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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando acoger migrantes en casa es la única opción para evitar que duerman en la calle

La solidaridad se demuestra con hechos. Hace algo más de un mes, protestas racistas y xenófobas contra la inmigración se propagaron por Gran Canaria, poniendo en entredicho la tradicional imagen del Archipiélago como territorio emigrante y solidario. Desde entonces, comenzó a organizarse una respuesta social a la crisis institucional derivada del aumento del flujo de la ruta atlántica hacia la Islas. Un grupo de personas decidió que no podía permanecer más tiempo de brazos cruzados y el 22 de febrero nació la plataforma Somos Red. El colectivo ha crecido rápidamente en poco tiempo con perfiles diversos y ha canalizado numerosas sensibilidades ante la necesidad compartida de ofrecer una respuesta ciudadana a las consecuencias de las políticas migratorias, que han abandonado a su suerte a decenas de migrantes abocados a una situación de calle. Movidas por la empatía, integrantes del colectivo han acogido a algunas de estas personas en sus viviendas y esta iniciativa se ha convertido en una de las patas de actuación de la plataforma, que también centra sus esfuerzos en ofrecerles acompañamiento con clases de español o asesoramiento jurídico.

“Fue algo emocional, más que una decisión premeditada”. En Las Palmas de Gran Canaria, Gara habitaba en una vivienda de 50 metros cuadrados junto a sus tres hijos y desde el pasado 2 de marzo son cinco en casa. A las afueras de la parroquia de San Pedro, en el barrio capitalino de La Isleta, alrededor de medio centenar de magrebíes que había podido almorzar y pernoctar en su interior de manera temporal debía buscar un lugar donde pasar la noche. Mientras se organizaban las mantas y sacos suministrados por la plataforma apareció la Policía Nacional, que durante algo más de una hora llevaron a cabo labores de documentación. Entre ellos estaba *Nadir, un chico de 18 años que junto a otras 61 personas salió del campamento para migrantes instalado en el acuartelamiento del regimiento de infantería Canarias 50 el pasado 26 de febrero y que había confesado a Gara que padecía de diabetes y que necesitaba medicación. “Yo tengo un hijo de 18 años y era como verle en esa situación y que no le ayudara nadie”.

Nadir, algo asustado, dijo que sí y, desde entonces, no para de darle las gracias. En la vivienda se han podido conocer mejor; el chico ayuda en las tareas del hogar y aprende español. “Es muy tranquilo y se lleva muy bien con mi hijo de 18 años”, remarca Gara. Lo ha acompañado a realizarse análisis de sangre y orina y está a la espera de verificar que “tiene diabetes tipo 2”. También tiene cita en el Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín con el oftalmólogo. El chico solo habla árabe y se entienden como pueden. Le ha narrado que con 16 años se fue de su casa y en noviembre, cuatro meses después de cumplir la mayoría de edad, decidió cruzar la ruta hacia Canarias. Llegó al muelle de Arguineguín y de ahí lo derivaron a un recurso alojativo en el sur de la isla, desde donde lo trasladaron al campamento Canarias 50. Gara no establece ninguna fecha límite para alojar a Nadir, solo “hasta que se consiga una solución”. Nadir le ha trasladado que “quiere hacer otra vida y tiene familia en Valencia y en Barcelona”, y ella está dispuesta a comprarle un billete para que pueda ir a la península, pero “sé que no podría viajar, no le dejarían embarcar”. 

“Este chiquillo es un puntal”

Saliu* llegó al caer la noche a los alrededores de la misma parroquia durante los primeros días de marzo, cuando todavía la brisa marina de la zona donde está ubicada la iglesia cala en los huesos. Allí se encontró con Abdel* (20 años), otro de los jóvenes que salió del Canarias 50, acostado y tiritando de frío. “Se me destrozó el corazón al ver cómo estaba la situación”, recuerda Saliu. Este vecino de la ciudad no se lo pensó dos veces y coordinó con la organización Somos Red la acogida del joven, de quien se sospechaba, en un principio, que podía ser menor edad. 

Desde esa misma noche se convirtieron en inesperados compañeros de piso, y ahora se llaman “hermanos”, cocinan, limpian entre los dos y han salido a dar paseos. Gracias al traductor de Google se apañan y deciden siempre conjuntamente las tareas a realizar. “Este chiquillo es un puntal”, destaca Saliu. De estas nuevas convivencias surge el cariño y el aprendizaje. “Si lo deportaran se me partiría el alma. Fuera menor de edad o no, no quiero perderle la pista”, apunta el joven canario.

Abdel lleva solo un poco más de una semana en casa de Saliu pero su anfitrión ya ha aprendido de él su humildad y le ha permitido romper estereotipos. “Me ha cambiado el chip totalmente, tenía otro concepto y él me ha demostrado lo contrario a lo que yo pensaba”, recalca. Para Abdel, la casa de Saliu debe ser lo más confortable que ha experimentado en mínimo 40 días, de los cuales seis los pasó al raso en las calles de la capital grancanaria. Este joven natural de Casablanca y con una madre en situación de extrema vulnerabilidad salió hace más de un mes de Marruecos. Sin empleo y sin expectativas, tomó el camino de la aventura para poder trabajar de lo que sea. De hecho, tiene una tía en Alicante, con la que espera reunirse para poder iniciar su proyecto. 

