Félix González: “Muchas personas que vienen a nuestras consultas de salud mental sufren síntomas relacionados con el trabajo”

0

Este jueves, 10 de octubre, se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. Este año la Confederación de Salud Mental España nos invita a considerar el lema 'Trabajo y salud mental, un vínculo fundamental'. Sin embargo, debemos reflexionar sobre el profundo mensaje que se propone para esta celebración: el trabajo puede ser liberador, pero también puede convertirse en una forma de esclavitud. Sigmund Freud postuló a inicios del siglo pasado: “El amor y el trabajo son las piedras angulares de nuestra humanidad”.

Para analizar este tema hablamos con el Dr. Félix González Lorenzo, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de La Palma y presidente de la Asociación para la Promoción de la Salud Mental y Hábitos Saludables (APROHAS). Con una trayectoria destacada en el campo de la salud mental, el Dr. González ha dedicado su vida profesional a tratar de comprender y abordar los complejos vínculos entre el amor, el trabajo y nuestro bienestar emocional. A través de su experiencia y conocimientos, nos ofrecerá su visión sobre cómo estos elementos fundamentales influyen en nuestra vida diaria y en la práctica psiquiátrica. 

P-¿Cómo influye el estrés laboral en la salud mental de las personas?

R-Muchas de las personas que vienen a nuestras consultas sufren de síntomas relacionados con el trabajo. Conflictividad con sus jefes, compañeros, quejas de acoso laboral… forman parte de lo que ha venido a denominarse trastornos mentales comunes. Vemos entonces que el estrés no solo ha reducido sus capacidades, su rendimiento, sino que además les genera sensaciones de infelicidad, ansiedad anticipatoria y fóbica, problemas anímicos, irritabilidad, vivencias de agotamiento excesivo, problemas con el sueño, el apetito… La necesidad de cumplir con las expectativas laborales a menudo se logra sacrificando tiempo personal o interacción con la familia. Mantener un equilibrio saludable entre la vida laboral y la vida personal es crucial para nuestro bienestar.

P-¿Cómo piensa que nos han influido los cambios de las condiciones laborales a lo largo del tiempo? 

R-Actualmente, para muchas personas, el mundo laboral se ha convertido en un lugar de conflicto e insatisfacción donde se ven obligadas a pasar al menos un tercio de su tiempo. Las condiciones laborales a menudo resultan altamente perjudiciales para la salud mental de los trabajadores. Sabemos por la antropología que hace miles de años trabajábamos unas 20 horas a la semana para procurarnos el sustento: recolectar y cazar. Se trabajaba para vivir. Hoy resulta casi tópico decir que hemos invertido la relación: vivimos para trabajar. Ni siquiera los avances tecnológicos que podrían suponer una cierta sustitución del factor humano en sus tareas ha evitado esta tendencia a trabajar cada vez más horas y no siempre por más salario. Paulatinamente hemos ido renunciando a divertimos, a cuidarnos, a disfrutar de los demás, del ocio, con una tendencia  a un consumo que parecería en demasiados casos más compulsivo que necesario. 

P-¿Cuánto tiene que ver nuestro estilo de vida con la salud mental? 

R-Bastante. Por una parte, trabajamos en base a valores excesivamente competitivos. Aunque no es un aspecto que pueda resultar muy halagüeño respecto al ser humano, apreciamos lo que tenemos no solo en función de lo que vale en sí mismo sino que albergamos la tendencia a adquirir lo que poseen los demás. Por ejemplo; si yo tengo el teléfono modelo número 16 y las personas que me rodean ya empiezan a tener el número 17 o el 18, más caros por supuesto y con algún supuesto avance tecnológico, aunque no me resulte necesariamente primordial, trataré de comprar el ‘más evolucionado, el de última generación’, aunque no me haga tanta falta. 

P- Y eso lo tiene estudiado el mercado. ¿No es así?

R-Sí que lo es.  El cumplimiento de nuestros deseos también queda frecuentemente insatisfecho en esta carrera consumista. Antes incluso de que la industria determine la obsolescencia programada. Y con la ilusión de conquistar una mayor cota de felicidad, dedicamos más tiempo a trabajar, para adquirir lo que pensamos erróneamente nos va a ser sentir más felices. Y los demás también tratarán de superarse en este absurdo y nada sano reto para lo que tendrán que ganar más para a su vez sostener una escalada que no tiene un fin fácil. 

