Aún hoy me pregunto, casi 30 años después, como se ordenó el ataque directo con proyectiles de fósforo, para asegurarse de que ardiera bien, la Biblioteca de Sarajevo. Yo tenía cinco años cuando ocurrió aquella atrocidad. Recuerdo que creaba pequeñas Bibliotecas en rincones de mi casa, incluso alquilaba los libros, y ya casi sabía leer perfectamente, tuve un gran maestro. Quizás esa fue mi respuesta a un suceso que entristeció muchísimo a mi abuelo Luis, que fue el que comentó, en uno de los almuerzos de los domingos, el trágico suceso. Y recuerdo que lo pelearon, porque estaban muriendo personas y, evidentemente, un edificio era el mal menor. Pero no era un edificio cualquiera. Construido en 1894 era una mezcla de diferentes estilos, pertenecientes a imperios derrotados y otros que se alzaban, las Bibliotecas siendo fieles a la situación del momento. Para no aburrirles más con la historia, salvo a las personas que les guste este tipo de anécdotas, recalcar un hecho que quizás se desconoce. El autor, el ordenante de la destrucción de este templo precioso de los libros, era usuario habitual de la Biblioteca, Nikola Koljevic, profesor universitario especializado en Shakespeare, un hombre de una exquisita capacidad cultural y de conocimiento adorado por todos sus alumnos. El odio, la rabia, el patriotismo por trozos de tela triste, las ansias por aniquilar al adversario por pensar diferente, se canalizó hacia el único objetivo que tenía este ser por llamarlo de algún modo. Como no podía ser de otra manera, sus emociones se oscurecieron y dispararon al lugar que poco antes amaba. Cómo diablos pasamos del amor al odio en una franja de minutos, que ocurre en nuestro interior para arrebatarse a si mismo un tiempo en el que antes fue extremadamente feliz.
Esta es la parte triste que hemos elegido para celebrar el Día Internacional de Las Bibliotecas, pero existe otra historia de la cual se sabe poco y que tuve el placer de haberla compartido con familiares directos de las personas que lo vivieron. Los Bibliotecarios y los usuarios de este lugar comenzaron a reconstruir bloque a bloque, escombro a escombro parte del edificio, salvando algunos libros de la quema, tirando estos por la ventana y formando barricadas de defensa para que la destrucción no siguiera su curso. Lejos de ser partidario de celebrar este día, porque vivo en una Biblioteca y no me doy cuenta de cuando es la fiesta internacional, e imaginando que me encuentro en Sarajevo reconstruido por, quizás lo único bueno que han hecho los 'petrodólares qataríes'. He de decir que para mi es un día más de reivindicación de las Bibliotecas como espacios emocionales. Esto incluye libros, teatros, organización técnica, personas, profesionales, actuaciones, dinamizaciones. La reivindicación de un espacio que solían aparentarse aburrido y desolado, y que poco a poco se erige sobre una tierra infranqueable.
Y es que soy Bibliotecario desde los cinco años, cuando me dispuse a ganarme unos duros alquilando buenos libros que me iban regalando o que nadie quería. Hice que mi familia y amigos de mi familia se convirtieran en lectores de Gloria Fuertes, Del Barco de Vapor, de dragones y mariposas, de océanos, de la poesía de Lorca y Rafael Alberti, que eran como una especie de extraterrestres en aquel momento para mi. Unos cuantos años después, igual que las emociones que reconstruyeron Sarajevo, yo sigo creando Bibliotecas junto a Seroja y su evolución cultural, por que amo con locura esta profesión, porque remé contra viento y marea para navegar hasta Salamanca y aprender en el mejor escenario bibliotecario del mundo.
Esto que estoy escribiendo es todo lo que les conté a los más de doscientos alumnos y alumnas que vinieron a visitar la Biblioteca de Breña Baja, donde trabajo de forma más habitual, durante esta semana. Un espacio completamente transformado, que ordena sus libros a través de las emociones, en vez de editoriales, o edades, o materias, en un proyecto piloto sin precedentes. Una Biblioteca social, proyectada para el encuentro de las personas y el conocimiento. Un lugar de resistencia ante tanta adversidad, de oxígeno y respiro, con súper poderes arraigados a una creencia infinita en la lectura y su importancia en la vida.
Aquí no termina la celebración de este día, porque esta semana también celebramos que La Palma, nuestra isla, que sigue siendo lo más preciosa que puedan imaginar, por segundo año consecutivo, vuelve a liderar los Premios Nacionales de Animación a la Lectura en el Archipiélago, con cinco reconocimientos maravillosos del que se benefician las personas, a través de proyectos creados por auténticos profesionales de nuestro mundo. Hoy, especialmente, es el día de las Bibliotecas del Valle que en un año tremendamente complejo que ha terminado de la forma que jamás imaginamos posible, siguen peleando y regalando cultura a toda la comunidad, y aunque se hayan perdido las ganas, aunque se haya desvanecido la ilusión, el Club de Lectura de Todoque, las diferentes actividades en sus barrios, como en El Remo, La Aventura de Signar, el maravilloso mundo de los cuentos y narradores de El Paso, y tantos proyectos necesarios e imprescindibles, siguen latiendo en nuestro interior de una forma o de otra. Hoy también es su día, no por la devastación y la desolación, si no por la esperanza de mantenerse intactos, de sentirse irrompibles y con la certeza de recuperar el presente que la naturaleza nos ha arrebatado.
Y que más decir de este día que no diga todos y cada uno de los días. Qué sepan todos que un bibliotecario jamás se rinde, y lo ha demostrado en siglos y siglos de historia, hasta nuestros días, aunque nos olviden, aunque nos convirtamos en profesionales aislados, en centros que crecen y crecen y crecen y, les siguen poniendo barreras, o peor aún dejando de creer en ellos.
Compañeros y compañeras de profesión sigan navegando hacia el horizonte más cercano, que después habrá uno más y otro y otro, y no paren de hacerlo nunca, porque es nuestra manera de amar al planeta, nuestra tierra, de cuidarlo y leerlo, de educar y de aprender, de ser enseñantes que no saben, si no que enseñan a saber, de acabar con la prisa, y mejorar nuestro tiempo, sin utopías con los pies de vez en cuando alejándose necesariamente del suelo.
¡Feliz día, siempre, de las Bibliotecas!
Pablo Díaz Cobiella