“Nunca tu pensamiento desmienta tu cara”.
“Trabajos y días” (Hesíodo)
Siempre me ha resultado sorprendente que en el origen de la literatura occidental, se halle una obra poética sobre cómo hacer que las labores agrarias produzcan el fruto adecuado observando el cielo y el paso de las aves migratorias; sobre cómo vendimiar y cómo comportarnos cuando bebamos vino; sobre cómo abrigarnos cuando hace frío, y hasta cómo mantener una buena relación con el vecino, entre otras muchas cosas cotidianas; cosas realmente importantes para el ser humano y a las cuales no le damos la merecida atención. Entre los primeros escritos que se conservan a este lado del mundo, resulta que hay una especie de manual de supervivencia, un catálogo de recomendaciones para un comportamiento ético, justo y que produzca una superación de las dificultades, un mejor acomodo ante los aprietos con que nos vamos a encontrar más tarde o más temprano. Hasta ese momento, sólo se habían escrito las epopeyas homéricas de los héroes, la “Ilíada” y la “Odisea”, y la “Teogonía”, donde Hesíodo (segunda mitad siglo VIII a. C. o primera siglo VII) había ordenado y puesto por escrito el mundo de los dioses. Pero es el propio Hesíodo, el primero que escribió sobre los hombres. Más joven que Homero, con la “Teogonía” había arreglado los cielos, un caos que se había transmitido hasta entonces de forma oral. Después de fijar por escrito el mundo mitológico de los dioses, en su segunda obra “Trabajos y días”, un poema didáctico de 828 versos, intentó ordenar el mundo de los hombres, y para ello canta las excelencias del trabajo como único medio de avanzar ante los trances de la vida. “Pero hay que estar dispuesto” nos recordaba. A través de proverbios, con la fábula de el halcón y el ruiseñor, con símiles, con el mito de Prometeo y Pandora, con el de las Cinco Edades, con sabiduría y buenos consejos, ataca la ociosidad y recomienda que siempre se debe impartir justicia porque si no, seremos castigados por los dioses.
Lo curioso y que añade un matiz de necesidad, es que el poeta nacido en Ascra, lo hace para convencer a su hermano, el “gran necio Perses”, de cómo mejorar en las labores agrícolas para así aumentar la producción y de cómo desenvolverse, en definitiva, de un modo adecuado en la vida y que no le reclamara la parte de la herencia que, además, no le correspondía, como estaba insistiendo en plan pesado. Ha sido una suerte que este manual, casi antropológico, no se haya perdido. Es admirable la forma en que Hesíodo lo hizo; poniendo cuerpo a las cosas de los humanos a través de la intuición poética que daba, entonces, sus primeros pasos. En el Mediterráneo Oriental, cerca de Tebas, escribiendo con los pies sobre la tierra hace 2.600 años, este hombre que era agricultor y pastor al pie del monte Helicón, hizo nacer la escritura como arte y el alcance de su influencia ha llegado hasta nosotros. Aun hoy, en este mundo, al que cada vez es más difícil encontrar calificativo, creo que deberíamos hacer algo de caso a lo que este poeta y sabio dejó escrito.
“Yo sé lo que te conviene, gran necio Perses, te lo diré: de la maldad puedes coger fácilmente cuanto quieras; llano es su camino y vive muy cerca. De la virtud, en cambio, el sudor pusieron delante los dioses inmortales, largo y empinado es el sendero hacia ella y áspero al comienzo; pero cuando se llega a la cima, entonces resulta fácil por duro que sea.
Es el mejor hombre en todos los sentidos el que por sí mismo se da cuenta, [tras meditar, de lo que luego y al final será mejor para él]. A su vez es bueno también aquel que hace caso a quien bien le aconseja; pero el que ni por sí mismo se da cuenta ni oyendo a otro lo graba en su corazón, éste en cambio es un hombre inútil“.
Así comienza el “Proemio sobre el trabajo”. En “Consejos de administración familiar” empieza proponiendo para terminar advirtiendo: “Al empezar la jarra y al terminarla, sáciate; a mitad, haz economías; pero es mezquino el ahorro al llegar al fondo.