Y es que Saliu, que nació en Sierra Leona, también sabe lo que es empezar una nueva vida en otro lugar y la incertidumbre que ello conlleva. Con 13 años y gracias a la reagrupación familiar solicitada por su padre llegó a Las Palmas de Gran Canaria, donde asegura que se sintió muy acogido e integrado desde el principio. Y esa es la motivación que lo propulsa a acoger y a acompañar a los recién llegados, como a Abdel.

La misma motivación impulsó a Madala a acoger en un piso que comparte con otros tres chicos a *Abdoulaye (30 años), un senegalés que dormía en la calle. “No puedo dormir bien si no ayudo a alguien que está en esta situación”. Madala (24 años) nació en Malí y llegó a Gran Canaria con 15 años tras cuatro días de ruta desde Mauritania. Hasta que cumplió la mayoría de edad, habitó un centro de menores en Valsequillo, donde conoció a Mar, una de las trabajadores del hogar de acogida, quien también colabora con Somos Red. “Mar me había comunicado que había un chico durmiendo en la calle y preguntó si podía quedarse en casa unos días. Yo lo comenté con mis compañeros y todos dijimos que sí”, relata.

Apenas han pasado una semana juntos y Madala ya ve a Abdoulaye “como un hermano mayor”. No deja que duerma en el sofá y le ha ofrecido compartir su cuarto. “Es muy buena persona y en Senegal tiene familia, mujer e hijos”, añade. En el mismo piso conviven con chicos de Ghana y de Gambia, que llegaron a las islas en una situación similar a la de Madala y en la que ahora se encuentra Abdoulaye. “La convivencia ha ido muy bien”, asegura, aunque reconoce que no ha podido pasar demasiado tiempo en casa, ya que debe compaginar su trabajo en una pizzería con el entrenamiento en boxeo, ya que su sueño es poder representar a su país en el preolímpico de París y, de clasificarse, en los Juegos Olímpicos de Tokio: “Si se celebran”, dice.

“Nunca imaginé verme durmiendo en la calle”

Helena (36 años) y *Habib (24 años) se conocieron a las afueras del Canarias 50, cuando él quedó en situación de calle. Esa noche, junto a otros miembros de la plataforma Somos Red, lo acompañó hasta un espacio cercano en la playa de El Confital, donde dormiría bajo una montaña escarpada en medio de la lluvia y el frío de febrero. “Me miró y preguntó en la oscuridad de la noche, ¿dónde vamos a dormir? Y yo tuve que responderle que al raso. Fue un momento muy duro”, recuerda. A partir de ese instante, hablaban cada día. Durante los días siguientes, Helena le llevaba comida y se preocupaba por su estado. Se fue formando la idea de acogerlo en su casa, pero tenía dudas. “Yo vivo sola. Para mí suponía dar un paso grande en el ámbito personal, de toma de decisión, era alguien que conocía desde hacía tres días. Estuve mucho tiempo dándole vueltas. Pero una puede estar dándole vueltas a un mismo asunto mucho tiempo y por más que piense, no va a encontrar respuestas. Entonces decidí parar de pensar y dar el paso”. Sobre todo, gracias a la experiencia de otras personas de la red que habían actuado en el mismo sentido con las que contactó. Cuando se lo comunicó, Habib se sorprendió y la primera pregunta que le hizo fue si eso no supondría un problema para ella o su familia. “Yo le aseguré que no habría ningún problema, que ya había tomado la decisión y estaba segura de querer hacerlo”.

Lo primero que hizo Habib al instalarse en su casa fue ducharse. Pero al caer la noche, y ante la sorpresa de Helena, el joven le comunicó que dormiría fuera, porque “se había comprometido con un amigo y si no iba se iba a preocupar”. Pero al día siguiente volvió y “no ha habido ningún problema”. Se comunican en inglés, ya que Habib acabó sus estudios secundarios, el equivalente al bachillerato e inició Derecho en la universidad. Helena dice que el joven decidió cruzar la ruta canaria porque “quiere una vida mejor, tiene sueños y quiere cumplirlos, sentirse realizado, poder trabajar y tener espacio para el ocio y eso en Marruecos no lo tiene; me ha contado que allí está todo el día en la calle sin hacer nada y se dio cuenta de que por mucho que se esforzara no conseguiría nada”.

Habib llegó al muelle de Arguineguín en diciembre, desde donde lo llevaron a un recurso alojativo en el sur de la Isla. “Dice que no ha fallado una sola vez, que no ha tenido ningún comportamiento erróneo y ha cumplido con lo que se le ha exigido. Los propios compañeros de Cruz Roja han solicitado su ayuda para la traducción y dice que ha recibido un buen tratamiento”, relata Helena. Por eso, considera “muy injusto” haber quedado fuera del campamento Canarias 50 tras negarse a ser trasladado a otro sector del centro. “No me esperaba verme en una situación así, no me imaginé nunca verme durmiendo en la calle”, cuenta Habib. 

