Si la semana pasada encontré razones para ser positiva y alejarme un poco del alegato negativista imperante, esta semana tengo otra que no me esperaba: la reforma de la Ley del Aborto y los derechos sexuales y reproductivos de la mujer. Es un tema controvertido, pero, sin duda, pone a prueba el nivel de nuestra sociedad. Las leyes deben existir para permitir la convivencia en paz, aunando diferentes formas de pensar. Cuando dominan unas líneas de pensamiento, sin espacio para diversidad o libertad de elección, sea por ley o no, estamos ante una imposición. Dependiendo del tipo de imposición y derechos, estamos ante una dictadura. Y si el que impone una criminalización del aborto sin margen de elección digna, aún cuando no podría abortar aunque quisiese, por no-tener-útero, ya tiene guasa la cosa.
Es decir, el que haya una ley para regular el aborto, permite el aborto con garantías y la libre elección. No hace que todas las mujeres abortemos por ley. La que elija hacerlo, puede, pero con garantías sanitarias. Eso es lo que regula la ley. También regula y facilita cosas que ya deberían estar asumidas como que las menstruaciones duelen. Obvio, pero como duelen, puede que no te permitan trabajar. Y si no puedes estar detrás de un mostrador, en una oficina o dando clase, porque lo que quieres es acostarte y cerrarte al mundo por unas horas, ¿miramos para otro lado?
Ahora que ya tengo tu atención con este tema. Pongámonos en situación. Hace semanas que en Estados Unidos está el río feminista revuelto porque se quiere dar pasos agigantados hacia atrás en cuanto al aborto. Por otro lado, en Sudamérica se oyen casos de penalización y encarcelamiento de mujeres por abortos espontáneos, como si hubiesen sido provocados. Y aquí yo en plena fase premenopáusica, me entra una mala hostia del copón. No me va a afectar en lo personal claro, por edad, pero me pongo en la piel de mujeres con miedo, mujeres que no puedan elegir sobre su salud sexual, sobre control de sus vidas o su derecho a ser madres por elección. Me pongo en el lugar de una madre que no tiene medios para mantener al niño o que decida por la razón que sea que el aborto es la única opción.
Los prejuicios, la falta de empatía, la intolerancia no deben ser impedimentos para regular la interrupción temprana del embarazo con seguridad. Si una religión impide el aborto, pues que no sea una opción para sus creyentes. Si una persona decide no hacerlo, pues que no lo haga. Los embarazos no deseados no van a desaparecer por ley o por criminalizar la interrupción. No escondamos el problema como si no existiera. Tampoco van a desaparecer los peligros de un embarazo para la mamá o el feto, sobre todo en lugares donde la sanidad es precaria o la única opción sanitaria es la privada. Tampoco van a desaparecer las malformaciones, pero con una ley que regule el aborto, desaparecerán los matarifes o los intentos caseros de interrupción del embarazo que, sin duda, son peligrosos. Así que aún con una ley que criminalice el aborto en este país o en otro, van a seguir ocurriendo.
Y la cosa no está en aceptar la concepción tras una sola relación sexual y pagar las consecuencias toda la vida, sino en aceptar que mientras el feto o el embrión no sea viable fuera del cuerpo de la madre, esa madre pueda elegir sobre su cuerpo. Y, además, que si elige o no tener a un bebé, luego ese bebé tenga las garantías de vivir con dignidad. Porque, muchas veces, los negacionistas del aborto se olvidan de que una vez que ese bebé nace, necesita cuidados adecuados, educación, alimento y un proyecto de vida. Malvivir no debería ser una opción aceptable ni decente.
