El 25 de noviembre es el Día internacional contra la violencia machista. Y puede ser que la onomástica esté pasada de moda o no, tal vez para otro debate, pero bien es cierto que esta fecha está desgraciadamente marcada a fuego violeta en nuestro calendario, y sí, desgraciadamente, porque tener un día en el que recordamos a las que fueron asesinadas, énfasis en asesinadas, significa que hemos fracasado como sociedad. Significa que ya no están porque otros se creyeron que eran tan suyas, que creían que era suyo su destino.
Me niego a plasmar el número concreto de mujeres asesinadas este año. A partir de una son demasiadas. A partir de cero hemos hecho algo mal.
Ellas no son un número. Si algo tenían, de lo poco que les dejó su agresor machista, fue su historia, su nombre propio.
Por eso, creo que este viernes todos, y particularmente todas, somos Claudia, que tenía 17 años cuando su novio de 19 no entendió que ella no podía dejar su relación y este la acuchilló hasta la muerte. O también podemos ser Raquel, 32 años, que no quiso denunciar a su marido, que todas las noches le daba palizas, porque sus dos niños acababan de empezar el cole y eran muy pequeños, cuando no pudo más y se atrevió, la estranguló en su casa delante de ellos. Yo hoy también soy Cristina, 18 años, que había aprobado la Selectividad y la habían aceptado en Medicina, la carrera de sus sueños, debería haber tenido el mejor verano de su vida; sin embargo, su exnovio nunca aceptó la ruptura y la asesinó en una tarde de verano. Trinidad, 50 años, creía que cumplir los 50 era un buen momento para recomenzar su vida. Acababa de comprar un nuevo piso, el negocio del invernadero era estable y sus cuatro hijos se habían independizado. Quería también dejar a su marido, que le disparó con su escopeta de caza y luego se suicidó con el otro cartucho.
A Virginia no le protegieron las órdenes de alejamiento, a Eva no le sirvió ser una empresaria de éxito, ni a Mariángeles divorciarse de su agresor.
Y todas ellas, junto con muchas más, hoy nos hacen erizar la piel y sentirnos incómodos mientras conocemos pinceladas de sus historias.
Pero lo mínimo que esta sociedad puede, y debe hacer, es ganarle la batalla a aquellos que quisieron borrarlas de la historia.
Que no nos dé la gana.
La violencia de género no entiende de razas, de edad, de lugar o profesión; de clase social o nivel económico; por eso es de género, porque de lo único que entendió el asesino fue que la asesinada era una mujer.
Para aquellos lectores que no entienden que este día tiene una clara acepción política, como así se hace entender en el título, déjenme recordarles, estimados lectores, que frente a quienes hoy niegan dicha violencia desde las instituciones, frente a los que se ríen en minutos de silencio por víctimas de violencia de género, hoy la realidad les da una bofetada y ellas dicen que hasta aquí, que ni una menos, que son las nietas de las brujas que no pudieron quemar y , particularmente hoy, somos las hijas, amigos, padres, conocidas, vecinos y profesoras de las que consiguieron asesinar.
Y no, no pasarán. Ni vencerán ni convencerán porque esto sí que rompe España. La rompe en mil pedazos.
Que nadie nos haga pensar lo contrario. Es muy fácil vivir en el infierno, sólo hay que convencernos de que no existe un lugar mejor.
*Tomás González Francisco es secretario general de Juventudes Socialistas La Palma