En estos tiempos de globalismo, de uniformidad del pensamiento, creo que se hace más necesario que nunca la existencia de voces que discrepen, que rompan con la uniformidad, que parece haberse instalado en la sociedad occidental. No se trata de cuestionar las bondades del pensamiento hegemónico, pero la uniformidad mental borra el debate y la variedad de opciones. De esa uniformidad solo salen individuos dispuestos a seguir consignas, sean estas las de Davos, las del estamento político, la agenda 2030, las de las nuevas normas morales o de las antiguas que en el fondo son las mismas o muy parecidas.
Para poder elegir tenemos que tener opciones. Sin opciones nuestra libertad desaparece. La libertad no es garantía de nada. Es solo un concepto tan necesario como peligroso, por el riesgo que conlleva cualquier elección, al hacernos responsables de nuestras decisiones. Elimina las certezas de los que no quieren correr riesgos y prefieren el determinismo de tener todo atado y el camino decidido, el suyo y el de los demás. La libertad en una sociedad solo garantiza que se hace dueña de su futuro.
Son tiempos de incertidumbre y de nuevas voces en muchos sitios, algunas preocupantes, otras esperanzadoras, casi todas populistas. En España surgieron hace años algunas ya, como Podemos, luego Vox. Una de estas nuevas voces viene desde la Argentina de Milei, pero sin entrar a valorarlas, resulta entristecedor que el rechazo a estos viejos-nuevos y refundidos planteamientos surja del dogmatismo, del insulto, del chisme, y no de una reflexión profunda donde rebatir sus postulados.
Cuando el sistema allá o aquí, se empeña en sofocar la disonancia arrinconándola desde la descalificación previa, el mismo sistema corta su propia capacidad de evolucionar.
Porque estas nuevas voces si no aportan, o sus planteamientos son solo regresivos, serán engullidas por los principios imperantes. Si son capaces de aportar algo, pueden llegar a ser incorporadas y si aportan mucho pueden incluso cambiar el rumbo social.
En un estado bien fundamentado, de principios sólidos, estas nuevas voces nunca serían un peligro porque sus planteamientos serían pronto o rechazados por la sociedad o incorporados.
Pero cuando el sistema es conocedor de sus disfunciones, pretende eliminar cualquier discordancia y para poder mantener el estatus privilegiado recurre a arengar a sus seguidores para la confrontación por medio del frentismo, el desprestigio del que disiente, la cancelación y la marginación. Y al hacerlo desde una posición de dominio resulta altamente peligroso.
Vivimos tiempos de dogmatismo, hipocresía y asfixiante corrección política. Abundan los ejemplos de esta cultura de cancelación como el sufrido por Anónimo García del movimiento ultrarracionalista tan bien contado por Soto Ivars en su libro 'Nadie se va a reír'.
Otras voces que se han escuchado recientemente salieron de la boca de viejos líderes políticos de izquierdas, que han sido rechazadas con la excusa pueril de la edad. La posibilidad de disentir cada vez resulta más complicada y los foros donde se pueda debatir van mermando, (que se lo digan a Savater en 'El País')
Cuando se produjo el llamado cambio de postura del actual líder del PSOE , en lo referente a la amnistía, este fue aceptado con asombrosa, casi unanimidad por las bases del partido. Bases que tan solo un mes antes pensaban todo lo contrario.
Cuando borramos el debate hasta en los partidos políticos, convertimos a los militantes en meros receptores de órdenes que deben cumplir para seguir dentro de la maquinaria del poder. A sus órdenes mi general, vista al frente, firmes, media vuelta, y todos al unísono se dan la media vuelta. Y si no giras, te quedas sin los garbanzos, seas un simple ciudadano, un militante o un diputado nacional, en este último caso, ración doble de garbanzos. En estas situaciones el peligro de que acaben aupados en el poder peligrosos dirigentes aumenta de forma exponencial, pues la selección que genera el debate desaparece.
Cuando se da la orden de media vuelta, la respuesta a esperar de una sociedad que piensa por sí misma no es el giro sincronizado con taconazo al final.
Prefiero los que, a esa orden, responden con la libertad de seguir mirando al frente, obedeciendo solo a su libre pensamiento. Es preocupante no encontrarlos dentro del estamento político.
Por eso es importante mantener la discordancia incluso aunque no hubiera motivos de discordar, que los hay. Del debate y las posteriores conclusiones llegan siempre mejores respuestas.
Porque para acordar primero hay que discordar. La necesidad de discordar, no como hecho puntual, sino como constante replanteamiento de las normas sociales que debe repetirse una y otra vez para que los acuerdos se renueven y se actualicen.
Si la síntesis lograda en un momento dado se hace permanente deja de ser útil y corre el riesgo de caer en dogma, y cuando esto ocurre la calidad democrática se resiente.
Si convertimos el acuerdo en conveniencia, si aceptamos la mentira como animal de compañía, si acotamos el debate solo dentro de las estrechas vías de lo políticamente correcto y las ideas nuevas son rechazadas solo por ser diferentes, el buen funcionamiento democrático seguirá disminuyendo peligrosamente. Y en eso estamos.