Los gases, la mala gestión política y el futuro incierto de Puerto Naos

11 de julio de 2022 08:40 h

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Dentro de poco se cumplirán 10 meses del inicio de la erupción volcánica de La Palma, y casi siete desde que la declararon extinguida. Sin embargo, a bastantes kilómetros del cono volcánico, los vecinos de La Bombilla y Puerto Naos y los de las fincas las Hoyas, han tenido que esperar meses para poder entrar a sus propiedades. Primero les fue permitido y con restricciones horarias el acceso a parte de las fincas, y continúan sin permiso aún, para poder entrar y recuperar sus casas, vida y negocios en estos dos núcleos de población costeros.

El motivo de tal prohibición, con unos daños económicos enormes, ha sido la presencia de gases de origen volcánico. No hablamos de la mezcla tóxica de gases y micro partículas, como los que respiramos durante la erupción, mezcla que los expertos englobaban bajo el concepto de “calidad del aire”. Desde hace tiempo, el problema es curiosamente un gas que no se mide habitualmente como parámetro de calidad del aire, porque es el más inofensivo de todos, se trata del CO2.

Podría parecer que la emisión de CO2 desde el subsuelo es absolutamente imposible que ocurra en ausencia de una erupción volcánica activa. Nada más lejos de la realidad. Como este gas asciende desde bastante profundidad y salen a la superficie a través de grietas o terrenos porosos, a estas emanaciones se llaman “emisiones difusas”, y se sabe que son de origen volcánico porque el gas tiene una determinada combinación de isótopos del átomo de carbono (el CO2 es químicamente dióxido de carbono), que no ocurre en otras fuentes que también añaden CO2 al aire atmosférico. Fuentes como ciertas actividades industriales o el uso de fuentes de energía de combustibles fósiles (a este CO2 se denomina de origen antropogénico), y la cantidad que se añade al medio ambiente por los volcanes activos y por emisiones difusas es muy poco importante en relación al CO2 que generamos los humanos (antropogénico), especialmente creciente a partir del desarrollo de la era industrial. Este aumento progresivo del CO2 es una de las causas más importantes del efecto invernadero y cambio climático.

Estas emisiones difusas de CO2 sobre las que continuamente algunos vulcanólogos y especialistas afines continuamente hablan, a veces con afirmaciones hiperbólicas como emisiones de gases “incompatibles con la vida”, o que pueden durar muchísimos años o más, en realidad han existido siempre. El INVOLCAN lleva midiendo emisiones difusas de CO2 de origen volcánico desde hace bastantes años en al menos tres islas: Tenerife, la Palma y El Hierro, y esos niveles se encuentran elevados desde bastante antes de la erupción submarina del volcán Tagoro (2011) en El Hierro, también en Cumbre Vieja, desde muchos antes de la erupción de noviembre pasado, y también en la zona del Teide en Tenerife (sin erupciones volcánicas desde el Chinyero en 1909). En consecuencia, las emisiones difusas de origen volcánico son frecuentes en las Islas Canarias, especialmente en estas tres donde han ocurrido las últimas erupciones. La emisión del CO2 que se está midiendo en la costa del Valle es un fenómeno normal, que ocurre en la cordillera de Cumbre Vieja desde hace bastantes años; quizás ha existido desde épocas muy anteriores a que se comenzasen a medir gases de manera sistemática y con el equipamiento adecuado.

Aclarado el origen, pasemos a analizar los niveles de emisión y el riesgo para la salud de la población. El CO2 es un componente habitual del aire atmosférico a una concentración muy baja, cercana al 0,04%. Esto significa que de cada mil moléculas (partículas) por millón del aire que respiramos (se denomina por eso ppm, partículas por millón), unas 400 son de CO2; el resto del aire es fundamentalmente nitrógeno (N2) y cerca de un 21% (a nivel del mar) es oxígeno (O2).