Así pues, esta semana podemos dejar un poco de lado los tabúes de esas “cosas de mujeres” y podemos hablar sin tapujos de reglas, menstruación, compresas, copas menstruales, dolor menstrual, coágulos y sangre. Esta semana nos olvidamos de los eufemismos y llamamos a las cosas por su nombre. Sí, las mujeres tenemos la menstruación cada mes, con dolor para casi el 50%, con mucho dolor para un 25% e incapacitante para un porcentaje menor, pero no desdeñable. Las mujeres no tenemos que recluirnos cuando la tenemos como en muchos sitios de Asia y Sudamérica, o limpiarnos de impurezas durante una semana como en la India. La sangre mancha, es incómoda, es un rollo y hasta un suplicio, es un cóctel de hormonas y duele, pero no es impura, ni debe avergonzarnos o ponernos en desventaja.
Las mujeres también tenemos clítoris y no es el timbre del diablo. Ese botón por el que condenaron a muchas mujeres a la hoguera por brujería, simplemente por tenerlo o que todavía se mutila creando una tortura en vida para millones de mujeres. Las mujeres también tenemos deseo sexual y tenemos sexo... solas, acompañadas o podemos elegir no tenerlo o bien estar en faena y decir: “mira, ya no me apetece” y dejarlo. Pero desgraciadamente, todavía no se nos respeta del todo. Si decimos NO, puede ser que sí. Si decimos no, podría ser que no lo repetimos con asertividad. Si decimos no, pero llevamos minifalda, es que era un sí seguro. Si expresamos deseo podemos ser frescas o peor, y si lo rechazamos, unas frígidas. Casi nunca ganamos.
Nos queda mucho camino, aceptar lo que nos viene de serie: menstruaciones, genitales y deseo sexual y casarlo con respeto y dignidad. Porque nuestro deseo es nuestro y nuestro cuerpo también y los compartimos si nos da la gana. No queremos ser abusadas, violadas, presionadas, obligadas a tener hijos no deseados por prejuicios morales o mal-tenerlos. Esta ley del aborto nos permite elegir, decir sí o no queremos tener un hijo, e incluso si hemos dicho sí, poder cambiar de opinión bajo unos supuestos.
Si nuestro cuerpo es el que cambia con un embarazo, el que puede morir con un embarazo o parto, el que queda con estrías, marcas y al que le cambia la vida y hasta la salud, si la responsabilidad de evitar embarazos y la contracepción recae sobre nosotras, entonces el derecho a elegir es solo nuestro. Los métodos anticonceptivos para hombres son anecdóticos, salvo el preservativo, pudiendo ellos concebir cada día y varias veces por día. Sin embargo, la responsabilidad es nuestra, cuando las mujeres, si acaso, podemos concebir 12 veces por año.
Así que valoro muy positivamente esta ley, porque además de hablar de abortos, y no traer más supuestos de los aprobados en 2010 con Zapatero, regula que los abortos sean en hospitales públicos y no sirva para hacer caja. Regula, aunque la controversia está servida, que una adolescente de 16-17 años pueda elegir abortar o no, apuesta por la anticoncepción de última generación, impulsa el desarrollo de la anticoncepción hormonal masculina, amplía la financiación pública de los anticonceptivos, regula el derecho a la incapacidad temporal debido menstruaciones incapacitantes y aumenta la educación sexual en los adolescentes, que espero evite embarazos y enfermedades y mejore la educación afectivo-sexual en esta franja de edad.
Queda la reducción del IVA que parece que entrará en la próxima reforma fiscal, porque los productos de higiene menstrual sí son de primera necesidad. Pero desgraciadamente, no se incluye mayor financiación para la investigación con el objetivo de desgranar de una vez por todas (y evitar) las reglas dolorosas. Hacemos trasplantes, controlamos el dolor en pacientes con cáncer, podemos incluso clonar, pero las menstruaciones siguen siendo dolorosas y lo aceptamos. Inventamos tampones, compresas súper absorbentes con las que, al parecer, puedes hacer el pinopuente sin despeinarte (¡vaya publicidad!), pero aceptamos un antiinflamatorio con cada regla como si fuera solo dolor de cabeza. “Parirás con dolor”, dice la biblia. Pues si lo del dolor en el parto es evitable, me pido también reglas sin dolor. Para todas, sin excepción.