No se trata ahora de que nuestro volcán gane más grand slams que  Rafa Nadal, ni de que dejemos de aliviarnos con paracetamol porque suba la tensión (esa subida de tensión no la cobra Endesa), ni tampoco se trata de ir a El Hierro a decirle a la gente que se relaje (un amigo me dice que lo que más nervioso le pone es que le digan que se relaje). No se trata de que nos preocupemos demasiado porque una congresista americana confunda la Gestapo con el gazpacho, cosa que digan lo que digan jamás ha pasado en España, ni de poner un securitas a la puerta de tu casa para evitar que te la okupen (un ricacho lo hizo y el securitas le okupó la casa). Tampoco se trata de terminar con la pandemia por decreto, algo que en la izquierda de otros tiempos se llamaba voluntarismo. Aquí de lo que se trata ahora en el postvolcán rico en dióxido de azufre y otros factores francamente desfavorables es de reconstruir un hábitat económico y social con generosidad y altura de miras. A Dios rogando y con el mazo dando, y yo me crié en Mazo, así que a mí no me miren.