La primera sorpresa para mucha gente que desconoce cómo funciona el cuerpo humano (este es mi campo de estudio, la fisiología), es conocer que los humanos (como la mayoría de los seres vivos), para obtener energía de la glucosa o de los ácidos grasos (nutrientes) consumimos oxígeno y producimos CO2. Ese gas “potencialmente letal” para algunos, lo producimos nosotros y lo tenemos en el interior de nuestro cuerpo. Absolutamente en reposo, podemos producir unos 200 mililitros/minuto de promedio, y si hacemos ejercicio y necesitamos más energía, aumentamos también la producción de CO2 y el consumo de oxígeno. Sin embargo, no lo acumulamos, el aparato respiratorio se encarga de añadir al cuerpo el oxígeno que necesita cuando inspiramos, y expulsar del cuerpo el CO2 que producimos cuando espiramos, de modo que la concentración de CO2 en sangre arterial, en reposo o durante la actividad física se mantiene siempre constante. Segunda sorpresa, si yo hiciera una espiración forzada (expulsar todo el aire que pueda), los aparatos que miden el CO2 en ppm podrían medir en el aire que expulso hasta 50.000 ppm. Esa es la concentración del CO2 que todos tenemos en el pulmón (más de un 5% del gas alveolar es CO2). Ya muchos se estarán preguntando cómo podemos estar vivos.

Estas concentraciones de CO2 en el cuerpo las tenemos porque nuestro cuerpo lo produce y también porque en el aire que respiramos, apenas hay CO2. ¿Es normal respirar aire que tenga una mayor concentración de CO2 que el habitual de la atmósfera? Ocasionalmente sí. Hay determinadas industrias en que se produce CO2 y los trabajadores pueden respirar concentraciones mayores de esas 400 ppm; sin embargo, no hace falta que un proceso industrial produzca CO2. En un aula de un colegio normal, o en una oficina de bastantes trabajadores en espacios reducidos, son las propias personas cuando respiran quienes añaden CO2 al aire, de modo que, si el espacio no está bien ventilado con aire exterior, ese CO2 que producimos va a ir aumentando la concentración del aire que respiramos, y el CO2 en el aire va a ir aumentando y puede superar las 1000 ppm dependiendo del grado de ventilación de la habitación. En muchos espacios de estas características, interiores, con personas respirando y mal ventilados (sin renovación del aire) se suelen colocar sensores de CO2 que te indican la calidad del aire y la necesidad de renovarlo ventilando el espacio interior. Este problema no ocurriría si un mismo número de alumnos se coloca exactamente igual de cerca en el patio del colegio; ahí el CO2 que producen se mezcla con un volumen mucho mayor de aire atmosférico de modo que siempre respiran aire “puro”.

Las normativas de toxicidad de CO2 siempre se refieren a tiempo de exposición continuada, respirando aire que se encuentra permanentemente a una concentración de CO2 más alta que el aire exterior. Por ejemplo, algunos organismos de salud pública desaconsejan pasarse más de 8 horas seguidas respirando aire a una concentración mantenida de 5.000 ppm. Conforme aumenta la concentración de CO2 en el aire (mayor cantidad de ppm de CO2) los tiempos de exposición sin riesgo son menores, y a concentraciones muy altas, puede el individuo comenzar a padecer síntomas, y en situaciones extremas incluso llegar a correr riesgo su vida ¿Son frecuentes esas concentraciones peligrosas? No en la vida diaria (aunque se llene un local mal ventilado con mucha gente); habitualmente se deben a accidentes laborales en que se liberan cantidades importantes de CO2 en espacios cerrados; un ejemplo que suele producir muertes por esos niveles extremadamente altos de CO2 ocurre en las fábricas de hielo seco. Estos bloques sólidos que se usan para mantener sustancias a temperaturas muy bajas (como las vacunas del COVID), es en realidad CO2 a muy baja temperatura y en estado sólido. Como se utiliza CO2 en la fabricación, en estas industrias sí puede haber accidentes de consecuencias fatales, siempre en espacios interiores.