[El salario convenido con un hombre, sea suficiente; y con un hermano, pon delante entre bromas un testigo. Sabido es que la confianza y la desconfianza pierden a los hombres]“. En ”Trabajos de otoño“ recomienda al hermano que compre dos bueyes machos de nueve años y que los lleve un hombre de cuarenta años y que ”otro no más joven, es el mejor para volear las semillas y evitar su acumulación, pues un hombre más joven se queda embobado tras los de su misma edad“. Seguidamente escribe terminando con un verso tremendo que demuestra su grandeza lírica:
“Estate al tanto cuando oigas la voz de la grulla (octubre) que desde lo alto de las nubes lanza cada año su llamada, ella trae la señal de labranza y marca la estación de invierno lluvioso. Su chillido muerde el corazón del hombre que no tiene bueyes”.
No puedo dejar de regalar lo que se encuentra cerca de lo anterior; esta vez, finaliza con una sutileza y un misterio que embellece todo el párrafo:
“En primavera remueve la tierra; y si en verano le das una segunda reja, no te defraudará. Siembra el barbecho cuando la tierra esté aún ligera, el barbecho aleja los males de los niños y calma sus llantos”.
Podría seguir y desmenuzarles todo el largo recetario poético, tan cercano y por ello, tan especial para mí, que cultivo la huerta y también la poesía, o más bien, ambas me cultivan a mí; un libro de cabecera que leo una y otra vez, en traducción de Aurelio Pérez Jiménez para Gredos. Y es que con esta obra de Hesíodo, siento que mi experiencia se halla acompañada y validada, incluyendo los errores, y me hace ver o intuir que el lenguaje de la poesía puede alojar, incluso, el dolor y la pena sin olvidarse nunca de la belleza. Una oferta de humildad para una comunidad que tiene que ir más allá de una suma de egos, un canto que es una hoja de ruta para que los humanos demuestren con sus manos lo que son capaces de imaginar con su pensamiento. Que una obra transparente, sencilla y, muy, muy antigua, explique lo complejo de la existencia humana, es de agradecer y que anime a alguien en el siglo XXI como yo, que ha regresado a la tierra, a las medianías abandonadas de la isla de La Palma, después de vivir “fuera”, en la ciudad, es que es una bendición; es algo que agradeceré siempre al poeta griego de Ascra. El hombre que junto con Homero, dio origen a la literatura. Cuando leo “Trabajos y días” de Hesíodo, una y otra vez, me siento bendecido. Ahora sé que todas las bendiciones suelen ser clásicas. Y no nos salvan, solamente nos ayudan a enfrentar el destino y el sufrimiento que acarrea con la mayor dignidad posible. Encarar con dignidad nuestro destino por muy amargo que sea, es lo que enseñará más tarde toda la tragedia griega. Valorando el texto, pienso que el poeta estaría sobre los sesenta años cuando lo escribió. Ya era un hombre con experiencia acumulada. “La lechuza levanta el vuelo al anochecer”, recordaba Hegel cuando aún era de día. Ahora es media tarde. Y continuamos como cuando escribía Hesíodo en la Edad de Hierro. “Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber nacido antes o haber nacido después; pues ahora existe una extirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males”. Si volviera a tener veinte años, haría Filología Clásica y me especializaría en Literatura Griega Antigua, es decir, anterior a 395 a. C. ¡Casi nada!
