Al parecer fueron los higos el único fruto que conocían los canarios prehispánicos que introdujeron en Canarias, a mediados del siglo XIV, marinos mallorquines. Fue Pedro de Vera, según Viera y Clavijo, el que ordenó, una vez terminada la conquista de Gran Canaria, traer árboles frutales de la península y de Madeira.
La tierra cálida y fértil de las islas de realengo, regadas por agua de nacientes, fuentes y lluvia, propició que los eruditos ilustrados residentes en Canarias las eligieran como tierras, “jardín de aclimatación”, y paso necesario de frutos, flores y árboles, que más tarde serían plantados en el continente europeo. De ese rico intercambio botánico procede gran parte de la riqueza agraria de frutas y árboles subtropicales del archipiélago.
De ese atractivo experimental por las exóticas frutas, árboles y plantas queda en un pequeño reducto o muestra en los huertos-jardín de las casas de la familia Sotomayor en el Llano de Argual.
En la monografía de la exposición La Cultura del azúcar. Los ingenios de Argual y Tazacorte (1994) el profesos Jesús Pérez Morera describe este espacio del Llano de Argual diciendo: “Detrás de la vivienda se encuentra la casa de purgar, de una sola planta, y el jardín, decorado con grutas formadas por rocas artificiales, paseos, estanques, fuentes y esculturas, plantas tropicales y exóticas. Por las particiones de 1613 y 1621 sabemos que la huerta trasera, que tenía dos fanegas, se hallaban la casa del hortelano, el llamado árbol del Parayso y un palomar de tea, sobre un esteo poblado de palomas”. El árbol del Paraíso, con propiedades medicinales, proliferó en la isla dando lugar, incluso, a topónimos y al menos hasta mediados del siglo XIX se encontraban algunos ejemplares en la actual plaza de España de Aridane, con anterioridad a la siembra en 1863 de los majestuosos laureles de India, remitidos por emigrantes desde Cuba, que se han convertido en un icono vegetal.
De viejo le viene a La Palma la admiración por foráneos de sus ricas y jugosas frutas. En 1561 visitó la isla el médico portugués Juan Méndez Nieto quien en referencia a las producciones agrarias de La Palma dice que “había una gran cantidad de excelentes uvas y peras, de mermeladas y de azúcar, y otras muchas cosas que hacen la vida agradable”. Según refieren las crónicas las peras palmeras llegaban a pesar hasta dos libras, algo más de 900 gramos.
El británico George Glas publica en 1764 un libro de descriptivo de islas en el que, refiriéndose a las frutas palmeros, dice: “Se encuentra aquí todas las frutas que creen en Canarias o en Tenerife, en mayor abundancia, hasta el punto que los nativos no llegan a poder consumirlas; pero como tienen gran cantidad de azúcar, fabrican muchas confituras y conservas, las cuales exportan al resto de las islas, y a ciertas partes de las Indias”. Confituras y conservas palmeras fueron un producto de exportación preciado.
De semejante manera se refiere el tinerfeño José Viera y Clavijo, en 1776, que describe a la isla como: “Fértil en todo género de frutas exquisitas, de que se hacen confituras”. Este último autor reseña que en San Andrés y Sauces sus frutos, entre otros, son: plátanos, dátiles y limones.
Escolar y Serrano entre 1793 y 1806 estable las producciones de frutas seca como son las pasas, guindas pasas e higos pasados y como frescas los higos y las manzanas, detallando precios y producción. Desde el puerto de Santa Cruz de La Palma se exportaban a Tenerife, por esos años, almendras, castañas, higos pasados y guindas pasas. En otro epígrafe denominado Frutas el mismo autor hace una aclaración diciendo: “Esta es sólo la de ciertos lugares que por abundar mucho suele venderse alguna porción en la Ciudad. El valor total de este ramo -señala unos 18.000 reales- no es fácil averiguarlo porque no se remata el diezmo de él por separado y además se la comen todas los dueños y medianeros o arrendadores de las tierras”.
Escolar y Serrano destaca como peculiar y las manzanas de Garafía diciendo que sus tierras son “las únicas para producir frutas delicadas de invierno como manzanas de toda especie”. Hoy las manzanas garafianas siguen siendo las más apreciadas de La Palma.
El ministro Pascual Madoz, en su Diccionario Estadístico (1845-1850), se refiere pueblo a pueblo sobre los frutos del campo de La Palma. En Barlovento apunta que sus buenas tierras de regadío y son apropiadas para “bananos, naranjos, cidroneros y todos cuantos frutos son propios de los trópicos; Produce: además de las referidas, pocos cereales, vino, almendras...”. En Breña Alta encuentra que “la parte cultivada está poblada de árboles frutales de mil especies, así agrios como dulces...”.
En Los Llanos, Madoz, encontró: plátanos, “higos de leche de los llamados picones”, duraznos, membrillos, naranjas, ciruelas, peras, castañas y guindas. Esta variada y rica producción de frutas en Los Llanos de Aridane debió ser consecuencia, como apunta Viera y Clavijo en 1776, que en este lugar: “Abunda en frutos, por lo que están allí los mejores mayorazgos de la isla”.