La fisiología y la medicina conocen los riesgos, los efectos sobre el cuerpo y los síntomas de esas situaciones en que una persona respira accidentalmente concentraciones altas de CO2 ; lo que no aparece en los libros de texto ni en la literatura científica médica, es lo que ocurre si las personas se ven expuestas, tanto en ambientes exteriores como interiores, y de modo continuado, a concentraciones superiores a 5.000 o 10.000 ppm, porque estas exposiciones continuadas no ocurren de modo natural, ni han sido descritas.

Esta visión catastrofista y potencialmente letal de niveles muy elevados de CO2 es la que nos han venido informando que ocurre en toda la zona que ha permanecido excluida en la costa del Valle. Esta ha sido una decisión del responsable último del PEINPAL (el Plan de Emergencias Insular de La Palma), responsabilidad que ostenta el Sr. Presidente del Cabildo Insular de La Palma.

Si la finalidad de excluir o limitar el acceso a zonas con cantidades potencialmente tóxicas de CO2 es evitar a las personas efectos nocivos sobre la salud, cualquiera entendería que deberían ser expertos en fisiología y medicina quienes se encargasen de valorar los riesgos, analizar clínicamente los efectos y de asesorar a las autoridades sobre lo que deben hacer. Presuntamente con esta finalidad, fui invitado inicialmente por la consejera Nieves Rosa Arroyo (médico y amiga) y posteriormente y a solicitud del propio director del PEINPAL fui nombrado por la rectora de la ULL, desde el pasado 21 de abril, experto en representación de la Universidad de La Laguna para el Comité Asesor en materia de Salud Pública del Plan de Emergencias del Cabildo Insular de la Palma. Me avalaba este nombramiento el ser profesor de fisiología de la Facultad de Ciencias de la Salud, el tener experiencia en investigación sobre ejercicio y respiración en altura (ambientes con menos oxígeno que a nivel del mar), y el ser médico.

Desde el primer momento, y tras revisar en profundidad la bibliografía existente, no me pareció razonable la exclusión de los trabajadores del acceso a las fincas de las Hoyas basados en los niveles de CO2 que utilizaban como criterio de exclusión. En ese momento, tanto el INVOLCAN como el IGN hablaban de un concepto que es un atentado a las leyes de la física de gases; decían que la exclusión era por que ocurría un desplazamiento del oxígeno; es decir, no era el CO2 el que producía la toxicidad, sino la disminución de oxígeno (hipoxia) que ocurría cuando aumentaba el CO2. Ya antes del nombramiento por la rectora presenté a la reunión del comité asesor un informe técnico por escrito, denominado Propuesta científico técnica de los efectos sobre la salud de gases para la población en zonas evacuadas, donde concluía que no se podía explicar un desplazamiento del oxígeno (con problemas para la salud por el déficit de oxígeno) con los niveles de CO2 que se medían, y sugería que me permitieran realizar estudios de la respuesta fisiológica a la exposición al aire en estas zonas valorando los efectos sobre diferentes parámetros clínicos, medibles con aparatos. Oficiosamente conseguí acceder a la zona poco después y comprobar in situ los niveles de CO2 y los efectos sobre diferentes variables clínicas (con los mismos aparatos que había sugerido), y comprobé que ni se detectaban niveles tan altos de CO2, ni aparentemente tenía los efectos que debería tener una exposición prolongada a esos niveles que medían tanto el INVOLCAN como el IGN. Quizás a costa de insistir continuamente en que con los niveles medidos de CO2 no existía riesgo en exteriores, se comenzó a permitir el acceso a trabajadores a determinadas fincas durante 5 horas al día. Sin embargo, el tema de las casas era inabordable y la negativa era sistemática.

