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Un caballero en Moscú

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Basada en hechos que podrían haber sido reales -se dio la elección entre arresto domiciliario o paredón a aristócratas rusos, tras ser enjuiciados por los revolucionarios bolcheviques- pero con personajes ficticios, el autor nos pinta un fresco de los primeros treinta años de lo que luego se conocería como la URSS, a través de la peculiar visión que nos aporta un antiguo aristócrata que está condenado a no salir del hotel moscovita en el que reside.

El que fuera el Conde Aleksandr Ilich Rostov, ahijado de uno de los más importantes consejeros del zar, y quien escribiera, en 1913, en la mansión familiar “Villa Holganza” los versos “¿Qué ha sido de él?” -considerado texto alentador y propulsor de la Revolución- acaba en 1922 condenado a ser ejecutado si pone un pie fuera del Hotel Metropol, su residencia desde hace años. A partir de entonces, y siguiendo las enseñanzas de su abuela -“cómo se te ocurre darle la satisfacción de verte derrotado a tu enemigo”- el Conde Rostov hará de sus mínimos aposentos su hogar, con lo que le dejan tras decir en el año 1922 cuando le preguntan los bolcheviques por su profesión “No es propio de caballeros tener profesión”.

La trayectoria vital del personaje, anodina y sin ningún propósito más que disfrutar de la vida, cambia una vez conoce a Nina, la hija de un diplomático que, también, vive en el hotel. A diferencia del Conde Rostov, que deja pasar las horas contemplando el horizonte o yendo a comer al Boiarski, el restaurante del hotel -el que fuera, antes de la Revolución, todo un auténtico lujo pensado para la gente “de bien”, como él- la niña ha hecho del hotel no solo un lugar donde vivir, sino un increíble escenario donde vivir las aventuras más diversas. Así, de la mano de Nina, el Conde presenciará -agazapado tras un mueble- reuniones donde se establecen los estatutos de la nueva nación, recorrerá las entrañas del edificio y hasta empezará a entablar amistad con el personal. ¡Y todo ello porque un bolchevique le cortó un trozo de su bigote!

Al igual que el cambio de aposentos en el hotel y el “look” del personaje a manos de los bolcheviques, con el paso del tiempo -ése que sí que no perdona- el Conde Rostov pasará a ser el Ciudadano Rostov, que no Camarada, y a trabajar en el Boiarski...

Dicho esto, los buenos amigos, ésos que están a las duras y a las maduras, siguen teniendo relación a pesar del confinamiento al que está sujeto el que fuera Conde Rostov. Y para éste, no hay mejor amigo que Mishka, Mijaíl Fiódorovich Míndich, un revolucionario de, incluso, antes de la Revolución que, ahora, entiende cuál es su cometido en la vida, en la nueva nación.

La cuestión es que la nueva nación, una vez se define y se establecen las normas, decretos y regulaciones empieza a parecerse mucho, mucho a la antigua usanza, pues sigue habiendo policía secreta, sigue habiendo represión y, ahora, se ha inventado un castigo incluso peor que el exilio; es decir, el gulag en Siberia, para trabajos forzados, y después, para muchos, el “menos seis”, por el que se prohíbe la entrada a las seis ciudades más grandes e importantes del país.

Los mismos que, en un principio, abrazaron los ideales que promovía el Partido y se fueron a colectivizar granjas y a reeducar a los trabajadores terminan sentenciados a trabajos forzados... Y los revolucionarios de corazón, que no pueden ver cómo se censura al mismísimo Chejov, también dan con sus huesos en el “reino del cambio de opinión”; es decir, Siberia.

La percepción que se obtiene de la nueva nación, según las experiencias del personaje que habita en el hotel, nos da una idea clara de cómo es la vida fuera del edificio, sin salir en ningún momento. Así, al Señor Halecki, el director del hotel, le asignan al Camarada Leplevski, apodado El Obispo, que todo lo controla; las botellas de bebidas alcohólicas pasarán a carecer de etiquetas, para que todas sean iguales; las actrices tendrán importancia según los gustos del Partido; los corresponsales de prensa extranjeros se emborrachan delante de tres camareras con vestido negro corto, que informan semanalmente de todo lo que escuchan...

