Espacio de opinión de La Palma Ahora
Unidos por los recuerdos
Hace unos días nos reunimos una treintena de jóvenes de ambos sexos (lo de jóvenes es un decir), para recordar viejos tiempos y contar nuestras experiencias, buenas y menos buenas, en el torbellino de nuestras vidas. El reencuentro cumplió con esa misión que exalta el tiempo y la distancia, pues vivimos una edad en la que ya sólo nos anima el milagro del instante o de un mañana a corto plazo, pero al disfrutar como antaño de esa amistad que sigue erguida por recuerdos imborrables, la tertulia fue más un óleo festivo que una acuarela de pesares. Así rendimos homenaje al Edelweiss y al coraje con que todos nosotros seguimos su estela.
El Edelweiss, como otros clubes juveniles de la Isla, estuvo a la vanguardia de la juventud palmera en la década de los 60, y todavía presumimos de la aurora interior que dejó en cada uno de nosotros. Crecimos a la sombra de aquel alero, bajo el que, con un renovado interés integrador, formamos una agrupación mixta, con dirigentes de ambos sexos y, por tanto, catalizadora incipiente de los movimientos de liberación de la mujer, con una visión tolerante que fue el germen de una fraternidad entre sus miembros poco vista hasta entonces. En nuestro club, surgieron nuevas costumbres juveniles, rompiendo convencionalismos y alcanzando un protagonismo social y cultural en la vida de Santa Cruz de La Palma, que dio sus frutos. Y aunque éramos conscientes de que los cambios necesitaba el país y el mundo no dependían esencialmente de nuestras acciones, intuíamos que con nuestra labor podíamos mejorar la realidad más cercana.
Unos cuantos quijotes de aquella aventura compartimos mesa y mantel en Fuencaliente. Allí, frutos de la humildad, / con la sensibilidad / de una flor (Edelweiss) como mensaje,/ unidos en el paisaje, / la salina nos apresa / con fuerza y delicadeza / ¡No se puede pedir más!./ Cocina tradicional/ sobre la piel de este suelo / que ha conservado con celo / una minuta especial, / en fogones sin igual / y cuidados con esmero. / El ambiente es tan cordial, / que el palpitar colectivo / nos hace sentir cautivos / de un hacer profesional: / Fernando y Andrés detrás, / en tarea agotadora / y una pasión que enamora / entre lavas de volcán. /Así es Jardín de Sal, / junto al mar que lo decora. Estos son algunas versos de las décimas encadenadas que dediqué a modo de bienvenida a los miembros del Club Edelweiss y al artífice del espacio hermoso y único que nos acogía, Las Salinas del municipio sureño de Fuencaliente.
Excelentes platos regados con el generoso vino de nuestra tierra, para comprobar en torno a la mesa lo realmente importante: que poco importa la edad / cuando por generaciones / perduran nuestras acciones / y aquella humanidad / que hoy, esboza la amistad / que heredamos del pasado. Porque el Edelweiss supuso un cambio determinante en muchos de nosotros. Es posible que, a través de él, intentáramos escapar de algunas reglas impuestas y buscáramos a nuestra manera caminos que nos permitieran sobrevivir y desarrollarnos con plenitud en la edad del desconcierto y de la incertidumbre frente a un futuro cargado de interrogantes. Pero lo cierto es que creamos un espacio en el que fuimos protagonistas sin necesidad de ser rebeldes ni contestatarios, superamos el desencanto y el inconformismo de la época ideando formas de participación al abordar con entusiasmo todas aquellas expresiones juveniles que consideramos de interés, actividades deportivas, culturales y altruistas con las que nos sentíamos identificados, y nadie asoció nunca nuestras actuaciones con la vagancia ni con una falta de respeto a los valores sociales de la época. Para nosotros aquellos años 60 fueron mucho más que minifaldas y rock and roll, mucho más que los guateques que organizábamos y que ahora vemos tan lejanos como la prehistoria. La década de los 60 supuso para nosotros un espíritu de renovación y compromiso que afloró entonces y que ha perdurado a través del tiempo. Nunca se nos consideró un problema. Sencillamente, en momentos de cambios, logramos gozar de una identidad juvenil diferente y seguir con ilusión unas normas de conducta propias, que ennoblecieron y dignificaron nuestra manera de ser.
Hace unos días nos reunimos una treintena de jóvenes de ambos sexos (lo de jóvenes es un decir), para recordar viejos tiempos y contar nuestras experiencias, buenas y menos buenas, en el torbellino de nuestras vidas. El reencuentro cumplió con esa misión que exalta el tiempo y la distancia, pues vivimos una edad en la que ya sólo nos anima el milagro del instante o de un mañana a corto plazo, pero al disfrutar como antaño de esa amistad que sigue erguida por recuerdos imborrables, la tertulia fue más un óleo festivo que una acuarela de pesares. Así rendimos homenaje al Edelweiss y al coraje con que todos nosotros seguimos su estela.
El Edelweiss, como otros clubes juveniles de la Isla, estuvo a la vanguardia de la juventud palmera en la década de los 60, y todavía presumimos de la aurora interior que dejó en cada uno de nosotros. Crecimos a la sombra de aquel alero, bajo el que, con un renovado interés integrador, formamos una agrupación mixta, con dirigentes de ambos sexos y, por tanto, catalizadora incipiente de los movimientos de liberación de la mujer, con una visión tolerante que fue el germen de una fraternidad entre sus miembros poco vista hasta entonces. En nuestro club, surgieron nuevas costumbres juveniles, rompiendo convencionalismos y alcanzando un protagonismo social y cultural en la vida de Santa Cruz de La Palma, que dio sus frutos. Y aunque éramos conscientes de que los cambios necesitaba el país y el mundo no dependían esencialmente de nuestras acciones, intuíamos que con nuestra labor podíamos mejorar la realidad más cercana.