Ser marroquí y homosexual y no poder pedir asilo en Canarias por miedo

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —
27 de marzo de 2021 10:10 h

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A Ashim* (nombre ficticio) le tiemblan las piernas cuando explica que ha solicitado protección internacional por ser homosexual. En Marruecos, confesar su orientación sexual supone una condena de prisión de tres años o, lo que considera peor, ser agredido y señalado eternamente por la población. Para mostrarlo, enseña con indignación en su móvil un vídeo en el que decenas de personas pegan una paliza en la ciudad de Fez a dos hombres que paseaban en un coche. También estaba nervioso la noche en la que le avisaron de que su patera partiría de Dajla en cuestión de horas.

Eran las tres de la madrugada y estaba despierto, en una casa en la que llevaba encerrado un mes con 25 personas más, esperando la llamada. “Había que esperar a que no hubiera policías’’, cuenta. Tenía miedo. Sabía que atravesar el mar en una embarcación precaria era peligroso. Aún recuerda el llanto de una de las dos mujeres que viajaban con él. Estaba embarazada y temía que su bebé naciera en mitad del océano. Durante la travesía les pilló la lluvia. El agua caía sobre el mar y su temor a la muerte era cada vez mayor. ”No volvería a hacerlo, nunca“. 

Después de tres días sentado en la misma posición y orinando en una botella, vio a lo lejos el muelle de Arguineguín, al sur de Gran Canaria, por el que ha pasado la mayoría de migrantes que han alcanzado Canarias en el último año. Después, en una guagua, fue trasladado al CATE (Centro de Atención Temporal de Extranjeros) de Barranco Seco, un campamento policial compuesto por carpas situado en la capital grancanaria y cuyas condiciones han sido criticadas por el defensor del pueblo al no ser “adecuadas”. De su paso por el CATE recuerda el frío, la lluvia, y la falta de comida y agua suficientes.

También, su primer contacto con un abogado. En una breve reunión en grupo, un letrado les explicó las circunstancias en las que podrían acceder a la protección internacional, entre ellas sufrir persecución en el país de origen por orientación sexual. Ashim no se atrevió entonces a levantar la mano: “¿Cómo voy a decir que soy gay delante de tanta gente?”, pregunta. Ashim tenía miedo a las consecuencias, ya que en el CATE compartía carpa con más marroquíes, con los que también convivió en un hotel del sur de Gran Canaria después de las 72 horas bajo custodia policial marcadas por la ley. 

En enero, cuando el CATE llevaba ya dos meses en funcionamiento, fuentes jurídicas que atienden a las personas retenidas en este espacio explicaron a esta redacción que la asistencia letrada se hacía entonces por grupos de unas siete personas y con una duración aproximada de 20 minutos. En algunos casos, recurrían a los propios migrantes que manejaban algunas palabras en español para que trasladaran la información al resto. Los abogados reconocieron entonces que hacer un seguimiento y dar atención continuada a quienes cumplían con el perfil para solicitar asilo era “complicado”, porque después de tres días eran reubicados en otros espacios. 

Ante estas trabas en la asistencia letrada, Vicente, un vecino grancanario, fue la persona que le ayudó a solicitar la protección internacional. Se conocieron en una aplicación de citas cuando Ashim permanecía alojado en un complejo turístico. “Nos fuimos conociendo y un día me dijo que se lo iban a llevar a un campamento de Tenerife porque el hotel cerraba’’, dice Vicente. Por ello, le ofreció quedarse en su casa. ”Si no nos hubiéramos conocido, probablemente él estaría ahora en Las Raíces“. 

El 8 de marzo, ambos se desplazaron a una comisaría de la Policía en Las Palmas de Gran Canaria a las 9.00 de la mañana. ‘’Nos dijeron que cuanto antes fuéramos, mejor nos atenderían porque no habría tanta gente’’, señala Vicente. Ashim se entrevistó allí con una mujer que le transmitió la confianza necesaria para contarle con detalle toda su historia. “Imagina que soy como una hermana para ti”, fueron sus palabras mágicas.

Un activista admirador de Nietzsche 

Ashim nació en el sureste de Marruecos y su familia, dedicada a la agricultura, es bereber, por lo que en su país ha sufrido también racismo por parte de las comunidades árabes. Nadie en su pueblo sabía que él era homosexual. El estigma de la pobreza o el analfabetismo ha recaído sobre las comunidades imazighen: “Hay muchas diferencias entre las dos etnias. La principal es la lengua y la mayor igualdad de hombres y mujeres entre la población bereber”. Él reconoce que a veces ha sufrido insultos en Marruecos por hablar su idioma: “Los árabes creen que su idioma es el dominante porque dicen que es el del Corán’’.

Sus ganas de combatir la discriminación le condujeron a formar parte de movimientos activistas y a estudiar Filosofía en Marrakech a los 19 años. El filósofo favorito de Ashim, creyente y practicante, es Nietzsche. “Es el más loco”, bromea, mientras explica que el contenido que recibió en las clases es similar al que se imparte en cualquier universidad de Europa. Durante su época universitaria mantuvo una relación con otro hombre a escondidas. Solo lo sabían dos de sus amigos, que también pertenecían al colectivo LGTB.

Pese a que ha solicitado protección por su orientación sexual, la razón que expone ante su familia es su activismo. Antes de atravesar la ruta canaria, sus padres le habían concertado un matrimonio con una mujer. Cuando decidió marcharse, solo se lo dijo a uno de sus dos hermanos mayores. Pagó unos 15 euros para ir de Marrakech a Cabo Bojador. De ahí, con otros cien euros llegó a Dajla, punto de partida de la patera. Por el hueco en el barco, pagó 2.500 euros. Viajar a Europa por vías legales es “imposible”. “Es muy caro. Intenté tres veces conseguir el visado, pero me lo denegaron. Debía demostrar que tenía mucho dinero para poder estar aquí”.

Discriminación laboral

Ahora, en una pequeña vivienda del sur de Gran Canaria, Ashim pasa los días pensando en el futuro. Ya ha presentado la solicitud de protección internacional, pero ahora necesita trabajar e integrarse, y pese a que se conforma con cualquier empleo, desearía poder convalidar sus estudios de Filosofía e impartir clases.

Las personas migrantes y refugiadas LGTB tienen más posibilidades de experimentar situaciones de discriminación en el acceso a un empleo. Esta es una de las conclusiones del estudio Lucha contra la discriminación en el ámbito laboral por razones de orientación sexual e identidad de género de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Todas las personas entrevistadas en el estudio afirman que su orientación sexual o identidad de género son una desventaja para conseguir trabajo. Las mayores trabas aparecen para las mujeres transexuales.

Vicky Barambones, una de las autoras del informe, ha subrayado en declaraciones recogidas por Efe que es “fundamental” visibilizar este tipo de discriminación porque es “muy difícil de probar”. Además, la directora general de CEAR, Estrella Galán, ha señalado que la consecución de derechos que España ha logrado para el colectivo “no se refleja en su acceso al mercado de trabajo’’.