El jefe de la Unidad Insular de Patrimonio Histórico del Cabildo de La Palma, Jorge Pais, doctor en Arqueología, en un trabajo sobre el régimen de pastoreo en la antigua Benahoare, sostiene que los pastores de la Isla “han sido el colectivo que más fielmente ha guardado, hasta nuestros días, las costumbres heredadas de sus antepasados aborígenes”. El régimen de pastoreo de los benahoaritas (los primeros pobladores de La Palma), subraya, “se mantuvo prácticamente igual durante la época histórica, hasta la década de los 90 del siglo pasado, entre otras razones porque era el mejor para aprovechar los distintos recursos forrajeros que ofrecía la Isla a lo largo de todo el año”.
Pais explica que “los benahoaritas tenían una economía fundamentalmente pastoril. La mayor parte de su vida giraba en torno a los cuidados que les proporcionaban a sus rebaños de cabras, ovejas y cochinos. Esta importancia queda perfectamente atestiguada en las diferentes fuentes etnohistóricas: 'Los naturales de esta isla de La Palma … se regían y gobernaban por capitanías, como los africanos; y tenían dividida toda la isla en doce señoríos de los cuales usaban para apacentar sus ganados; y los de un término no podían pasar su ganado a otro término a pacer, y, si pasaba, tenía su pena…' (J. Abreu Galindo; 1977: 266)”.
Indica que “el hecho de que todos los cantones, excepto Aceró (Caldera de Taburiente), abarcasen desde la orilla del mar a las cumbres más elevadas tiene un explicación lógica y plausible en el hecho de que los animales domésticos de los antiguos palmeros pudiesen encontrar pastos abundantes y jugosos a lo largo de todo el año”.
Magníficos conocedores del territorio
Destaca que “fueron unos magníficos conocedores del territorio en el que medraban, de tal forma que lo tuvieron todo perfectamente controlado y planificado para la explotación de los diferentes pastizales, y en época muy distintas, para evitar, precisamente, la esquilmación de los mismos”. Por todo ello, “no debe extrañarnos que tras la conquista de la Isla, los nuevos colonizadores continuasen empleando, con pequeñas variaciones impuestas por la práctica de la agricultura y la implantación de la propiedad privada, idéntico régimen de pastoreo”.
Apunta que “las fuentes etnohistóricas no ofrecen ningún tipo de información sobre la forma en que los benahoaritas practicaban el pastoreo”. Añade que “los datos que aportamos aquí han sido obtenidos teniendo en cuenta una serie de circunstancias basadas en la etnografía comparada, los escasos apuntes sobre la sociedad prehispánica y la orografía tan accidentada de la antigua Benahoare”.
“Es evidente”, prosigue, “que cada grupo familiar debía contar con un grupo de animales domésticos suficientes para garantizarles la provisión necesaria de leche y carne a lo largo del año. Mucho más difícil y complejo resulta conocer cómo se organizaban para acudir a los pastizales, hasta cuándo debían permanecer en determinadas zonas, en qué momento subían a La Cumbre u otros campos de pastoreo comunales, cómo se organizaban para acudir a las fuentes, etc”. Sin embargo, “este tipo de rebaños pequeños era poco operativo y provocaría infinidad de disputas y luchas entre los pastores. Debía existir alguien, capitán o Consejo-Tagoror que estableciese unas pautas de organización mínima para garantizar el correcto aprovechamiento de los pastos”.
Por todo ello, dice, “nos inclinamos a pensar que los benahoaritas que vivían en un mismo poblado de cuevas o cabañas formarían grandes rebaños comunales que se aglutinarían por barrancos, comarcas e, incluso, todo el cantón. Este sistema posee múltiples ventajas: 1) Cada propietario identificaría sus animales mediante la práctica de cortes en las orejas, tal y como se siguió haciendo en la época histórica; 2) Los rebaños se podían controlar por un reducido número de pastores que, mediante un sistema de rotación, permitía al resto de la comunidad dedicarse a otros menesteres o descansar; 3) Se evitan los conflictos entre los pastores porque nunca coincidirían en un mismo sitio y 4) mediante el uso de grandes encerraderos en envetaderos, cejos o cabocos y tramos de barrancos próximos a los lugares de habitación se controlaban los animales para evitar los robos de ganado a los que tan aficionados eran los benahoaritas, tal y como se desprende de la siguiente cita: ‘No tenía esta gente de La palma ni vivía con justicia, porque tenían por gentileza y valentía el hurtarse los ganados; y a éste tenían por más valiente, que más hurtaba. Y no tenían por delito el hurtar, pues le dejaban sin castigo; antes les era permitido…’ (J. Abreu Galindo; 1977: 270-271)”.
