La erupción del volcán en Cumbre Vieja, en La Palma, ha confirmado la capacidad de resiliencia de las abejas, curtidas en mil batallas contra diversos enemigos, ya sean los efectos del cambio climático o la expansión de especies invasoras.
En el Valle de Aridane, en la dorsal oeste de La Palma, donde la lava ha cambiado radicalmente el paisaje, solo en un radio de tres kilómetros respecto al cono del volcán había censadas entre 700 y 800 colmenas, de las cuales al menos 50 han desaparecido y muchas otras han quedado aisladas.
Las que peor suerte han corrido eran las más próximas al cono principal del volcán, cuyas moradoras sobrevivieron a unas condiciones extremas como mejor saben cuando el peligro acecha: crearon una capa de propóleo, un material resinoso con el que recubrieron cualquier rendija y apenas dejaron un hueco por el que entrar y salir.
La lava las acabó sepultando. A ellas y a las colmenas, que jamás abandonan si hay crías dentro. “Antes se dejan morir”, apunta a Efe Elías González, presidente de la Agrupación de Defensa Sanitaria (ADS) Apicultores de La Palma.
Cada colmena puede albergar entre 30.000 y 40.000 abejas en primavera, y entre 20.000 y 25.000 cuando hay menos flores de cuyo polen se nutren.
Diego Brito era el dueño de 18 colmenas que había instalado en una finca de su padre en la zona de El Frontón, muy próxima al volcán.
Solo pudo ir a ver sus abejas una vez, al poco de comenzar la erupción, y fue testigo de cómo habían reforzado las colmenas con propóleo “como si fuera pegamento. No lo quitaba ni con una espátula”.
Apenas tuvo tiempo de comprobar que estaban vivas. Confiaba en que pudieran resistir hasta que el volcán dejara de escupir lava.
“Recé, y no soy mucho de rezar, para ver si tenía suerte”, admite Brito, hasta que este sábado se rompió parcialmente el cono del volcán y una de las nuevas coladas acabó con sus esperanzas.
El presidente de la ADS Apicultores de La Palma incide en que las abejas, cuando detectan una amenaza, ya sea una invasión de hormigas o unas temperaturas extremadamente bajas, tienden a aislarse.
En el caso del volcán, apunta que no eran conscientes de su fatal destino, pero reaccionaron propolizando ante el empeoramiento de la calidad del aire.
“Probablemente el dióxido de azufre les estuviera sentando como un tiro. Y como no hay mascarillas para abejas”, añade, optaron por sellar las colmenas.
Elías González hace hincapié en que la erupción volcánica está “alterando mucho” el ecosistema no solo de las abejas sino de cualquier otro insecto y también de las aves.
Él vive en la dorsal este de La Palma, en “las Breñas”, en una zona de laurisilva, y cuando allí comenzó a caer ceniza de forma copiosa fue testigo de cómo “desaparecieron tres, cuatro días los pájaros, las mariposas... todo”, porque para estos animales es “como volar entre piedras”.
En el caso de las abejas, señala que en el Valle de Aridane se han quedado sin fuente de alimentación: las flores o están quemadas o han sido arrasadas o están cubiertas por una densa capa de ceniza. Apenas quedan unas pocas en jardines particulares y no son suficientes. Así que quienes salvaron sus colmenas de la lava están alimentando a las abejas de forma artificial, con una especie de fondant que además les aporta proteínas.
La cuestión en estos momentos es “sobrevivir”, ya que sin flores no pueden polinizar, “hasta que esto pase, llueva y desaparezca la ceniza”, anota el presidente de la ADS Apicultores de La Palma. Subraya que las abejas no tienen por qué sufrir un estrés extra porque se tengan que mudar a un nuevo entorno.
De hecho, con ellas se practica la trashumancia, “como si fueran ovejas o cabras”, para sacar diferentes tipos de miel, como por ejemplo de flores silvestres o de castaño, según la época del año. Además, La Palma se precia de ser la primera isla del archipiélago en la que se prohibió la entrada de otras especies que no sean la abeja negra canaria, que está “muy adaptada al ciclo de nuestras poblaciones”.
Diego Brito, que no pudo salvar sus colmenas, admite que lo suyo con las abejas es “un hobby”, aunque está dado de alta en el registro sanitario y comercializaba su producto con marca propia. Ahora se debate entre desistir o retomar la actividad apícola. Tiene de donde tirar, ya que le había prestado una colmena a un amigo para que polinizara unos aguacateros. Otros conocidos le han ofrecido colmenas y abejas reinas.
Pero aparte hay otros condicionantes, como disponer de un terreno alejado de núcleos poblados y de carreteras y en los que llueva con asiduidad. “La ilusión está ahí”, desliza Diego Brito, quien como muchos otros estos días en La Palma señala que “viendo cómo está la situación, yo no perdí nada”.