Siempre he tenido un pálpito, una intuición espiritual con la reencarnación, ustedes dirán que de intuición nada, que son supersticiones, y yo no soy supersticioso, aunque como Ancelotti pienso que no tener ninguna superstición da mala suerte. Y es que los humanos siempre hemos tenido un anhelo espiritual, aunque los no creyentes piensen que son pamplinas, no los ateos, sino lo que no creen en mí pues piensan que nunca hablo en serio. En este caso se equivocan pues estando en Galicia alguien me comentó que había una señora en una aldea perdida en los montes del Courel, Lugo, vamos, una meiga que tenía respuestas sobre el tema. Así que agarré para allá en un coche de alquiler y cuando llegué al pueblo pregunté y me dijeron que vivía arriba, en la cima, y que para ir hacía falta un buen todoterreno, así que a falta de todoterreno me planteé subir en burro, pero me dijeron con tremenda retranca galaica que el único burro en el pueblo era el alcalde. Abreviemos, al final llegué arriba, era una buena casa, toqué y me abrió una anciana de aldea de toda la vida, de negro y con pañuelo negro en la cabeza, me invitó a entrar a su despacho, que no tenía plantas colgando, ni búhos ni cuervos, ni calderos espumeantes. Me señaló una silla enfrente de ella y sin hablar nada más me dijo que yo me había saltado un par de reencarnaciones muy duras pues tenía un gran karma desde la rebelión de los ‘irmandiños’ en el siglo XV, sin añadir más detalles, y que se me habían concedido dos prórrogas en las reencarnaciones siguientes a lo que yo dije que prórrogas sólo había pedido para la mili y que el Cabildo no tenía oficina de reencarnaciones pues ya tenía bastante con la reconstrucción del volcancito. Abreviando, me dijo que algún día tendría que recuperar ese par de reencarnaciones. Le pregunté si la próxima me tocaría en La Palma, abrió el ordenador, Apple por más señas, tecleó un rato y me dijo que La Palma estaba reservada para gente con reencarnación VIP y que si quería me ponía en la cola de la lista de espera. Le dije que sí, le pregunté cuánto le debía y me dijo que lo que debía no se podía pagar con dinero, pero que una propinilla no le vendría mal, se la di y me dijo que el karma se quemaba dejando de ser un egoísta involutivo para ser un altruista evolutivo. Cuando llegué al pueblo comenté extrañado lo del ordenador y me dijeron con tremendo swing que allí no tenían conexión a Internet. En fin. Meigas, ya se sabe. Yo, por si acaso, creo en ellas. Allá ustedes. Luego no digan.