Regulado y controlado
El régimen de pastoreo de los benahoaritas, señala, “estaba perfectamente regulado y controlado, siendo su filosofía el aprovechamiento gradual de los diferentes pisos vegetales de la Isla en función de la época del año en que se encontrasen”. Este sistema “les permitía aprovechar al máximo todos los recursos forrajeros y siempre con la precaución de encontrar sustento para sus animales cuando se aproximaba la época más crítica: el verano”. El ciclo anual “se iniciaba en la costa y finalizaba en las cumbres más elevadas del borde de La Caldera, Cumbre Vieja y Cumbre Nueva. Con toda probabilidad, y especialmente en años secos, los benahoaritas de la mitad sur de la Isla debían trasladarse hacia el codesal de cumbre o el interior de La Caldera. Esto último sólo sería posible mediante pactos o acuerdos con los moradores de esos cantones”.
Lluvias otoñales
El pastoreo de invierno o costa, continúa, “se iniciaba tras la caída de las primeras lluvias otoñales, cuya abundancia y fecha variaba considerablemente en los distintos cantones, con sensibles diferencias entre la mitad norte y sur e, incluso, entre las vertientes orientales y occidentales. A todo ello hemos de añadir la gran irregularidad anual de las precipitaciones, de tal forma que prácticamente no hay dos años iguales ni pautas fijas para el desplazamiento de los rebaños hacia zonas cercanas al mar”.
El aprovechamiento de estos pastos “debía ser inmediato, puesto que eran los primeros que se agostaban al ser las lluvias mucho menos abundantes que en medianías y, al mismo tiempo, el calor secaba rápidamente la tierra. Dependiendo de las condiciones climáticas del año variaba el tiempo de estancia en estos parajes que, en el mejor de los casos, no iba más allá de varios meses. Además, las distancias recorrer diariamente se iban ampliando cada vez más desde los lugares de habitación permanente. A ello hemos de añadir que, especialmente en la mitad sur de la Isla, el territorio está recorrido por extensos campos de lava, más menos recientes, en los que la cubierta vegetal es escasa y poco nutritiva. Estos parajes eran ideales para practicar un régimen de pastoreo de semilibertad en el que las manadas se dejaban deambular sin apenas vigilancia de los pastores”.
Progresivamente, expone, “iban ganando altitud hacia las medianías, permanecían hasta finales de la primavera o principios del verano, dependiendo de la abundancia de pastizales de ese año. Esta época era la mejor, puesto que los campos de pastoreo se situaban en las proximidades de los asentamientos permanentes de cuevas cabañas”.
Los desplazamientos “eran cortos y rápidos, de tal forma que podían realizarse, sin problemas, en el mismo día, lo cual permitía a los pastores permanecer con el resto de la familia. Así mismo, los rebaños estaban vigilados en todo momento por lo que se hacía más complicado el robo de ganado, al que eran tan aficionados los benahoaritas. Incluso, era posible dejar el ganado ‘de lado’ en riscos inaccesibles o en lugares en los que se trancaban los ‘pasos’, de tal forma que los animales se criaban solos. Estos pastizales se extendían por bosques termófilos, pinares y laurisilva”.
Sin embargo, “conforme se aproximaba el verano, y dependiendo de lo que había llovido en otoño, invierno y primavera, a los benahoaritas no les quedaba más remedio que ascender a las cumbres más elevadas en las que abundaban los pastos a lo largo de todo el año, especialmente en los bordes de la Caldera de Taburiente. Estos desplazamientos implicaban una trashumancia en toda regla, puesto que debían permanecer en La Cumbre toda la época estival, como mínimo, hasta que volvían a caer las primeras lluvias otoñales o el frío con vertía en inhabitables estos parajes. A estos campos de pastoreo estacionales sólo subían los pastores, tal y como indica las reducidas dimensiones de los abrigos pastoriles en que se cobijaban contra las inclemencias del tiempo, básicamente el sol y el viento”.
Los asentamientos “podían ser bastante extensos y se ubicaban, fundamentalmente en las inmediaciones de las fuentes: La Tamagantera, Siete Fuentes, Fuente Nueva (Garafía); Fuente Locandía (Barlovento); Topo de Juan Diego (San Andrés y Sauces); El Dornajito (Santa Cruz de La Palma), etc. Por contra, en la mitad sur de Benahoare, los recorridos de los pastores se hacían diariamente, puesto que la distancia entre las montañas más altas y los lugares de habitación no eran excesivamente grandes aunque, con toda probabilidad, especialmente en los años más secos, debían llegar a acuerdos con otros cantones para subir a los pastizales comunales”.