Estas cuatro obras, “Ilíada”, “Odisea”, “Teogonía” y “Trabajos y días”, que he nombrado, son el inicio de todo. Tras ellas, en el siglo VI a. C. aparecen los filósofos presocráticos Tales, Anaximandro, Heráclito, Pitágoras y los poetas líricos Píndaro, Safo, Simónides y Arquíloco. Y hacia la mitad de ese siglo increíble y a partir de los misterios dionisíacos, surge el teatro y ya en el siglo V a. C. se impone la tragedia con Esquilo, Sófocles y Eurípides; al principio sólo un actor y el coro, después dos; todo el mundo iba al anfiteatro que tenía cada polis; aunque las mujeres en Atenas, al principio, estaban vetadas. Al drama de la tragedia, sigue la sátira de la comedia con Aristófanes (444-385 a. C.) y al mismo tiempo, aparece la historia con Heródoto (484-425 a. C.), Tucídides (460-396 a. C.) y Jenofonte (431-354 a. C.). Finalmente, entra con fuerza en escena, la prosa con Sócrates, Platón y Aristóteles que nos lleva a la filosofía en el siglo V y IV a. C. Todo este esplendor acabó a raíz de la batalla de Egospótamos en 405 a. C., donde el poderío naval de Esparta y sus aliados derrotaron a la armada de Atenas, concluyendo así las guerras del Peloponeso. Ya bajo el imperio romano, en el siglo segundo de nuestra era, el geógrafo e historiador griego Pausanias, en esa guía turística que es “Descripción de Grecia”, nos aporta una buena información de lo que quedaba aún en pie y gracias a él, podemos establecer y comprobar algunos lugares y fechas. En Tebas ve los escudos de los muertos en de la batalla de Leuctra, ve las ruinas de la casa de Píndaro y las estatuas de Hesíodo y Orfeo en la arboleda de las Musas en Helicón. Hasta aquí la literatura griega antigua y la filosofía y la ciencia que en ese entonces, iban amistosamente de la mano, y que es toda anterior a nuestra era. Todos estos ya leyeron a Hesíodo y los que vinieron después, Virgilio, Ovidio, Horacio, etc., también. Y si hoy en día, alguien quiere ser moderno o contemporáneo con dos dedos de frente, no tiene más remedio que leerlo igualmente.
En Mesopotamia los sumerios inventaron la escritura a finales del cuarto milenio a. C. Los sirios y babilónicos la extendieron. La obra escrita más antigua conocida es “La epopeya de Gilgamesh”. Una recopilación de fragmentos en escritura cuneiforme estampada en tablillas de arcilla y datadas en más de 2.000 años a. C. Después de ver lo oculto y desvelar lo velado, “todo su afán grabó en una estela de piedra”. En 1850 fueron descubiertas por un inglés en Mosul, Irak. El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo entre 1400 y 430 a. C. con algunas partes en arameo y algunos libros en griego. Sin duda, tuvo una gran influencia gracias a la variedad de géneros que ofrecía. Relatos, normas, preceptos y leyes, profecías, proverbios o sentencias, oráculos y visiones, además de algunos textos de alto lirismo. Pero no fue hasta el siglo I d. C. cuando fue traducido íntegro al griego. La Biblia cristiana no fue confirmada hasta el Concilio de Cartago en 397 d. C. y la católica hasta el Concilio de Trento en 1546. A la vez que en las ciudades griegas surgía el teatro y mientras los persas sasánidas, durante el reinado de Ciro II, se convertían en el primer imperio que logra abarcar tres continentes, y también, en esas mismas fechas, comenzaba el budismo en La India, en China, durante la segunda mitad del siglo VI a. C., Confucio en su obra “Lun Yü”, escribía de la vida de los campesinos, del amor y el desamor, de las guerras y de la conducta ejemplar de los gobernantes. En ese entonces, Lao-Tse en el “Tao-Teh-Jing”, sumando los contrarios, intentaba conseguir armonía, respeto, solidaridad y una vuelta a la naturaleza como poder en sí. En cuanto a la India, los libros sagrados, los Vedas, que incluyen relatos mitológicos, plegarias, ritos funerarios y nupciales y recomendaciones para mantener el amor entre las personas, etc., fueron escritos entre 1500 y 1000 a. C. en sánscrito, al igual que el “Mahabarata”, una enciclopedia del saber hindú que es más reciente, del siglo IV