Se siguen haciendo mítines y más mítines, y la pompa zarista de antaño ha vuelto, ahora con medallas y emblemas soviéticos. Y nuestro Ciudadano Rostov en medio de todo, en el hotel.La vida había conseguido ser hasta tranquila para él, trabajando y viviendo en el hotel. Eso es hasta que aparece Nina, ya una mujer adulta, con una niña de la mano, Sofia. Nina, la misma Nina que le enseñó las entrañas del hotel hace años, le pide ahora que se encargue de su Sofia, porque a su marido lo han condenado a trabajos forzados y ella se va con él. “Serán solo unos meses” comenta, pero esos meses se transformarán en años y Sofia, en la hija de Rostov...

Es, entonces, al coger la mano de la niña por vez primera, cuando el Ciudadano Rostov asume responsabilidad, algo nuevo en su vida. Una responsabilidad que le hará tomar decisiones arriesgadas e, incluso, por vez primera desde su encierro, desear lo imposible. Claro que, tal y como dijo sabiamente Gandhi “los sueños parecen al principio imposibles, luego improbables, y luego, cuando nos comprometemos, se vuelven inevitables”.

Un caballero en Moscú es una obra deliciosa que te mete de lleno en una época turbulenta, donde una nación entera -por no decir una gran porción del planeta Tierra- estaba dominada por la censura, el miedo, la intransigencia política y los vaivenes emocionales del líder de turno. Con constantes referencias a personajes históricos reales y a situaciones que, si son ficción, bien podrían haberlo no sido, el autor nos pinta un fresco en donde se dan cita todos los elementos que cualquiera puede ver en una película de la Guerra Fría, sobre todo en las que tienen lugar durante la “gloriosa” época de Joseph Stalin al mando. La misma donde los deportados a Siberia se contaban por cientos de miles, donde las personas desaparecían de un día para otro, donde había que saber “cuál era el lugar de cada uno” a no ser que fueras miembro del Partido… Y también donde el ciudadano de a pie hacer todo lo que deba para sobrevivir otro día más.

Agradezco a los responsables de prensa de Ediciones Salamandra las facilidades dadas para escribir esta reseña.

© Elena Santana Guevara, Helsinki, 2020.

Autor: Amor Towles

Traducción: Gemma Rovira Ortega

ISBN: 978-84-9838-898-5

Número de páginas: 512

Tipo de edición: Rústica con solapas

Sello editorial: Salamandra

Basada en hechos que podrían haber sido reales -se dio la elección entre arresto domiciliario o paredón a aristócratas rusos, tras ser enjuiciados por los revolucionarios bolcheviques- pero con personajes ficticios, el autor nos pinta un fresco de los primeros treinta años de lo que luego se conocería como la URSS, a través de la peculiar visión que nos aporta un antiguo aristócrata que está condenado a no salir del hotel moscovita en el que reside.

El que fuera el Conde Aleksandr Ilich Rostov, ahijado de uno de los más importantes consejeros del zar, y quien escribiera, en 1913, en la mansión familiar “Villa Holganza” los versos “¿Qué ha sido de él?” -considerado texto alentador y propulsor de la Revolución- acaba en 1922 condenado a ser ejecutado si pone un pie fuera del Hotel Metropol, su residencia desde hace años. A partir de entonces, y siguiendo las enseñanzas de su abuela -“cómo se te ocurre darle la satisfacción de verte derrotado a tu enemigo”- el Conde Rostov hará de sus mínimos aposentos su hogar, con lo que le dejan tras decir en el año 1922 cuando le preguntan los bolcheviques por su profesión “No es propio de caballeros tener profesión”.