía no era un colectivo. Al año siguiente, en recuerdo de estas revueltas y de la represión, un grupo de gays salieron a la calle en Nueva York y Los Ángeles y llamaron a las manifestaciones: Orgullo.
Con ello lograron algo muy inteligente. Y es que, con llamarlo Orgullo, proclamaron que ser gay no era un agravio, una vergüenza o motivo para esconderse, sino simplemente una persona cuya sexualidad era suya y de nadie más. Le dieron la vuelta al sentimiento de culpa que se inculcaba (ojalá fuera todavía tiempo pasado) por ser homosexual y dieron en la diana en la denominación. El segundo golpe de genialidad ha sido convertir todo lo que va en torno al Orgullo en una fiesta. Al fin y al cabo “A quién le importa lo que yo haga, y a quién le importa lo que yo diga. Si soy así, así seguiré nunca cambiaré”. Y tanto es así, que cuando a un grupo de conservadores, mayoritariamente hombres heterosexuales, pero también a alguna Ayuso, les molesta las celebraciones del Orgullo, es que debe estar haciéndose bien. Así pues, a seguir con la fiesta, hasta que la fiesta no tenga que ser reivindicativa, sino simplemente fiesta, como otra cualquiera.
La cosa es que reconozco que a mí me da envidia el Orgullo. Me da un poco de mucha envidia porque las reivindicaciones feministas suelen ser más comedidas y más tristes, algo así como pidiendo perdón: recogida de firmas, manifiestos con poco ruido, manifestaciones a modo de funeral y mucha justificación y ataque en las redes. Como si unas mujeres se sintieran culpables de querer igualdad (¡qué cansino, oye!) y como si reclamarlo fuera motivo de descaro (¿cómo osas atreverte?). Me temo que, aunque el movimiento feminista tiene más recorrido que los movimientos LGTBi+, el feminismo no ha conseguido sacudirse la pena, la culpa y la disculpa. A veces, se tergiversa el término, en comparación con el Orgullo que queda claro.
Mea culpa. Culpa por ser mujeres y no dejar de serlo al ser madres. Culpa de trabajar fuera de casa y no tener la casa impoluta. El sentimiento de no llegar a la altura, de andar teniendo que demostrar algo, culpa por sentirnos inadecuadas en lo físico, en lo mental, en las habilidades. En el caminar siempre en la fina línea de la perfección y en la dicotomía: de ser buena en el sexo, disfrutarlo, pero no mucho, lo suficiente como para no ser una estrecha sin llegar a ser fresca. La fina línea de ser lista, preparada, sin que se note mucho, sin mucha ambición que no está bien visto, no vayas a ser una marimandona o peor aún, ambiciosa. La fina línea de ser madre con una mano, so pena de tener que justificarte de por vida si no lo eres, y con la otra mano ser: cocinera, enfermera, perfecta, ganarte un sueldo, ir impoluta, sonreír, de mostrar buen humor o superar los mil obstáculos invisibles del patriarcado: techo de cristal, depilación, dietas, estereotipos, lenguaje, derechos reproductivos…Por no llegar a lo más grave: violencia sexual y de género, ablaciones, matrimonios infantiles, precariedad laboral, mayor índice de pobreza, falta de libertad, denegación de derecho al voto, al trabajo, a la propiedad…como ocurre en países más al sur o al oeste, por motivos de religión y escudados en una cultura…Así el nacer mujer viene inevitablemente acompañado por una maleta llena de culpa y unos pocos derechos. Y con un poco de suerte, puedes ir soltando la culpa gracias a la educación y ganando derechos gracias a la reivindicación.
En el feminismo y en la búsqueda de la igualdad, no todas vamos a la misma velocidad ni tenemos las mismas experiencias para defenderla. Esta es una revolución estructural no instantánea. No es como la revolución francesa o la rusa en la que se cortaron cabezas. Como gran parte de la población no la sufre igual, se tarda un tiempo, al igual que la esclavitud que está superada en nuestro entorno, pero todavía tolerada en muchos otros países.