a. C. El “Ramayana” es del siglo V a.C. De estas dos obras, Henry Michaux escribía en “Un bárbaro en Asia”: “En los 48.000 versos del Ramayana, en los 100.000 del Mahabarata no hay un solo relámpago”. Si no recuerdo mal, tampoco llueve en la Ilíada ni en la Odisea. Hay que esperar a escribir, no de los dioses, de los reyes o de los héroes, sino de los hombres, para ello. Hay que ir a “Trabajos y días” de Hesíodo que habla hasta de la calima. He ahí su grandeza. Pero según los expertos, la obra más influyente del subcontinente asiático fue el “Pantchatantra” (siglo I-IV a. C.), setenta fábulas, relatos breves sobre animales que llegaron hasta Chaucer, La Fontaine, Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita. Y no hay más bacalao que cortar de esos tiempos remotos. Si he escrito esta breve historia del inicio de lo que se puede llamar literatura en el mundo, de lo que se ha salvado y ha podido llegar hasta nosotros, es para que comparen lo que existía fuera del ámbito del Mediterráneo y lo que dentro de él aportaron los griegos. Si comparamos tenemos que admitir la tremenda superioridad de los helenos. No es posible contraste alguno, porque lo que sucedió en Grecia mucho antes de Jesucristo, fue la explosión de la conciencia humana; donde la literatura, la filosofía, la ciencia, la política y el arte alcanzaron cotas impensadas.
Los griegos llegaron a la conclusión de que el ser humano no iba a ir a mejor; habían comprobado que la envidia, la codicia y la falta de piedad acampan siempre en el corazón humano; sabían que los tiempos cambian, pero el hombre y la mujer no. Si ponían la mirada en el futuro, más bien eran pesimistas. F. G. Espelosín, citado por Javier Reverte en “Corazón de Ulises”, apunta esta reflexión: “Esta autoconciencia de las limitaciones de la vida humana [la de los griegos] produjo, sin embargo, un efecto contrario al pesimismo: el deseo de obtener el máximo provecho de cuanto nos pudiera deparar el presente. Se desarrolló, por tanto, un ideal de vivir con plenitud y dignidad el presente”. El propio Javier Reverte continúa en un párrafo redondo y completo:
“Puede añadirse que, además de eso, los griegos construyeron una ética laica, casi clandestina, mientras tenían a sus dioses en los altares. Es el noble empeño de todas las edades: buscar la alegría desde el escepticismo, desde la desesperanza; arrojarse a los caminos del dolor con el ánimo de la libertad y de la valentía; soñar con una vida mejor desde la comprensión de que casi todo es indigno; indagar en el corazón de los hombres en busca de aquello que nos hace nobles, mientras nadamos en una sucia charca rodeados de otros hombres innobles. Ésa fue la gran tarea de la literatura y el pensamiento griegos, y ésa será siempre la tarea de la cultura de cualquier tiempo esperanzado”.
Steiner decía que había que ir a las fuentes originales y tanto Montaigne como Schopenhauer, recomendaban leer a los escritores griegos y latinos más que a los escritores de su propia época. “Leed intensamente a los antiguos, a los antiguos de verdad”, decía el filósofo romántico alemán. Pero la labor de los filólogos es necesaria porque ayudan a leer de un modo profundo esos textos para quien se quiera iniciar en la travesía de ese río interminable. Alguien que admiro y leo mucho, Carlos García Gual, y más ahora que George Steiner se ha ido al otro barrio, en “Encuentros heroicos. Seis escenas griegas” (Fondo de cultura económica 2009), echa la culpa de nuestro olvido a los tiempos que vivimos:
“Nuestro tiempo no es una buena época para fomentar la lectura a fondo –como muchos críticos han explicado bien desde varios puntos de vista-. No siente aprecio por lo antiguo ni cree en el valor del pasado para entender las urgencias del presente. La sociedad del consumo rápido, la cultura líquida, la carrera tecnológica desenfrenada, esta sociedad de masas, dominada por los medios audiovisuales y atontada por sus presiones mediáticas, ha dejado de estimar –en su conjunto- las aficiones culturales selectas y de larga duración”.
