El otro día escuchaba en la tele la noticia de que treinta jóvenes habían sido pillados haciendo un botellón, con el consiguiente riesgo que eso podría suponer para la salud colectiva de la población. La extraña sensación de déjà vu me dejó pasmado. “¿Acaso no he escuchado esta misma noticia ayer, y anteayer, pero en otra ciudad?”. Pues bien, de treinta en treinta, de fiesta en fiesta, este tipo de comunicados ha puesto a la juventud en el punto de mira de la opinión pública. Tantos y tantos jóvenes bebiendo y abrazándose sin mascarillas. La información, claro, como todas sus predecesoras, no incluía el dato de que, en el lugar en cuestión, vivían unos cien mil jóvenes. Es un acto, por supuesto, injustificable, pero ¿acaso nos da derecho a resaltar la palabra “juventud” como el gran problema de la expansión de la covid-19? ¿Qué pasa con los “no jóvenes” o “no tan jóvenes”? En mi barrio, por ejemplo, todos los jóvenes (prácticamente todos) llevan mascarilla; el grado de estupidez lo aportan muchos adultos, bien sea cuando sacan a pasear al perro o cuando van a tirar la basura. No valen las justificaciones del tipo “este es un barrio tranquilo y no me cruzo con nadie”. Justo unos minutos antes de ponerme a escribir este artículo, salí a tirar la basura y me crucé con un vecino. El vecino me dio una pequeña lección magistral sobre el peligro que suponen los hábitos nocturnos de los jóvenes. El discurso lo pronunció casi a gritos (debido a la distancia que marqué) y sin mascarilla. Las normas están para cumplirlas. Resulta vergonzoso que sean los jóvenes (al menos los de mi barrio), precisamente, los que, con su conducta, tengan que dar ejemplo a los “no jóvenes”.
Pues bien, hecha esa aclaración introductoria, este artículo pretende centrarse en un tipo concreto de “no jóvenes” que contravienen todas las normas legales y sanitarias, dando en ocasiones una increíble sensación de impunidad. Se trata de los negacionistas. El término negacionismo es muy tentador, y puede llevarnos a incluir en él, sin temor a equivocarnos, a todo tipo de portadores de las más diversas patologías sociales (terraplanistas, bebelejías, obsesos del 5G, reptilianos…), a predicadores, a personas con cerebros restrictivos… Es tanta la variedad de perfiles que, por simple curiosidad, me he puesto a esquematizar y a elaborar una clasificación de los negacionistas.
De entrada, podemos distinguir tres tipos de negacionistas, y cada uno de esos grupos, a su vez, se puede subdividir en otros tres. Así que el negacionismo, en el fondo, se reduce a un tablero de nueve casillas dispuestas en una matriz de tres filas por tres columnas. Los tres grandes grupos del negacionismo son los agitadores, los amplificadores y los discípulos. Los agitadores vienen a ser los grandes líderes de los que parte todo este despropósito, y, en consecuencia, sus nombres y sus rostros son los más conocidos (al menos entre sus simpatizantes). Los amplificadores son aquellos que se dedican a mimetizar, a imitar y a repetir las consignas y mandamientos dictados por sus líderes, de manera que son ellos quienes, cotidianamente, comparten y expanden por las redes todo tipo de publicación sensacionalista contraria a la realidad, publicación que, por supuesto, no está sustentada por ningún tipo de aval científico. En el nivel más bajo de la jerarquía tenemos a los discípulos, esos adeptos, fans, que parecen tener una boca de buzón, en el sentido de que se lo tragan todo. Definidos los tres grandes grupos, paso ahora a profundizar y subdividir cada uno de ellos.
El grupo de agitadores es el más disperso, o sea, donde se dan las mayores diferencias, pues los tres perfiles que vamos a definir corresponden a tres tipos de objetivos que poco tienen que ver entre sí. Por un lado, estarían los oportunistas, esos que solo buscan poder (político, social, laboral…) o un beneficio económico. En consecuencia, se trata de los auténticos estafadores infiltrados en el movimiento negacionista. Otro tipo de agitadores son los exhibicionistas. Se trata de personas egocéntricas y acomplejadas que ven aquí una oportunidad para sentirse escuchadas, personas que necesitan seguidores para ser alguien, que necesitan diferenciarse de la mayoría, gente que mataría por conseguir que le pongan delante una cámara y un micro. Finalmente tenemos al grupo más irracional de agitadores: los fundamentalistas. Aunque parezca increíble, hay personas que inventan y predican teorías disparatadas que contradicen el sentido común y las evidencias. Lo increíble no es que inventen esas teorías, sino que acaben creyéndoselas. Antes de pasar a los amplificadores, propongo algunos trucos para que, cuando escuchemos a un agitador, seamos capaces de distinguir, aproximadamente, en qué categoría se encuadra. Si tiene una mirada segura, convincente y directa a tus ojos, es un oportunista. Si su mirada es de orgasmo y la dirige al cielo, es un exhibicionista. Si se trata de una mirada perdida, de loco, es un fanático (fundamentalista).
En cuanto a los amplificadores, los hay crédulos, dubitativos e incrédulos. Los crédulos son los ingenuos, aquellos que se creen cualquier tipo de bulo. Suelen ser personas con un sistema emocional tan convulso que puede alterarse y violentarse cuando leen cualquier noticia falsa sobre una supuesta injusticia, noticia que, por supuesto, necesitan compartir para que el mundo la conozca. Es posible que el grupo más numeroso del movimiento negacionista sea el de los dubitativos. Creo que los esfuerzos de la didáctica científica deberían centrase en ellos. Es entendible que la gente pueda dudar, ya que no todos sabemos de todo. Los dubitativos son personas que necesitarían herramientas que les permitan entender que la ciencia es la que se basa en las evidencias. Quizá, si tuvieran acceso a dichas herramientas, el grupo de negacionistas se reduciría considerablemente. El último subgrupo, peligroso donde los haya, es el de los incrédulos. Se trata de gente maliciosa, individuos que no creen en los disparates, pero que, aun así, los comparten y los extienden por pura maldad o por divertimento personal.
Y llegamos a los discípulos, la gran legión de soldados adeptos del movimiento. En ellos podemos distinguir entre los camuflados, los precavidos y los exaltados. Los primeros pasan totalmente desapercibidos, pues tienen la suficiente vergüenza social como para temer hacer el ridículo, de forma que son incapaces de participar en los movimientos activistas. Los precavidos sí que apoyan abiertamente las teorías conspiratorias y absurdas, pero lo hacen “con la mascarilla puesta”, intentando cumplir las normas por miedo a la represalia. Finalmente están los exaltados, los activistas, esos seguidores incondicionales que idolatran a todo tipo de frikis, locos o estafadores, y matarían por ellos.
A partir de esta tipología, hagamos una reflexión final. La auténtica raza pura del negacionismo incluye a cinco de los nueve perfiles expuestos. Se trata de los agitadores fundamentalistas, de los amplificadores crédulos, y de todos (los tres subgrupos) los discípulos. En cuanto a los grupos restantes, uno de ellos, el de los dubitativos, se debate entre la evidencia y la irracionalidad, mientras que los otros tres (oportunistas, exhibicionistas e incrédulos) utilizan el movimiento negacionista para obtener un beneficio personal, sea político, económico, egocéntrico o, simplemente, diversión.
Carlos Felipe Martell
Escritor y profesor universitario