Durante su estancia en la casa de Helena, Habib aprende español dos horas cada día. Ella es maestra y psicopedagoga y actualmente trabaja en la administración pública y le manda tareas. También busca un asesoramiento individualizado en el ámbito legal “para que consiga irse, que es lo que él quiere, porque tiene familia en la península y en Italia”. De hecho, Habib ya se compró un billete para marcharse de la isla “pero lo pararon”, cuenta Helena. Pero el joven también quiere colaborar con la plataforma y ayudar a sus compañeros mientras permanezca en la isla. “Tiene un curso de cocina y de repostería y se ofreció a hacer de comer y repartir para los chicos que siguen en la calle”.

“Me dijeron que o Tenerife o la calle”

El periplo migratorio de Assane se inicia en el año de la reapertura de la ruta migratoria canaria. A mediados de noviembre de 2020 este joven senegalés llegó al muelle de Arguineguín después de cuatro días en el mar en un cayuco que partió de la localidad pesquera de Mbour (Senegal). A los pocos días fue trasladado al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barranco Seco donde permaneció 36 días. “No puedes hacer nada. No sabes qué hacer, solo duermes, te levantas… La misma rutina cada día”, se lamenta. La misma realidad repetida la vivió en el hotel de Mogán en el que fue realojado y desde donde, según cuenta, fue expulsado al negarse a ser trasladado a Tenerife. Así que durmió varios días en las calles turísticas del municipio sureño de la Isla hasta que fue acogido por una persona canaria y más tarde por un espacio de coliving regentado por Manuel, también miembro de Somos Red, donde convive con otros siete chicos senegaleses y una veintena de huéspedes de diferentes partes del mundo.

Hace un mes que Manuel decidió acoger en el recinto a tres senegaleses que estaban en situación de calle. Al principio, al tener las 30 habitaciones ocupadas, habilitó zonas comunes. Un par de semanas después llegaron más personas originarias del mismo país y se volvió a disponer otra zona del inmueble. “Lo consulté con los huéspedes y todos los entendieron”, explica Manuel, quien recuerda que los primeros días fueron “un poco complicados”, pero una vez quedaron habitaciones libres, pudo acogerlos en los cuartos. Además, reciben clases de español tres días a la semana y asesoramiento legal por parte de miembros de la plataforma Somos Red. 

Existen dos formas de poder alojarse en el inmueble: una es pagando y otra es de forma gratuita a cambio de encargarse de las tareas diarias. Manuel explica que Assane y los demás van “ayudando poco a poco” e incluso colaboran con el acopio de alimentos que también se está realizando en el recinto para repartir a los migrantes que están en situación de calle. “Durante el día no tienen ocupación, tienen complicado salir a la calle, están rodeados de incertidumbre y eso los va desgastando”, señala Manuel, quien no descarta acoger más personas si se liberara alguna otra habitación, gracias a las donaciones de la plataforma Somos Red. De hecho, “si hay chicos que quieren estar un periodo largo de tiempo y aprender español e intentar regularizar su situación yo no tengo ningún problema”.

*Mbaye (30 años) lleva más de dos semanas en el espacio de coliving. En francés y mientras traduce una de las huéspedes, explica que la mayor parte del tiempo lo pasa en su interior, apenas sale a la calle por temor a la policía o las miradas incómodas que dice recibir. Reconoce estar muy agradecido por estar en el recinto, en el que se siente seguro y al que llegó tras renunciar a ser trasladado a Tenerife después de haber sido alojado en un recurso al sur de Gran Canaria. “Me dijeron que o Tenerife o la calle”, relata. Y vivió durante casi una semana sin techo. Hasta que conoció a *Mónica, quien le ayudó y le puso en contacto con Manuel. 

Nacido en Senegal, Mbaye se dedicaba a actividades relacionadas con la pesca en Sant Louis. A pesar de conocer los riesgos que entrañaba atravesar la ruta atlántica hacia Canarias, le comunicó a su familia que se iba para buscar un futuro mejor, corriendo él con los gastos. “Sabía que era a vida o muerte y tardé siete días en llegar, pero no tenía miedo porque era un deseo profundo, de partir”. En algún momento le gustaría viajar fuera, pero por el momento dice que “la mejor opción es quedarme”. Quiere encontrar un empleo, “de lo que sea”, añade. Tras recibir asesoramiento de abogados especializados en extranjería, Mbaye es consciente de las dificultades en la que se encuentra, con riesgo de ser deportado. Pero su plan es tener paciencia, porque tiene claro que no quiere volver a su país. “Si fuese expulsado, quizá intentaría volver a salir, pero por otra ruta, no por el mar”, añade.

*Nombres ficticios

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