Con el aborto y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo también hemos llevado una revolución lenta. Un pasito para adelante y otro para atrás. De nuevo no todas las personas están afectadas por igual. Países como Irlanda y Chile han aprobado recientemente el aborto. Pero otros países sudamericanos penalizan hasta los abortos espontáneos como si fueran asesinatos. En EEUU, el Tribunal Supremo acaba de penalizar el aborto. Otra vez…
Los derechos reproductivos de las mujeres, al parecer, tienen que ser decididos por hombres: porque pobrecillas que ellas solas no saben ni pueden decidir por sus cuerpos así que hombres religiosos deben decidir por ellas enmarcados en sus propias creencias. Ellos que no tendrán nunca un útero deciden por ellas como si fueran meras incubadoras o niñas sin suficiente capacidad usando los mecanismos del poder y de la culpa. Ellos que tienen unas creencias, deciden por ellas aunque ellas no sean creyentes. Deciden si es legal y penalizable basándose en la defensa de la vida.
Esos mismos que defienden la vida, en cambio, no defienden a las mismas personas para que estén sanos (no les gusta financiar la sanidad pública) o la comida sana (las ayudas para las familias que menos tienen son algo a eliminar: si no tienen es porque no trabajan) o igualdad de oportunidades (no les gusta financiar la educación pública). Las guarderías públicas y los métodos anticonceptivos tampoco son de su agrado. Llegan incluso a defender la tenencia de armas, que está claramente y completamente opuestas a la vida. En fin, niegan los derechos reproductivos de una mujer, su salud sexual, su derecho a decidir cómo y cuándo tener un hijo. Lo niegan no por vida, sino porque si la mitad de la población pudiese decidir plenamente en derecho y sin culpa, no tendrían el privilegio sobre ellas.
El aborto es control a secas. Control de la mujer, control de sus cuerpos, porque las mujeres suelen tener rentas más bajas de media, para que sigan maleables y manejables. Porque los problemas de control de la natalidad y de la salud en el aborto suele ser para las mujeres con menos poder adquisitivo. Una mujer con alto poder adquisitivo, y que no esté a favor del aborto, puede pasarlo por alto si se ve en un apuro. Londres es testigo. Así que lo del aborto es una excusa para el control de los cuerpos, mentes y vidas de personas que al fin y al cabo no consideras iguales.
Ahora de repente entiendo a los gays que van con poca ropa en una manifestación porque su cuerpo es suyo. Entiendo a las mujeres que defienden la igualdad desnudándose en actos reivindicativos, a las femmes que enseñan sus pechos algo que antes me parecía chocante. El pecho es mío y lo enseño si me place. El cuerpo es mío y lo uso para causar estupor. Lo controlo yo y nadie más. Y si tanto ofende, entonces ofenderían los topases en la playa o cuando el cuerpo de la mujer es usado como reclamo en publicidad o peor aún en la prostitución. Curioso que los mismos ortodoxos que defienden la santidad de la vida, no tengan los mismos reparos para la vida y los cuerpos ante la prostitución que sigue ahí inalterable por los siglos de los siglos.
Todo esto entra en el marco de la jerarquización. Si estás en la capa alta, puedes decidir, puedes pagar, puedes tener buena salud, incluso la sexual. Si estás en las capas bajas económicas, no puedes decidir. No me hace gracia el abortar con 12-14 semanas de gestación, pero menos gracia me hace que te obliguen a tener un hijo que no quieras so pena de cárcel, al que no puedas alimentar, el que esté gravemente enfermo y sufra, el que te recuerde una violación, al que no puedas criar con decencia. O alternativamente, odiaría que una sola mujer muriese con un matasanos en la clandestinidad o en una sucia mesa de cocina por intentar abortar con una percha porque esa opción parece más alcanzable que tener un hijo…
Así que solo espero que el orgullo nos llegue pronto o cualquier otro sentimiento de empoderamiento, para que una ministra de Igualdad pueda ir a Nueva York en un viaje de trabajo, en el Falcon sin pedir permiso y mande a todos al carajo. Y sentido común para que los derechos reproductivos sean para todas. Y para que, en la fina línea de la culpa, una madre soltera sea menos criticable que los padres que las abandonan solas en la crianza. Espero que tengamos el orgullo o el sentimiento para defender a ultranza los derechos adquiridos y los que nos faltan para llegar a la igualdad real. Y sinceramente, espero el golpe sobre la mesa. Basta ya. Si no eres el padre, y aún, siéndolo, ¿a ti que te importa lo que haga yo con mi c…?