Continuando con Pascual Madoz, en el lugar de Mazo destaca los higos y los duraznos y en Puntagorda dice que se “crían muchos árboles frutales de todo género, y muy particularmente higueras, cerezos y hermosos viñedos”.
En 1863 el químico y naturalista José Luis Casaseca recogía un amplio catálogo de frutas y flores en Aridane como un “delicioso vergel donde contemplaba yo, en plena vegetación y al aire libre, la palmera, el plátano, la papaya, el guayabo, las dalias y los naranjos, árboles, arbustos y plantas de la isla de Cuba, al lado de la encina de Castilla, del castaño, del plátano de la India, del plátano del Líbano, de los rosales, claveles, alelíes, azucenas, espuelas de caballero, jazmines”, para concluir afirmando que la isla “reúne por su hermoso clima y en un sólo jardín las plantas de tantas y tan variadas zonas de la tierra”.
Hay una fruta en La Palma, de un exquisito sabor, que se ve muy poco en producciones experimentales y de autoconsumo como son los anones, aunque consta su existencia en el siglo XIX en las tierras propiedad de Eduardo Poggio en Los Llanos de Aridane. El retorno de los emigrantes cubanos debió favorecer la introducción de esta fruta, y otras, en la isla.
Las frutas se incorporaron a las manifestaciones ornamentales festivas, junto a rama de monte y flores. Era una costumbre generalizada el adornar en Semana Santa el monumento de Jueves Santo, -al menos desde 1706 ya existe constancia- con flores y naranjas.
En la visita que en 1758 realiza a la isla el fraile Juan Francisco de Medinilla y Tobalina en San Andrés encontró el objeto festivo de las frutas diciendo que, “por donde entró, y salió la procesión, había ramas en forma de Arco, cargadas de mucha fruta; y en la Yglesia había flores, frutas, membrillos, naranjas...”. De las frutas de San Andrés y Sauces ya se refería, con anterioridad a este año, Juan Núñez de la Peña diciendo, en 1676, que hay “muchas viñas, cogen de todas frutas”.
Los enrames con flores y frutas en el interior de las iglesias continúan en el siglo XIX. En Tijarafe en la “función” de 8 de septiembre de 1865, en honor de Nuestra Señora de la Candelaria, dice el cronista de El Time, que en la iglesia una “...multitud de luces ardieron sobre el altar y en los demás sitios aparentes; flores y frutos en profusión mezclándose sus suaves aromas con el incienso...”. Bella crónica entre el aroma de flores, frutas y la solemnidad del incienso.
Afortunadamente aún quedan algunos ejemplos, aunque escasos, de estas enramadas con frutas. Uno de los más bellos ejemplos de ramos de frutas, que tanto abundaron en las fiestas de antaño, se conserva en la fiesta de San Pedro y San Pablo en Las Lomadas (San Andrés y Sauces), que a modo de lámparas los cuelgan de los tirantes de la pequeña ermita.
En Breña Alta, en la festividad de San Pedro, en un arco de medio punto, cubierto de monte verde (brezo), cuelgan en su parte superior ramos de frutas. Normalmente son tres los ramos, dos en forma de peonza y uno que tiene la forma de un barco o lancha de pesca sobre el que asoma una pequeña figura de “un pescador” (vestido de clérigo), en clara referencia a la profesión del patrono del municipio. Los ramos se arman con frutas diferentes, en franjas iguales paralelas y circundantes combinando los tamaños de las frutas con sus colores y rematados en los extremos con un gajo de uvas.
En 1906 coincidiendo con la visita a la Isla del rey Alfonso XIII se preparó en el Mercado de Santa Cruz de La Palma la “Exposición agrícola industrial y de Bellas Artes” de La Palma dirigida por el aridanense Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942). El periódico palmero El Tabaco publicó un amplísimo catálogo de las producciones artesanas y agrarias de la isla expuesta a la comitiva regia que la visitó, guiada por el industrial tabaquero Gómez Wangüemert. Entre los productos del agro insular figuran frutas y variedad de conservas de diferentes productores, evidentemente preparadas para la exportación. En el año 1910 la Isla contaba con algo más de 46.000 habitantes.
Tierras limpias de aluvión o escorias volcánicas siguen dando frutos jugosos. La Palma continúa manteniendo el atractivo natural de sus frutas y el palmero disfrutando al sembrar un árbol frutal, verlo crecer, “parir” y contemplar como van pasando los años mientras conjuntamente envejecen. La memoria familiar mantiene el recuerdo del antepasado que lo sembró, muchos de ellos traídos del tornaviaje desde América.
Cada año en La Palma maduran naranjas, plátanos, aguacates, manzanas, duraznos, peras, uvas, tunos, papayas, nísperos, higos, guayabas, ciruelas... El mayor placer es coger la fruta del propio árbol, y allí mismo embriagarse con su aroma y sabor dulzón.
* María Victoria Hernández es cronista oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009).