Un año decidimos pasar las fiestas navideñas en un país de África Occidental. Tan cerca y a la vez tan lejos, porque esos lugares están a tan solo dos mil kilómetros, la misma distancia que tenemos con Madrid, pero son mundos lejanos, contrapuestos. Según la Unesco el continente africano tardará más de cien años en poder alimentar a sus conciudadanos. En primer lugar, pesan las realidades socioeconómicas, en segundo lugar figuran las diferencias culturales que aportan las propias religiones. Por ejemplo, en estas festividades que hemos dejado atrás no ves ningún árbol de Navidad ni ningún Papá Noel en las calles, tan solo alguno en los hoteles y restaurantes. Pero, curiosamente, como ejercicio de tolerancia tanto en Senegal como en Gambia las televisiones estatales daban en directo la Misa del Gallo en Nochebuena. En países donde hay mezquitas en cada calle sorprendía en el recorrido por las carreteras ver pequeñas iglesias católicas. Así que En Senegal la Misa del Gallo era transmitida desde Dakar y en Gambia desde la parroquia Santa Teresa de Calcuta. Un espectáculo curioso: en países estrictamente musulmanes respetan las fiestas cristianas, no en vano en el Corán se menciona a la Virgen María y a Jesucristo. Para ellos Jesús es uno de los profetas y la Virgen María es una figura tan venerable que es festivo el 15 de agosto.
Senegal y Gambia son países moderados donde el visitante es bien recibido, en Gambia el lema turístico es “Somos el país de la sonrisa. Aquí no hay problemas.” En ambos países muchos jóvenes sigan soñando con la escapada hacia Europa, a pesar de la peligrosidad de la travesía. Claro que con el paso del tiempo en ciertas mezquitas se tiende a formular un mensaje de radicalización. Por ejemplo: nos decían que Canarias fue África hasta que España conquistó el archipiélago, pero en el futuro ellos van a recuperar el territorio. Es el mismo espíritu que cuando en ciertos medios hablan de la reconquista de Al Ándalus.
El 11 de septiembre de 2001 cayeron las Torres Gemelas de Nueva York, con varios miles de muertos y unas consecuencias terribles a muchos niveles, no en vano aquel fue el punto más alto de las acciones del terrorismo islámico. Poco después surgió el proyecto de la alianza de civilizaciones, la idea fue propuesta por el presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero en la 59.ª Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004. Aquella propuesta defendía una alianza entre Occidente y el mundo árabe y musulmán con el fin de combatir el terrorismo internacional por otro camino que no fuera el militar.
Esta idea recuperaba, centrándose en una alianza entre islámicos y occidentales, la propuesta de desarrollar un Diálogo entre civilizaciones formulada por primera vez por Mohammad Jatamí, presidente de Irán, quien en 1998 introdujo la idea en contraposición a la teoría del Choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington. A partir de ello se proclamó 2001 como el Año del Diálogo entre Civilizaciones.
El programa tenía como puntos fundamentales la cooperación antiterrorista y la corrección de desigualdades económicas. Antes de ser asumido por la ONU, la propuesta consiguió el patrocinio del primer ministro de Turquía, Erdogan, así como el respaldo de una veintena de países de Europa, Latinoamérica, Asia y África, además de la Liga Árabe. En febrero de 2006, la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Condoleezza Rice, declaraba su interés en la iniciativa y su confianza en que los proyectos de la Alianza “sean compatibles con los objetivos de Estados Unidos”. Al cabo del tiempo, todo aquello parece letra muerta: en varios países islámicos las mujeres carecen de los mínimos derechos, ni siquiera se pueden escolarizar. ¿Qué decir de Irán, Afganistán, Arabia Saudí, los Emiratos y un largo etcétera?