Los vikingos ya lo hacían

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No tiene remedio. Desde el principio de los tiempos la gente va desde donde hay miseria hacia donde hay abundancia o cree que la hay. Aquí solemos idealizar el pasado, pero si el pasado fue tan bueno ¿por qué emigrábamos jugándonos la vida? Recuerdo cuando era niño que íbamos preferentemente a casa de amiguitos que tenían buenos juguetes, una pelota, bicicletas etc., donde nos invitaban a una merienda o a un simple chocolate. Ahí emigrábamos siempre que podíamos. Y por supuesto donde nos daban cariño pues no sólo de pan vive el hombre. Los inmigrantes nos van bien para cargar plátanos, limpiar escaleras, cuidar enfermos y mil otras cosas que a los ‘aborígenes’ ya no nos gusta hacer (por cierto, yo de joven hice alguno de esos trabajos en Inglaterra). Los problemas de seguridad de los que se quejan ‘algunos muchos’ son eso, problemas de seguridad que habrá que afrontar. Y solucionarlos no me compete, comprenderlos sí.

En cuanto al turismo, a todo el mundo le gusta hacer turismo, veo constantemente en Facebook fotos de amigos con la torre Eiffel al fondo, las pirámides de Egipto, comiéndose sabroso marisco en Ribadeo, paseando en camello por países de nombre impronunciable, dándose ridículos besitos en góndolas venecianas, despanzurrados en hamacas en cruceros por el Mediterráneo, disfrutando de la vida en Fuerteventura o radiantes fines de semana en el hotel de Fuencaliente. A algunos de ellos los he visto manifestándose contra el turismo. ¿En qué quedamos? Comprendo que el turismo no proporciona empleos de gran calidad, pero antes de caer en una espiral de turismofobia autodestructiva habrá que tener, o como se dice ahora implementar, una alternativa económica sólida que no permita que en la interface se nos caiga encima el PIB. Y eso duele. A mí me pasó.