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“Maricón se ha convertido en un grito de guerra”

J. Von Harden.

J. Von Harden

La carta que ha llegado a mis manos cuenta la historia de un niño de La Palma que era perseguido por un compañero de clase, que le pegaba papelitos en la espalda, para marcarlo como el maricón. Por eso decidió, en justa correspondencia, que la palabra maricón se iba a convertir en su grito de guerra. Escribió una carta anunciando que así sería y hoy es leída por cientos de alumnos en las tutorías del I.E.S. Eusebio Barreto Lorenzo, con los que posteriormente se trabaja sobre igualdad y diversidad sexual. Se trata de una reciente iniciativa desarrollada en la isla de La Palma, que constituye un torpedo en la línea de flotación de la desigualdad.

En esta carta, titulada: Maricón se ha convertido en mi grito de guerra, el joven cuenta cómo durante mucho tiempo se vio obligado a utilizar expresiones machistas para integrarse en un mundo que no le pertenecía. Llegó a decir “qué tía más buena”, sin sentir la más mínima atracción hacia las mujeres. Cuando tenía que jugar al fútbol, tenía que demostrar que sabía jugar. Pero cuando jugaba con una muñeca tenía que ocultar que lo había hecho. Cuando lloraba, era acusado de flojo, y nuevamente, de maricón, volviéndose insensible como una piedra. Y todo eso para encajar en unos patrones heterosexistas que no le correspondían.

Imaginen por un momento vivir cada día como aquel niño triste de Ana María Matute, con joroba, al que su padre escondía dentro de una lona. En lugar de ponerle una capa roja con cascabeles encima y sacarlo a la boca del teatrito, como una estaca, a plantarle cara al mundo. Niños y niñas nacidas para librar una guerra sin cuartel contra el sufrimiento que generan los estereotipos y la desigualdad.

Definitivamente no somos iguales. Como explica Paco Vidarte en su Ética Marica, nosotros, desde pequeñitos, jugamos en dos ligas y habitamos el mundo de modo perverso y escindido. De un modo esquizofrénico. Creando estrategias de socialización, supervivencia, negociación, ocultamiento, disimulo, visibilidad. Algo que por cierto, tiene mucho que ver con la forma en la que viven muchas mujeres para hacer frente al mundo machista que las infravalora y ningunea. Desarrollando e inventando políticas individualmente, siendo niñas. Viviendo en la mentira, midiendo cada gesto, sorteando la humillación, la soledad, el abuso y la incomprensión.

Hace ya muchos años, yo vi a un profesor dar una palmada en el trasero a una de sus alumnas

Casi todos los presentes entendieron aquel gesto como la manifestación de un profesor moderno y divertido, cuya virtud residía en la cercanía con sus alumnos. Usando para ello un repertorio de chistes machistas y homófobos a partes iguales. Por lo tanto, aquel profesor enrollado, el primus ínter pares de la virilidad, era colega de sus alumnos, pero no de todos. Desprotegía a los más débiles del grupo. A los que no son como la norma impone. Privilegiado por la normalidad y sin la más mínima conciencia de lo que podía provocar en aquellos alumnos potencialmente estigmatizados, como el autor de nuestra carta.

Los que saben mirar con generosidad sabrán ver también que aquel profesor no es un caso especialmente relevante. Aquel profesor es simplemente un transmisor más de la educación minada de estereotipos y creencias de la que venimos todos y que es el abrevadero de la desigualdad. Por lo tanto, lo importante es preguntarnos por qué ocurre la desigualdad y qué somos capaces de hacer para afrontarla. Lo importante es concentrarnos en construir juntas nuevos espacios de seguridad, libres de creencias infundadas y discriminatorias.

Para luchar contra un modelo real del que somos víctimas especialmente las mujeres y el colectivo LGTBi

Un modelo que se inculca en la infancia y que se refleja en el propio lenguaje. En la imposición de la familia tradicional como modelo de éxito. En los roles sociales y en la educación androcéntrica. Que se refleja también en la maternidad obligatoria, en la desaparición de las mujeres del relato histórico. En el techo de cristal, en las religiones misóginas, en el trabajo sexual, en la justicia desigual. Un modelo que se concreta en las agresiones homófobas y en el acoso escolar.

Que se traduce también en la violencia machista y en los concejales que se jactan públicamente de enchufar a sus empleadas para follárselas, pero no ven razones para dimitir por ello. Estoy seguro de que si nos detuviéramos a analizar a este concejal australopitecos, no tardaría en salir la homofobia del mismo modo que ha salido el machismo, de forma indisimulable, reveladora, emética e irremediable. Producto del mismo aprendizaje heterosexista.

Porque se trata de un modelo que no tiene nada de abstracto y que requiere del trabajo personal de cada uno para ser superado. Que se puede ver hasta en la música que escuchan y cantan alegremente nuestras hijas. Valga como ejemplo Jiggy Drama, este afamado exponente del reguetón que afirmaba recientemente en una de sus letras: “Si sigues en esta actitud voy a violarte, yo sé que a ti te gusta porque estás sudadita”. Es el equivalente al “matarile al maricón” que nos dedicaba Molotov, con arraigo al mismo modelo.

Por eso hace falta, volviendo a Vidarte, luchar contra un machismo y una homofobia reales y cotidianas, “de las calles, las aulas, el curro, el vestuario, los barrios, los pueblos, inasequible al imperio de la ley, selectiva, caso por caso… que decide si apedrearte dentro de los límites legales o echarte a hostias más suavemente, de tu bar, de tu pueblo, de tu bloque, de tu familia, de tu taxi, de su cuartel o de tu clase de primero de la ESO”.

J. Von Harden

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