Hace ya meses que los cayucos no llegan a El Hierro con la intensidad desbordante de octubre o noviembre, pero Francis Mendoza, el coordinador insular de Protección Civil sabe que hay “cuatro o cinco” en el mar pendiente de encontrar tierra, uno de ellos con más de diez días de travesía a sus espaldas. Si llegan, porque nunca es seguro, llegarán muy mal.
Es de las primeras cosas que menciona al recibir a EFE en La Frontera (El Hierro), algunas semanas después de que el Gobierno de Canarias haya premiado con la Medalla de Oro del archipiélago la labor de su organización durante la crisis migratoria, principalmente por la gestión del Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) en San Andrés, la primera cama en la que duermen los migrantes al llegar a la isla más occidental de Canarias, y donde pasan sus primeras 72 horas antes de ser derivados a otros recursos.
Casi todo ha cambiado, señala, desde el primer dispositivo en el que participó, en octubre de 2022, cuando llegaron 66 migrantes. “Ha cambiado, sí. Recuerdo muy bien aquella llamada del sargento de la Guardia Civil, Jaramillo, y de Ramón Acevedo, de la Delegación del Gobierno. Y al principio no había nada, estábamos en un polideportivo, en una carpa, con frío, pero por suerte todo ha evolucionado muy rápido”, expresa.
También han ido incorporando a las filas de la organización a voluntarios que les han permitido dar atención integral, como médicos, enfermeros o profesores. Todos ellos tienen la difícil labor de gestionar los primeros tres días y “bajar a tierra” a quienes llegan a El Hierro y necesitan no solo cuidado físico (es habitual que padezcan deshidratación, heridas o el llamado pie de patera, entre algunos de los muchos achaques de quienes pasan a menudo más de una semana en alta mar), sino también atención emocional.
Porque quienes llegan eufóricos a puerto porque han logrado vencer una travesía que se cobró, al menos, 959 muertes el pasado año tiene que procesar un baño de realidad y tomar conciencia de la maraña administrativa que tienen por delante o la incertidumbre de cómo llegar a otros lugares, especialmente Francia.
Es ahí donde actúa Protección Civil de El Hierro y su proyecto específico para inmigración, denominado 'Corazón naranja', con 69 voluntarios que están “24 horas localizados y preparados” para cuando se active algún dispositivo.
“Vamos entablando conversación con ellos, hacemos un pequeño cribado, vemos quién necesita un médico, qué carencias tienen... Nos encargamos también de la comida, de estar con ellos y de escuchar sus historias. Somos la persona con la que ellos se pueden desahogar”, resume Mendoza.
El coordinador de Protección Civil apunta que en el desempeño de la labor de su organización es “en un 90 % muy difícil”, porque llegan niños, madres con hijos, personas enfermas que cuentan sus historias, los motivos por los que dejan su país y por qué se meten en esa aventura de locos“.
“Nos encontramos de todo un poco. Unos que piensan que están en Madrid, otros en Barcelona, otros en Tenerife, y cuando ya ven que están en El Hierro empiezan a preguntarte si van a permanecer aquí todo el tiempo. Y ahí ya les explicamos que no, que estarán aquí a lo mejor 72 horas, que después se les desplaza a diferentes campamentos en Canarias y que de ahí ya los llevarán a la 'Gran España', como ellos dicen”, relata.
Sobre la Medalla de Oro es claro: “Es algo que hemos hecho con el corazón y de forma voluntaria. No queríamos nada para nosotros y si nos dan algo, que sea para los inmigrantes. Es un reconocimiento a la labor que hacemos, que lo hacemos con gusto, con nuestro corazón, con nuestra fuerza, aunque está bien que se nos esté reconociendo fuera de El Hierro”, manifiesta.
Preguntado por la ausencia de discursos de odio en El Hierro, como ha podido pasar en otros lugares europeos tensionados por la migración, Mendoza afirma que El Hierro es, en su carácter, solidario, igual que lo es en general Canarias. Y pone el ejemplo de empresarios locales como Dionisio González, que adelanta suministros al CATE cuando es urgente comprar cualquier cosa.
Esa solidaridad también tiene que ver, dice, con las personas que vienen, que son “humildes, sencillas y que vienen a buscarse el futuro”. “Ahora son ellos pero... ¿y si fuéramos nosotros? Creo que ellos tampoco buscarían ese odio”, reflexiona.
Sobre la saturación de las infraestructuras, un tema que se ha relajado tras un descenso notable en el flujo hacia El Hierro en los últimos meses, pero que sigue siendo motivo de preocupación, Francis Mendoza recuerda que hubo momentos donde los espacios disponibles y los medios humanos “se quedaron pequeños”.
Y a esa situación, resume, se sobrepusieron “con corazón”, pese a estar cansados, porque “si hay que estar, se está y lo damos todo cuando estamos”, pese a que han llegado a faltar medios, sobre todo humanos.
En la memoria, a Francis Mendoza no solo le quedan las malas vivencias, que incluyen alguna muerte de usuarios del CATE por complicaciones, por ejemplo, de pie de patera. Entre las impactantes rememora cuando llegó solo en un cayuco un crío de unos cuatro o cinco años que repetía en su idioma lo mismo una y otra vez. Con ayuda de un traductor pudieron saber qué decía: un número de teléfono, al que consiguieron llamar para hablar con su padre, que se despedía de su hijo y pedía a España que lo cuidara, pues en su país de origen no tenía futuro.