Los aborígenes de La Palma sabían de la llegada de los solsticios y equinoccios por los astros

Efe

Villa de Garafía —

Los antiguos aborígenes de La Palma, el pueblo awara, eran perfectos conocedores de la llegada de los solsticios y equinoccios y para ello establecieron innumerables lugares a lo largo de la Isla que les permitía observar las posiciones más extremas de los astros, controlar el tiempo y ordenar el cosmos. Así lo explica el historiador Miguel Martín González, que ha presentado el último de sus trabajos de investigación en la revista sobre prehistoria de Canarias, Iruene, en el que recoge las claves que los awara seguían para interpretar los eventos astronómicos a lo largo del ciclo anual. “Asociar la astronomía con los estudios clásicos de la arqueología, nos permitió sistematizar toda una gama de datos hasta obtener resultados mucho más exactos, realizando cálculos de ciertos fenómenos astronómicos sobre los restos prehispánicos, principalmente lunasticios, solsticios y equinoccios”, señala Miguel Martín.

El investigador recuerda que todas las civilizaciones del mundo, desde la más remota prehistoria han observado maravillados el cielo y han descubierto fenómenos cíclicos como el movimiento de los planetas, cometas, la posición de las estrellas y galaxias “y aquí en La Palma, esa observación también se realizaba y prueba de ello son los diferentes enclaves arqueológicos donde los awara dejaron plasmados sus conocimientos”, agregó. Entre los lugares investigados destaca por encima de todos el llano de Las Lajitas, en las cumbres de la Isla, al que Martín González denomina “los pilares del cielo”, pero también existen otros como el yacimiento de El Verde en El Paso, donde el Sol “baila” el 20 de junio, hasta posicionarse en una oquedad natural e iluminar un panel pétreo en el que se representa un conjunto de espirales de grandes dimensiones, anunciando así la llegada del verano. Según las conclusiones extraídas de un estudio pormenorizado de más de 20 años en Las Lajitas, “hace más de 2.000 años, a 2.100 metros de altitud, un grupo de individuos, atraídos por una motivación espiritual y una necesidad perentoria de ordenar su mundo, construyeron un recinto sagrado mediante 18 amontonamientos de piedras y los colmaron de símbolos que tallaron sobre lajas en una inmejorable localización”, explica el investigador. “El lugar fue seleccionado, medido e investido -consagrado- al permitirles observar el cielo y la evolución de los astros sobre el horizonte terrestre más cercano, haciendo coincidir las principales luminarias celestes con la orografía más destacada de acuerdo a fechas inexcusables en sus calendarios rituales, religiosos y festivos”, señala el especialista.

Así, tras una exhaustiva investigación, el equipo de trabajo liderado por el profesor Martín González, llegó a la conclusión que desde los amontonamientos de Las Lajitas “la contemplación del horizonte oriental permitió a los awara precisar la salida del Sol cuando llega a su extremo Sur (solsticio de invierno) por la cumbre más alta de la isla, el Roque de Los Muchachos”. “A pesar del frío, del hielo, de la oscuridad, esperar a que se nos muestre el Sol el día del solsticio de invierno es revivir la intensidad de la vida. La luz comienza a manifestarse sutilmente creando un áurea sobre la grandilocuente elevación, distante unos 1.200 metros, mientras el entorno colindante comienza a iluminarse”, relata el autor del estudio. Siguiendo las mismas técnicas de observación y análisis, “el solsticio de verano se muestra a unos 750 metros de distancia sobre la denominada Trocha de los Tijaraferos, hacia el este. En ese lugar, los awara levantaron cuatro igurar que se corresponden cada uno de ellos con los cuatro grupos de los amontonamientos de piedras de Las Lajitas, determinando así un calendario geográfico, bastándoles simplemente observar la salida del Sol por detrás de esos accidentes ”geodésicos“ para conocer que había llegado la época del calor, señala el historiador.

Miguel Martín González recuerda que las distintas culturas han creado muchas maneras de medir el tiempo, valiéndose de tecnología específica y el mejor invento fue sin duda el calendario, utilizado para situarse en el tiempo, con dos variantes: el calendario solar que se computa por el ritmo del Sol, siendo propio de las culturas agrarias y el calendario lunar, regido por el ciclo de la Luna, más propio de los pueblos nómadas o ganaderos. En La Palma, los awara dejaron evidencias del perfecto conocimiento del movimiento cíclico de los astros, y conformaron entorno a Las Lajitas el complejo cultural que más orientaciones astronómicas reúne de toda Canarias. “Desde aquí quedan perfectamente fijados los solsticios de verano e invierno, los equinoccios, los lunasticios de verano e invierno, mayor y menor, Norte y Sur, el orto y ocaso helíacos de la estrella Rigel, e incluso el ocaso de la estrella Canopo”, concluye Miguel Martín.