La Palma está renqueante,
no acaba de despegar,
unos no quieren volar
y otros que no se levante.
En la clase gobernante
hace falta más valor
para expresar con ardor
que debemos elegir
una ruta que seguir
los palmeros sin temor.
Jócamo, 24.IX.2023
NOTA: La Palma está tocada; no despega. Es más, lleva décadas desconcertada y, en mi opinión, no por el golpe de la catástrofe natural del volcán Tajogaite. Pero no por ello, La Palma deja de ser una isla apetecible para vivir, con una calidad de vida media superior a la que se “sufre” en las Canarias “más desarrolladas”, a las que muchos palmeros miran desconsolados como espejo a seguir.
No es la única, también en El Hierro y, en menor medida en La Gomera, se detectan sentimientos parecidos, que en mi opinión conviene sopesar y evaluar con una perspectiva global para todo el Archipiélago y no centrados de forma individual en cada isla.
Eso no excluye el que cada isla deba optar por un modelo socioeconómico diferente, que se adapte a sus recursos naturales y posibilidades reales.
Las posibilidades agrícolas (esencialmente del plátano) en La Palma ha prolongado la lenta agonía de la economía palmera, pero ha llegado el momento en que hay que buscar un complemento que compense su progresivo declive, no tanto con ánimos hiperdesarrollistas como los vividos en otras islas, sino como forma de sostenerse para no seguir decreciendo.
En La Palma ese “nuevo modelo”, a pesar de los intentos realizados, siempre ha fracasado, motivado más por causas endógenas que exógenas. Los palmeros no hemos sido capaces de definir un modelo, consensuarlo y plasmarlo en un planeamiento territorial coherente. Y menos gozar de una clase política decidida que lo asuma y ejecute. Hasta ahora ha imperado más el temor cortoplacista de las elecciones cuatrienales, que el generar y defender una hoja de ruta a medio y largo plazo.
¿Equivocado? Probablemente, pero así lo veo, lo siento y, responsablemente, lo escribo.