El centro histórico de Los Llanos de Aridane: nota necrológica

Los Llanos de Aridane —
17 de abril de 2021 14:48 h

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Parece que hemos vuelto a los peores tiempos de los años sesenta y setenta, cuando la piqueta campeaba libremente. Hace poco tiempo asistimos, incrédulos, a una pérdida irreparable en el corazón mismo de Los Llanos de Aridane, la casa Pérez Felipe, situada en la plaza de España (antigua farmacia), sin duda alguna el mejor ejemplo de la arquitectura llanense del siglo XIX. El edificio tenía la suficiente entidad para albergar cualquier organismo público o administrativo, al igual que pudo haber sido adaptado al uso comercial, si ese era el fin, sin llegar al extremo de amputarlo, vaciarlo y eliminar todos sus elementos más singulares, como la original claraboya de su patio, para llenarlo después de fríos forjados de hormigón. Para remachar el atropello, en estos días hemos visto cómo han desaparecido, incluso, las ventanas de su planta alta, convertidas en dos especies de “peceras”, llamadas –es de suponer– a cumplir la función de surrealistas escaparates de artículos deportivos.

A ella le siguió la casa de la calle Benigno Carballo (Trocadero) nº 4, que, además de ser vaciada, también perdió sus puertas de madera y ventanas de guillotinas de amplias proporciones, sustituidas por impersonales carpinterías de aluminio y cristales enterizos, tan de moda en la ciudad de Aridane. La imagen que nos ha dejado esta intervención tiene un marcado impacto negativo en el conjunto de la calle. Todo ello no sólo contribuye a la despersonalización de la ciudad, a la pérdida de su personalidad y a la degradación de su imagen, sino que es una mala noticia para el desarrollo de la actividad comercial y para el turismo, que requieren de lugares y espacios públicos con identidad y calidad. 

Este viernes le ha tocado a la casa Gómez de Cáceres, cuyos últimos propietarios fueron la familia Bethencourt González, en plena calle Real, en uno de los pocos tramos que hasta ahora se conservaba casi intacto. Edificada en torno a 1796, se trataba de la tradicional –y ya cada vez más rara– vivienda terrera aridanense con las típicas ventanas de celosías palmeras, otro valioso elemento condenado a desaparecer. Las imágenes de su vaciado y destrucción dan escalofríos. Suma y sigue. Nadie pone coto a estos atropellos y a este desprecio hacia nuestra tan cacareada y poco defendida identidad. Y, aunque recientemente se ha aprobado la creación de una comisión municipal de Patrimonio, todo parece haberse quedado en el capítulo de las buenas intenciones. La verdadera realidad sigue su curso, al margen incluso de la legalidad, como en este caso, en el que se ha destruido un edificio protegido y catalogado. El atentado se ha ejecutado tras un “telón”. Han mandado a la policía municipal a rendir los honores funerarios. Descanse en paz.

La restauración de la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios tampoco invita al optimismo. Después de la inversión millonaria que las administraciones públicas se han gastado, la principal edificación histórica del municipio luce hoy una cubierta con teja de fabricación industrial que degrada el monumento, habiendo como hay diferentes alternativas y formas para mantener un tejado con teja tradicional. El problema, además, se ha extendido a las construcciones aledañas. En la casa situada frente de la puerta trasera de la iglesia se ha colocado un tejado similar, con un auténtico muestrario de “tejas de ferretería” a la vista.

El proyecto presentado en 2017 por el obispado de Tenerife preveía la sustitución de su pavimento original de madera (el más antiguo y mejor conservado), principal valor arquitectónico del edificio, por otro de hormigón armado revestido con las tablas del antiguo, regularizadas y transformadas, que tendría –para entendernos– el mismo valor histórico que un “piso de parquet”. Característico de nuestra isla, este tipo de suelo de madera no sólo no se encuentra en ninguna otra parte del archipiélago sino incluso en el resto de España. Si bien la Comisión Insular de Patrimonio desechó esta brutal intervención, su suelo (tanto de madera como de mosaicos de mármol, éstos últimos traídos de Sevilla en el siglo XVIII) sigue corriendo grave peligro si no se actúa bajo la dirección, control y supervisión de técnicos especialistas y profesionales en la restauración y conservación y regida por criterios de mínima intervención y reversibilidad, que aseguren que los valores históricos y culturales, materiales e inmateriales, del monumento, que motivarían su declaración como Bien Cultural, no desaparezcan para siempre. El proyecto modificado en 2020, a instancias de la Comisión Insular de Patrimonio, contempla levantar el pavimento para pasar las conducciones (a las que se tenía que haber buscado otra alternativa) y la sustitución, en porcentaje inquietante, de las tablas o mosaicos originales. Del tejado (por no hablar de la intervención en la torre), como a la vista está, sólo se salvó una mínima parte de las antiguas tejas. Hay que garantizar que eso no se repita. Siempre que no se trate de graves patologías estructurales, las diferencias de color, los bordes desgastados o los desgastes en general no justifican, a priori, la sustitución. La diferencia entre materiales históricos y los modernos “materiales de ferrería” estriba precisamente en las huellas que dejan en ellos el paso del tiempo, a menos que los queramos reemplazar por materiales relucientes de acabado mecánico. Procedimientos de lijado y pulido excesivamente abrasivos pueden también poner en peligro su aspecto original y convertirlo, como se ha dicho, en un suelo de “parquet”.

*Jesús Pérez Morera es profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, académico correspondiente de la Real Academia Canaria de Bellas Artes y miembro de la Comisión Insular de Patrimonio del Cabildo Insular de La Palma.