Y es que, muchas veces a lo largo de nuestras vidas, y con la ayuda del tiempo, nos damos cuenta de que dejar ir no es darse por vencido, sino aceptar lo que no puede ser.
La realidad es que al principio de cualquier momento en el que alguien que amamos se nos va, de forma voluntaria y sin que nosotros lo deseemos, puede parecer que el mundo se nos viene encima, que nunca más volveremos a amar, o incluso llegando a tener pensamientos muy negativos y extremos como la falta de ganas de vivir.
Esto es algo que se puede alargar, tras no conseguir superarlo, cayendo en una depresión y en graves secuelas. Pero la realidad es que es muy importante dejar marchar lo que no puede ser, para que las cosas buenas puedan llegar a nosotros.
Se dice que uno de los procesos más naturales de la vida es el de dejar ir, pero, sin embargo, es al mismo tiempo y en muchos casos, uno de los más complejos y uno de los que más sufrimiento nos ocasiona.
Estamos hablando realmente de pérdidas, de ilusiones, sueños, deseos, recuerdos, momentos que acaban, y que de repente, sin muchas respuestas a un por qué, se terminan. Es algo que vamos a experimentar en algún momento de nuestro ciclo vital, algo para lo que nadie nos ha preparado y que aprendemos a la fuerza.
Y cuando surge la pregunta de cómo afrontarlo, la realidad es que tristemente no existe una fórmula mágica que nos pueda servir a cada uno de nosotros para combatir este drama, de mejor forma. Estas situaciones, marcadas por el desprendimiento, por el dolor emocional que, de no gestionarse de modo adecuado, puede derivar, por ejemplo, en una depresión.
Pues es aquí, donde recoge mucha importancia el papel de saber dejar ir lo que no quiere quedarse con nosotros, saber aceptar, tragar saliva, cargarse la espalda de dolor, y tristeza mirar al frente, y seguir caminando en el camino de la vida. No existe camino fácil, para algo que nos ha importado tanto.
Y sí, es cierto que, si tenemos de una familia y de unos amigos y amigas que nos apoyan en estos momentos, puede hacerse un poco más liviano este proceso, pero, a fin de cuentas, nadie pasará el dolor por uno mismo, y es una batalla interna que se debe pasar y superar por uno mismo, de la mano del tiempo.
A veces hay que dejar ir, y otras hay que aprenderse a ir. Pero nadie nació aprendido en esta vida donde tanto nos puede llegar a afectar el amor y el desamor, pues somos seres sociales, seres que crean vínculos muy fuertes entre sí, a veces llegando a ser por vida.
Ahora bien, es necesario entender que esto de dejar ir es también, un acto de valentía insuperable. Porque nadie puede vivir aferrado al sufrimiento ni al dolor. El adiós nos permitirá también a nosotros mismos seguir adelante, sin olvidar lo dejado atrás, pero siendo valientes para sonreír de nuevo, para volverse a ilusionar, para seguir viviendo con entusiasmo y para continuar esto que milagrosamente tenemos, la vida.
Una de las lecciones más difíciles de esta vida, es quizás la de aprender a dejar ir; dejar ir la culpa, el amor, la ausencia. Pues nos aferramos tanto a ello, que llegamos a perder incluso la libertad, por lo que es necesario soltar, quererse mucho, y soltar lo negativo.
Y sí, sabemos que no es fácil, de hecho, es muy difícil, pero también debemos recordar que mares en calma, no hacen buenos marineros.
Christian Pérez