P- ¿Parecería que persiguiendo esta ilusión de felicidad podríamos encontrar el sufrimiento? 

R- Pues sí. Esta paradoja está resultando demasiado habitual. Y ese sufrimiento y dedicación excesiva a adquirir cosas y objetos nos lleva a sacrificar cuestiones esenciales de nuestra vida y muy necesarias como son las relaciones con nuestra familia, con nuestros hijos, la actividad física, el tiempo para el ocio, para la vida de relación, para pensar, para tomar un café con alguien que nos importa y que nos hace bien. Atentamos en definitiva de forma no muy consciente pero sí consentida contra nuestra dignidad y en perjuicio de la salud. Todo en nombre de esa idea endiosada sobre el trabajo. 

P- ¿Y esta enloquecida carrera podría terminar en una consulta de psiquiatría? 

R- La realidad muchas veces le da la razón al filósofo que decía “si posees cosas, las cosas te poseen a ti”. Y entonces las personas nos consultan porque se sienten tristes. Y es aquí donde debemos ser muy cuidadosos en no confundir un estado de angustia, desinterés y desolación con una enfermedad mental. Es decir, no necesariamente este sentirse así tiene por qué ser una depresión. Aunque se sientan deprimidas quienes nos consultan. Y aunque lo definan así.  Pero los síntomas depresivos muchas veces son una señal por la que nuestro sistema anímico nos avisa sobre algún malestar en nuestra vida no necesariamente patológico. 

P- ¿Nos puede dar algún ejemplo sobre esta confusión? 

R- Sí. Una persona que ha puesto en marcha un proyecto que no va bien. O que vive en una relación con otra que no le satisface, no le aporta, no la enriquece y que al contrario siente que consume su tiempo, su vida… Quizás la depresión hay que verla como un estado de ánimo coherente y no tanto un problema de salud psíquica. El aviso de que tiene que abandonar sus expectativas en algo que no funciona, que le frustra... En este caso tendríamos que ayudarle a considerar que su reacción es normal y que lo que le pide su espíritu, su cuerpo… es un cambio. 

P-Nos cuesta cambiar. ¿Es lo que llamamos a veces 'abandonar la zona de confort'? 

R-Algo así. A pesar del miedo que alguien pueda sentir ante una ruptura o ante la renuncia a algo en lo que en algún momento puso todas sus ilusiones. A menudo es muy difícil retirarse. Pero es aquí donde debemos los profesionales en salud mental ser muy precavidos en diagnosticar enfermedades y medicar lo que es humano, comprensible, congruente y ante lo que se requiere un tiempo para tomar la decisión adecuada. Nuestro trabajo aquí seria el acompañamiento terapéutico más que indicar “la pastilla”. Prescribir un medicamento de forma innecesaria sería lo que llamamos iatrogenia si lo que conseguimos es anular ese fusible que nos advierte de que si continuamos por ahí podría haber un incendio. 

P- ¿Se puede decir entonces que lo que llamamos depresión no siempre lo es? ¿Y que los síntomas depresivos en algunos casos pueden actuar como protectores? 

R- En efecto. Dejando aparte lo que llamamos depresión mayor o endógena que aparece sin factores estresantes reconocibles, y que requiere necesariamente tratamiento, los estados depresivos, lo mismo que el dolor físico que nos obliga a alejarnos de lo que ocasiona el dolor, “la depresión” nos avisaría de que estamos empleando demasiada energía en una guerra inútil, de la que deberíamos retirarnos a tiempo. 

P- ¿Hablábamos al principio que en salud mental se debían dar las condiciones de amar y trabajar, pero que, aun así, no era suficiente? 

R- Así es. Cuando estamos sanos somos más capaces de amar, y a medida que amamos, también nos sentimos más sanos. Pero tenemos que considerar un tercer aspecto: el disfrute. La metapsicología sostiene que, según el principio de placer, las personas buscamos de manera natural y recurrente satisfacer los deseos y evitar el dolor. En este caso la consideración sería: si amamos y tenemos un trabajo nos podemos considerar afortunados. Pero además deberíamos disfrutar de aquello a lo que nos dedicamos en lo laboral. Si esto último no es así debemos intentar en lo posible un cambio hacia algo que nos guste más y suframos menos. La interrelación entre salud, amor y placer nos permite disfrutar plenamente de la vida y de las personas que nos importan y a quienes les importamos.