Los cinco días en los que Ismael perdió a su hija, a su pareja y su libertad: ''No sé cómo pude superarlo sin volverme loco''
“Mucho se habla de los inmigrantes, pero somos pocos los que podemos hablar de nuestra situación”. Ismael Ouattara ha sufrido de cerca la letalidad de la ruta migratoria hacia Canarias. Ahora, después de un viaje en el que perdió hasta la libertad, trabaja por defender los derechos de las personas en movimiento. Salvar a su hija de la mutilación genital lo empujó a salir de Costa de Marfil junto a su famila. Recorrieron Mali, Mauritania y Marruecos en un periplo que se prolongó tres años y en el que nació su segunda hija. En 2021 lograron reunir el dinero suficiente para montarse en una embarcación precaria que les condujera desde el Sáhara al archipiélago. El viaje debía ser de tres o cuatro días, pero duró 17. Más de 19 personas murieron. Entre ellas, su pareja y su hija pequeña.
“La mala condición de los dos motores hizo que acabáramos a la deriva, pasando las Islas Canarias, hasta que un carguero nos rescató”, recuerda Ouattara. El marfileño sabe bien cuál habría sido el futuro de todos los ocupantes de la patera si el buque no hubiera estado allí. “Hubiéramos sido otra más de las pateras que se pierden en el mar y nadie sabe nada más, quedándose los familiares en un duelo eterno al no saber dónde están las personas que viajaban en ellas”, apunta.
La comida y el agua terminaron al quinto día. Reservaron un poco para los niños, que pudieron comer y beber dos días más. El trayecto para los menores se vuelve aún más complicado. “Tener que estar tranquilos, conseguir mantenerlos entretenidos durante el viaje, en los momentos críticos no es fácil”, relata el superviviente.
Después de la primera semana, todo “fue un auténtico infierno”. “Murieron más de 19 personas. La primera que falleció nos dio un golpe terrible de realidad y cada persona que se iba provocaba una desolación difícil de sostener”, recuerda Ouattara. Su hija pequeña falleció y, al día siguiente, murió también su pareja. “El fallecimiento de mi hija pequeña fue un golpe muy, muy duro para mí y mi mujer, y considero que fue lo que provocó que sus fuerzas se terminaran de debilitar”, dice. “Sobreviví para intentar salvar a mi hija mayor”.
Cinco días
Solo habían pasado cinco días desde la muerte de su familia cuando Ismael Ouattara entró en prisión. Su hija mayor se convirtió durante un año y medio en una menor no acompañada. El tiempo que el marfileño estuvo en la cárcel acusado de ser el patrón de la patera. “A veces no sé cómo pude superar y afrontar todo lo que pasó sin volverme loco”, reconoce. Defender su libertad y poder encontrar a su hija fue lo que le mantuvo en pie.
Tras pisar tierra firme, Ouattara pasó dos días en el Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) de Tenerife y luego fue encarcelado. La única prueba era un teléfono móvil que, según cuenta, le quitó un agente de Frontex. Lo que vieron en su móvil no tenía indicios delictivos y después de un año fue puesto en libertad. En todo ese tiempo no vio nunca a su abogada de oficio. “Solo contacté con ella por teléfono en una ocasión y lo que me dijo fue que si tenía prisa por salir de prisión me aconsejaba contratar a un abogado o abogada particular porque tenía mucho trabajo”, afirma.
La asociación Orahan lo puso en contacto con la abogada Sara Rodríguez. “Sin ella hubiera sido muy complicado, ya que estar en prisión en un país que no conoces, con un idioma que no hablas, donde te acusan de cosas tan graves, te coloca en una situación de la que es muy difícil salir”, asevera.
En prisión trataba de entretener su mente con el deporte, el estudio y ayudando a otros presos: “Me propuse desde el principio aprender español, ya que tenía claro que mi hija olvidaría nuestro idioma y que sería muy difícil comunicarme con ella”.
Mantener la esperanza
Salió de la cárcel e Ismael consiguió encontrar a su hija. Estaba conviviendo con una familia de acogida y, tal y como había previsto, ya no hablaba francés. Ouattara critica que esto no sea tenido en cuenta en el sistema de acogida. “En algún momento pueden tener de nuevo contacto con su familia y la barrera lingüística es un obstáculo difícil de superar”, advierte.
Haber estado cerca del timón, sostener un GPS o ser señalado por un compañero de cayuco basta para que un migrante entre en prisión. Un informe elaborado por las entidades Irídia y Novact recoge que, a pesar de que el marco normativo exige a los Estados miembros imponer sanciones a cualquiera que facilite la entrada o tránsito irregular de una persona en el territorio comunitario, las operaciones contra el tráfico de migrantes terminan persiguiendo a los conductores que “muy pocas veces forman parte de un clan organizado”.
Un exhaustivo estudio elaborado por el abogado canario Daniel Arencibia concluye que la Justicia pide en Canarias penas más altas para los acusados que en otras autonomías. La pena de ocho años es la más repetida entre las solicitadas por la Fiscalía, una condena que se reduce si el acusado acepta una conformidad. También es más largo el tiempo que pasan con antecedentes penales y, en consecuencia, proceder a su regularización, siendo empujados a la mendicidad.
Para quienes han pasado por lo mismo que él, Ouattara aconseja “mantener la esperanza y tener una motivación” para crecer cada día. Para él, la integración también es clave. “Me he esforzado por estudiar, aprovechar el tiempo, tanto cuando estaba dentro de prisión como fuera”, indica. Ahora se ha especializado en inmigración y derechos humanos y trabaja en diferentes proyectos. “Las personas que vivimos situaciones tan duras como lo hacemos los emigrantes aprendemos a valorar las pequeñas cosas de cada día y eso, en sí, te da felicidad”, concluye.
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