Fran Santana, tan solo y simplemente un hombre bueno

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Esta es la tercera vez que, en público, voy a hablar con Fran Santana Álvarez. 

Una mentira acompañada: 

Con Fran, no he dejado de hablar día tras día desde 2013. Por esa época comencé a conocer de cerca el Medio Ambiente palmero. Y me encontré rodeada, acompañada y asesorada por Andrés, por Isidro y por Fran. Sin olvidar a Elena, Marino, Tomás, Paco y demás compañeros del Área, que no hace falta citar, porque son cómplices de este homenaje.

Hoy sigo de la mano de esos grandes amigos y compañeros de Fran, tratando de poner unas pocas de migas más, por los caminos de La Palma, para que los que vengan detrás no se pierdan y continúen su trabajo en defensa de lo natural.     

Una verdad sin más: 

Recuerdo aquel conato del cruce en la carretera de acceso al Refugio del Pilar, cuando nos explicabas al detalle lo sucedido. Y de repente, cual un Kilian Jornet de todos los incendios, a la voz de alarma, subiste la cuesta empinada, entre pinos y vasta vegetación, para intentar atajar la muerte del verde oxígeno de nuestros montes, arriesgando esa vida, que regalaste a La Palma, en ese maldito agosto del dieciséis, en que “nos dejaste náufragos de tu amor”. 

Fran desde mi altillo: 

“Allá donde se cruzan los caminos…” Así versa una canción, que hoy me arriba a la cabeza, casi sin saber por qué. Bueno, la verdad es que si sé el porqué.

Porque esto de la vida es “un largo y tortuoso camino”. Y vuelvo a parafrasear otra hermosa balada.

Y si recurro a la música es, simplemente, porque, fuiste desde 2013, y serás, la eterna tonada que impulsará mis torpes pasos, por los senderos que me enseñaste, en ese pequeño año y medio en que tuve el privilegio de formar parte de tu existencia.

Hablador incansable, y alumno estudioso abierto al saber. Me hiciste cómplice de tu ecológica mirada, hacia esta Isla que tanto querías. 

Padre protector de una flora y fauna que otros no te dejaron cuidar y mimar como deseabas. Pequeño gran hombre (fisquito canarión). Corazón abierto a la amistad, aunque el semejante impidiese la cercanía.

Apasionado lector, cuentista, oidor de canciones bellas y comprometidas que hacías escuchar a tu familia. Una de tantas pudo ser esta: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui. Allá Dios que será divino, yo me muero como viví”. 

Tus raíces canarionas las dejaste atrás porque te enamoraste de nuestra Isla como de tu inseparable compañera, Nani, y de tus niños y niñas, Aythami; Iruya; Urma, Nuga e Irga. Ellos son el eterno futuro. El legado que hará que tu nombre perdure por siempre, en la historia de nuestra Isla, grabado en el corazón del hombre.

Me marcho de aquí: Pero, te voy a seguir pidiendo, que inspires mi camino, el que aún me queda, para continuar en la lucha que un día compartimos. No me dejes sola, menos aún vacía. Quiero que me siga doliendo tu muerte, tanto, que no encuentre remedio que calme tu ausencia. Y así, seguir pensando que un nuevo mundo, que otra Palma nos espera al final de este sendero inacabable. 

Termino recitando en tu honor:

   

    El hombre bueno,

    deja huellas

    con sus pisadas.

     En cualquier lugar,  

     incluso dentro de un lagar.

     También las deja,

     cuando habla,

     piensa y grita.

     Su voz cruza los océanos,

     y se hace eterna.

    

    Yo quiero pisar

    con las huellas de Fran,

    y marcar con sangre su camino.

    Subir hasta la cima,

    bajar a los barrancos,

    volar como las grajas.

    Silbar como los pinos

    cuando la brisa del alisio,

     afina sus movimientos.

 

    Sí, eso.

    Me gustaría dejar una única huella,

    en la tierra que transito.

     Y que cuando pasen por ella los hombres,

     la miren y digan:

     Aquí pisó Fran Santana, 

     fisquito de canarión

     renacido palmero.

     Tan solo y simplemente,

     un hombre bueno.

Hasta pronto, Fran.

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