¡Qué bonita es la inocencia!
escuchaba de chiquito,
cuando todo era bonito
y pura nuestra conciencia.
Al crecer llega la ciencia
envuelta en la libertad,
pierdes la felicidad
entre falsas ilusiones,
te curten las decepciones
y descubres la verdad.
Jócamo, 29.XII.2023
NOTA: “La Navidad es fiesta de niños”, recuerdo escuchar de pequeño, cuando no acertaba a entender la razón del mensaje, pues entonces me parecía que la disfrutaban tanto grandes como pequeños.
Olvidaba algo fundamental: ¡la inocencia!
No sé si entonces los niños éramos más o menos inocentes que ahora, ni es mi misión juzgarlo. Entonces no había televisión con imágenes, ni helicópteros de los que descienden pomposamente sus majestades; todo era más sencillo y mágico. Los Reyes Magos venían a lomos de camellos imaginarios que nunca veíamos, si acaso escuchábamos el tintineo de un almirez que a modo de campanilla agitaba un paje invisible (una tía, quizás) que nos despertaba nerviosos anunciando la hora de “abrir los regalos”.
Era el momento de la ilusión de los pequeños y de la emoción de los padres contemplando el regocijo de los niños. No acertábamos a entender la magia de la omnipresencia real, ni cómo unos camellos invisibles habían devorado la hierba que le habíamos colocado con esmero por la noche colmando un balayo.
Crecíamos rápido y descubríamos la verdad entre un desconcertado “ya lo sabía” y un desconsolado “ya me parecía a mí, que eso tan bonito no podía ser”.
Me cago en la verdad.