Siempre he preguntado que, si los niveles son potencialmente tóxicos, qué tipo de problemas médicos habían detectado en los trabajadores de las desaladoras, que llevaban ininterrumpidamente desde casi el inicio de la erupción, y también en los que se incorporaron más tarde, los trabajadores del muelle o embarcadero de La Bombilla (una zona donde se suelen detectar niveles mayores de CO2). Ante esta pregunta directa y con la finalidad de intentar averiguar el riesgo real para la salud en individuos que en algunos casos llevaban ya expuestos a los gases de la zona cerca de 10 meses, al menos durante 8 horas diarias, la respuesta a la pregunta siempre ha sido la misma: ninguna. Parece que en el PEINPAL distinguen dos tipos de habitantes en la isla, los que se pasan buena parte del día en zonas de exclusión sin tener problemas de salud, y los que son excluidos de poder acudir a sus propiedades porque corren riesgos para su salud. Esta es sin lugar a dudas la paradoja del CO2, y hablemos claro de una vez, también es una ofensa a la inteligencia de los palmeros, quienes se deben estar preguntando, ¿por qué yo no puedo acudir a mis propiedades (casas o fincas) al mismo tiempo que otros deambulan por esa misma zona sin problema alguno?

Tanto el INVOLCAN como el IGN tienen sistemas de medición de gases en diferentes zonas de la costa, tanto en exteriores de Puerto Naos, La Bombilla y últimamente en las fincas, y también en algunos interiores de garajes y plantas bajas. Siempre he preguntado a qué altura se colocan los sensores, y mirando los gráficos lo he ido descubriendo. Desde 30 cm del suelo hasta excepcionalmente y en sólo un punto (que recuerde), a algo más de un metro y medio, tanto en exteriores como en interiores. Asumiendo que efectivamente los gases emanan del subsuelo, es lógico pensar que las mayores concentraciones de CO2 se midan conforme más bajo coloques el sensor.

Cuando decidieron trasladar el tema de la apertura de las zonas excluidas al PEVOLCA (asistí a dos reuniones) se solicitó la asistencia de otro experto en Fisiología de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, así como expertos de Salud Pública. Ambos representantes de las dos universidades, presentamos cada uno sendos informes con propuestas de base científica para analizar la viabilidad de comenzar a retornar a las zonas excluidas sin potenciales riesgos para la salud. Proponíamos comenzar a utilizar el agua en las casas, rellenando los sistemas de atrapamiento de gases de los desagües y rellenando de agua los pozos negros (abundantes en Puerto Naos y prácticamente existentes en todas las casas de La Bombilla), y también ventilar durante varias horas al día las casas, y en los garajes que contasen con sistemas de extracción de gases operativos, ponerlos en marcha, y si no era posible o no los tenían, impedir el acceso a los garajes. Mi informe, con medidas desglosadas y justificadas fue entregado el 3 de junio pasado, y el título era: Medidas para asegurar un acceso sin problemas para la salud a las fincas y casas de La Bombilla y Puerto Naos. Aunque lo había hecho llegar por escrito, lo tuve que explicar en el PEVOLCA ante un comité curioso: excepto los representantes de ambas universidades, un toxicólogo que hizo un único comentario poco científico, y los representantes de salud pública (que ya traían un no por respuesta), el resto de representantes del PEVOLCA no tenían formación alguna en salud y efectos de gases, pero eso sí, todos se negaron a considerar una reapertura excepto los representantes de las universidades.

¿Qué les planteé en esa reunión a los miembros del PEVOLCA? Que los pozos negros y desagües eran acumuladores de gases del subsuelo que llenaban de CO2 el interior de las casas; casas que además llevaban sin ventilación hasta 9 meses. Es imposible que una casa acumule más CO2 en su interior que el que hay fuera (recuerden que cuando los gases del volcán eran de mala calidad aconsejaban quedarse en su casa, no salir a respirar en el exterior).

También he ido escuchando datos que sorprenderán a más de un lector; si en lugar de plantas bajas y sótanos, se miden los gases en la primera planta de edificios cerrados, el nivel de CO2 desciende bastante. También me consta que, en La Bombilla, a menos de 50 metros de donde se miden niveles de gases que “pueden matar”, hay una casa pegada a la carretera que, tras nueve meses cerrada, tenía sólo 1000 ppm de CO2, los mismos niveles que el aula de un colegio tras tres horas de clase. He pedido que midan los gases exteriores a tres o más metros de altura (estoy convencido que serán casi normales), y que también midan el CO2 en el balcón exterior de un segundo o tercer piso de un edificio de Puerto Naos, y en el interior de ese mismo piso. Mi hipótesis es que en el balcón los gases tendrán los mismos niveles que en la plaza de Los Llanos, y que en cuanto comiencen a hacer correr el agua por desagües y llenen un poco los pozos negros o alcantarillas (donde las haya) y al mismo tiempo, ventilen las casas durante varios días, en Puerto Naos, tendrán el mismo CO2 que en un piso de los Llanos.

