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El maliense que llegó a Canarias y traduce a los solicitantes de asilo que saltan la valla de Melilla

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —
13 de marzo de 2022 12:18 h

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Cuando hay un salto a la valla de Melilla, un teléfono suena en Canarias. El 2 de marzo, cuando 2.000 personas atravesaron esta alambrada de entre seis y diez metros de altura, Mohamed* estuvo casi todo el día al teléfono. Desde Gran Canaria, trabaja como intérprete entre la policía y los solicitantes de asilo malienses. El joven criado en Kaye (Malí) es también educador en un centro de menores no acompañados y combina esta tarea con labores de traducción en el CATE (Centro de Atención Temporal de Extranjeros) de Barranco Seco.

Los siete idiomas que domina hacen que contacten con él desde todo el país: español, francés, árabe, hassanie, bámbara, suninké y darija. “Creo que lo presencial suele ser mejor, porque ves a la gente y su comportamiento, pero aunque haya otros intérpretes en Melilla, llegaron tantos migrantes que se necesitaron más recursos”, cuenta. 

Las entrevistas de asilo suelen durar entre 40 y 60 minutos, “en función del conocimiento de los agentes”. “Casi siempre se repiten las mismas preguntas y a veces los abogados casi no intervienen”, señala. Al CATE de Gran Canaria siempre se dirige en compañía de un letrado y, por grupos de cuatro o cinco personas, lee los derechos a los migrantes llegados en patera a la isla. En la mayoría de los casos puede hacer su trabajo con tranquilidad, pero en otras ocasiones, los juristas han tenido que exigir a los agentes que custodian el recinto más tiempo para poder atender de manera eficiente a sus clientes. 

Su primera interpretación en Gran Canaria es de la que se siente más orgulloso. Una embarcación precaria llegó al sur con varios hombres magrebíes y tres subsaharianos. “Intentaron acusar a los subsaharianos de ser traficantes y capitanes de la patera y los detuvieron. A la Fiscalía no le encajaba y comenzamos a hacer preguntas y convencimos a los más pequeños para que identificaran a los traficantes, asegurándoles que nadie más podría escuchar lo que ellos dijeran. Al final descubrimos la verdad. Me gustó porque de acusarte de traficante, a terminar en libertad hay mucha diferencia”, describe. 

Ver un naufragio por la televisión antes de la travesía

Aunque Mohamed nació en Gabón, creció en Malí con su padre y su tía. En una aldea enseñaba árabe y el corán, hasta que un día escuchó que un compañero suyo había llegado a España. Lo llamó por teléfono: “¿Es verdad que has llegado?”. Cuando escuchó el “sí” al otro lado de la línea, empezó a caminar hasta la frontera con Mauritania. Con el dinero justo en los bolsillos, se puso en contacto con un traficante que pensaba enviar tres cayucos esa misma noche. “Pasé unas horas en una casa, donde había una tele y pude ver que había habido un naufragio en la ruta”.

Mohamed, que tenía un globo terráqueo en su escuela, había pensado en llegar a Europa por Almería, nunca por Canarias. Llegó sin saber muy bien la edad que tenía, aunque cree que rozaba los 18 años. Las pruebas óseas determinaron que tenía 16 y pasó dos años en un centro de menores no acompañados, en el que terminó trabajando después. De allí salió hablando español y con un permiso de residencia, un escenario que se aleja del que viven ahora los niños y jóvenes que alcanzan el Archipiélago. 

“En nuestra época llegabas y a los dos meses tenías ya la edad determinada. Ahora pasan unos años y todavía no saben qué edad tienen. Les afecta a ellos y les genera intranquilidad. No pueden estar escolarizados y muchas veces terminan fugándose”, explica. “Es como si hubiera llegado a España hoy”, le dicen algunos jóvenes que llevan más de un año en el mismo recurso. 

Los últimos datos consultados por este periódico concluyen que aún hay 1.304 personas que permanecen en un limbo a la espera de las pruebas que determinen su edad. Mientras tanto, adultos y niños conviven en los mismos centros. La directora general de Protección a la Infancia del Gobierno autonómico, Iratxe Serrano, aseguró además que en un centro de El Hierro había hombres de hasta 45 años. “Según la Fiscalía, debe prevalecer la presunción de minoría de edad. Tampoco puedo dejarlos en la calle en pleno invierno”, declaró entonces la responsable. 

16 años después, Mohamed y los menores con los que trabaja siguen echando en falta la presencia de los mandatarios de sus países de origen. “Ni un solo representante de países africano se ha presentado aquí para saber cómo están sus compatriotas”, critica el traductor. También echan en falta más recursos para la integración. “Cuando salía a la calle y era menor no sabía ni dónde estaba la comida africana, ni dónde había personas de mi comunidad. Tuve que preguntar a un marroquí musulmán que paseaba por la calle dónde estaba la mezquita. Eso habría hecho las cosas más fáciles”.

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