Juan Julio Fernández. La promesa

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La mañana me trajo la noticia de tu partida, y sin querer, he recordado al poeta Miguel Hernández en su preciosa oda a la amistad. En alguna de aquellas noches templadas del verano en El Médano, tú, Juan Julio, me dijiste, como quien no quiere la cosa: Isabel, vamos a hacer una promesa. Si yo me muero antes que tú, prométeme escribir algo sobre mí, y si te mueres tú, prometo que te haré una reseña estupenda, dijiste entre risas.

A mí me hizo gracia la propuesta porque cuando aún se es joven, la muerte es algo muy lejano en la que no se piensa, ni mucho menos se hacen promesas. Pero tú, Juan Julio, con el humor palmero que te caracterizaba, repetías que teníamos que hacerla.

El veintitrés de octubre, la mañana me habló sin concesiones de tu partida, de tu marcha. Y a mí lo juro, me ha dejado plantada en el asombro. Yo de ti Juan Julio solo puedo decir que eras mi amigo, que habíamos compartido las maravillosas noches del verano en El Médano. Y recuerdo la promesa que no te hice, pero que tú me pediste. Y no sé qué hacer, solo soy una personita que se debate entre escribir y no escribir a la muerte de un amigo. Un día llegamos a este mundo sin que nos pidan permiso y saldremos de él de la misma manera. O sea, que nacer y morir, lo más importante, no es decisión nuestra. El nacer se lo debemos a nuestros padres y la muerte, como diría Epicuro, no es asunto nuestro. Aunque yo sigo teniendo la promesa como si fuera la espada de Damocles sobre mi cabeza.

Juan Julio, tú has dedicado tu vida a la arquitectura, pero a nosotros nos unió la poesía, que tú leías y degustabas y tal vez pensabas, como Federico, aquello de que “las cosas tienen su misterio y el misterio que tienen todas las cosas, es la poesía”. Seguro que tú adivinabas ese misterio. Y te gustaba, aunque no fuera para escribirla, que lo que yo supe de ti fue mucho de tu prosa brillante, de tu generosidad a la hora de hablar de un libro.

Fíjate, casi me había olvidado de las veces que me presentabas algunos de mis libros y tu prosa elegante, culta y refinada le daba categoría a lo que yo escribía con más atrevimiento que sabiduría. Pero tú los valorabas y yo me sentía tan contenta. Por eso, ahora mismo que ya no estás para preguntarte, no hago más que darle vueltas al asunto de escribirte porque solo me sale una cosa, gracias, amigo, porque en la intersección entre mi tiempo y tu tiempo, pudimos conocernos y admirarnos.

Querido Juan Julio, me dejaste a mí la promesa que tú hiciste y me viene a la memoria el estribillo de una popular canción andaluza que sintetiza lo que siento en estos momentos. “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.

Hay una cosa que la muerte no puede quitarnos y es la alegría de habernos conocido, de que la palabra bailara entre nosotros una hermosa danza, la del Bolshoi como decías entre risas.

Buen viaje, amigo.

Isabel Medina. Noviembre 2023