Ante estas propuestas, parecidas en los informes de ambas universidades, la primera decisión del presidente del Cabildo (que es quien convoca a las reuniones del PEINPAL) ha sido desestimarlas y no convocarme más, desde hace ya dos reuniones. Tras pedirlo por escrito sin éxito al PEINPAL, una conocida me hizo llegar un informe de Salud Pública bastante negativo sobre la apertura de Puerto Naos y La Bombilla, informe que habían repartido a las asociaciones de vecinos de ambos barrios, pero que a mí (siendo asesor del PEINPAL) no me lo hicieron llegar. Desde el punto de vista científico, el informe de Salud Pública que leí con detenimiento es bastante endeble, y sólo tiene una cita bibliográfica, que en realidad es el texto de un resumen de un capítulo de un libro (resumen que busqué y leí), en que se habla de una manera bastante especulativa y sin evidencias experimentales claras de efectos del CO2.

Reitero lo dicho, son los fisiólogos y los médicos clínicos quienes tienen que analizar el riesgo para la salud. Aprecio y he tratado al Dr. Nemesio Pérez, pero el INVOLCAN no aporta nada a que la población pueda volver a sus casas y fincas (las trampas alcalinas no son de utilidad). A nadie debe extrañar que los vulcanólogos tengan un desconocimiento importante sobre salud (exactamente el mismo que tengo yo y todos mis compañeros de Facultad sobre vulcanología), y me consta que en Salud Pública no estudiarán nunca el problema con rigor científico. Como profesor de Fisiología y médico, puedo comprometerme a establecer un protocolo para intentar disminuir los gases acumulados en las casas, y programar una progresiva ocupación de las viviendas, empezando por los pisos más altos de los edificios, conforme se compruebe el descenso de gases en su interior. Además, se puede establecer para los centros de salud y el Hospital Universitario de La Palma un protocolo de evaluación clínica de posible riesgo de exposición a un exceso de CO2. Para elaborarlo puedo contar con compañeros profesores de la Facultad, especialistas en Neumología. Con alguno ya he hablado e incluso localizado aparatos clínicos que con un análisis sencillo pueden detectar si una persona ha acumulado CO2. Este es el papel que pueden realizar las universidades en la recuperación de la vuelta a la normalidad en la costa del Valle: ciencia y conocimiento con el objetivo de una vuelta sin riesgos para la salud. El problema no lo va a solucionar la negativa sin base científica de Salud Pública, ni continuar con las mediciones ad eternum de CO2 de los otros organismos implicados.

El Sr. presidente del Cabildo tiene la potestad de ponerlo en marcha, cuanto antes, porque cada día de retraso supone pérdidas económicas, angustia, desesperanza y posibles problemas de salud física y mental para los afectados.

Por último, un dato del que no se ha hablado ni ha aparecido en prensa: en las cercanías de ese sendero alrededor del volcán donde suben autobuses de empresas y lo recorren visitas turísticas guiadas, se ha medido alguna vez 30.000 ppm de CO2. No entiendo la prisa en montar esta actividad turística, no exenta de riesgos, y la lentitud ya exasperante e irresponsable en recuperar Las Hoyas, La Bombilla y Puerto Naos, que es en buena parte el motor económico del Valle.

Ya que no se me convoca al PEINPAL, pongo a disposición de las asociaciones de los afectados del Valle mi asesoramiento y el de conocidos expertos de la Universidad que puedan y estén dispuestos a ayudarnos en este objetivo de intentar recuperar la normalidad, vidas y actividad económica de la zona excluida.

Aldo González Brito