En el mismo prólogo, el experto helenista y escritor apuntaba: “Somos lectores, en general, triviales y apresurados. Quizás de manera inevitable. Manejamos demasiados libros y papeles, una infinidad de mensajes y noticias en el ordenador y no nos permitimos a menudo en la lectura el dedicar mucho tiempo a uno u otro texto”. Puede darse el caso de que alguien haya publicado varias novelas y que nunca haya leído a los clásicos griegos y latinos. Sin tener en cuenta a los clásicos, lo que se puede ofrecer, es pura mediocridad y repetición sin ni siquiera saberlo.
Aurelio Pérez Jiménez en la introducción a “Obras y fragmentos” de Hesíodo, afirma: “Ninguna creación artística importante surge de la nada o es fruto de la casualidad. Y todavía menos suele suceder esto en la literatura. El gran poeta es aquel que, bebiendo en las tradiciones anteriores, sabe adaptarla a una nueva situación, modificarlas, integrarlas con elementos y recursos originales y proyectarlas hacia el futuro con nuevas formas de composición. En este terreno no cabe duda de que Hesíodo fue un gran maestro”.
Hesíodo era hijo de un comerciante de Cime establecido en Ascra que tras abandonar sus negocios marítimos, finalmente se dedicó al cultivo de las tierras familiares. La infancia del poeta se desarrolló entre la agricultura y el pastoreo en una pequeña aldea de Beocia, pobre, pero vecina de Tespias, un centro cultural importante donde se celebraban certámenes poéticos vinculados al culto de las Musas. Seguramente entró en contacto con cantores y aedos que acudían de lugares lejanos y que traían consigo sus tradiciones y sus mitos. Sabemos que viajó a Calcis para participar en una competición poética, donde venció teniendo de contrincante nada menos que a Homero. La vida en Ascra no era fácil, había que luchar con lo riguroso del clima y con las dificultades de la agricultura de entonces, pero la posesión de una parcela de tierra suficiente y la conciencia del trabajo y el conocimiento de los instrumentos necesarios para hacerla productiva, permitieron a Hesíodo cierta independencia y poder alzar su voz contra los poderosos exigiendo que se impartiera justicia tanto para los pobres como para los ricos. Hesíodo cuenta al comienzo de la “Teogonía” que decidió hacerse poeta, cuando las Musas se le aparecieron mientras se hallaba con su rebaño de ovejas al pie del monte Helicón.
“¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; Y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”.
Y las “hijas bienhabladas del poderoso Zeus”, le dieron un cetro de laurel. Y Hesíodo vio donde los demás no veían. Y lo dejó escrito. Y ahora, este hombre que cultiva la huerta en las medianías abandonadas de la isla, que pinta al óleo cuando todos lo hacen con acrílico, que escribe poemas con las manos arañadas de las zarzas y que envía artículos de siete páginas a este periódico, para que, acostumbrados a lo corto de los eslóganes, los lean sufriendo de la vista en la pequeña y ridícula pantalla del móvil, mientras se tiene en el salón una mampara panorámica led para ver los monos de la tele, ahora, este hombre les recuerda y les recomienda que lean una obra escrita hace 2.600 años. Después de la pandemia y del confinamiento, después del volcán del año pasado y sus dramáticas consecuencias, después del ascenso del fascismo y la ignorancia gracias al blanqueo mediático, mientras la guerra arrasa un país que era el granero de Europa y el mundo sufre un vuelco por los efectos y las secuelas del conflicto, después, después de todo esto, las palabras que nos legó este poeta de la Grecia Antigua adquieren una honda presencia. Antes del “Mito de las edades” y al final del “Mito de Prometeo y Pandora”, Hesíodo escribe:
“Mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra y repleto el mar. Las enfermedades ya de día ya de noche van y vienen a su capricho entre los hombres acarreando penas a los mortales en silencio, puesto que el providente Zeus les negó el habla. Y así no es posible en ninguna parte escapar a la voluntad de Zeus”.
ÓSCAR LORENZO
San Andrés y Sauces
Isla de La Palma
21-06-2022