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Un pasaporte en Nuakchot, un mar de silencio, un duelo imposible

Efe / José María Rodríguez

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Siete cayucos de Mauritania han desaparecido con todos sus ocupantes desde que comenzó el año, son la punta del iceberg de eso que Naciones Unidas llama “naufragios silenciosos”. El hermano de Abdou y Brahim iba en uno de ellos; su pasaporte no, su pasaporte lleva un año en la embajada de España en Nuakchot a la espera de un visado.

Los dos emigrantes mauritanos, procedentes de una de las regiones más pobres del país, Guidimakha, han dejado durante una semana sus trabajos en Francia para viajar a Tenerife y Gran Canaria a la desesperada, en busca de cualquier información sobre Demba.

El cayuco de su hermano salió de Nuadibú el 16 de enero con 65 personas a bordo, entre ellas ocho mujeres. Todos jóvenes de Senegal, de Mali, de Guinea y Mauritania, principalmente. Dos barcas más partieron aquella misma madrugada desde esa ciudad del norte del país hacia Canarias, de las cuales solo una ha llegado, a El Hierro.

Lo hizo al cabo de diez días de navegación, tras perder a once de sus 77 ocupantes antes de que la encontrara en condiciones límite una patrullera de la Guardia Civil. Todavía llevaba dos cadáveres a bordo y cinco personas más terminaron aquel día en el hospital.

Abdou, Brahim y un amigo residente en Bélgica, que también tenía a un familiar en el mismo cayuco, han pasado una semana en Canarias. Llegaron deseando que sus parientes no hubieran dado señales de vida porque estuvieran en un hospital, o quizás detenidos; incluso la Marina Francesa les había dicho que no perdieran la esperanza porque hay quien ha sobrevivido tres semanas sin agua, a la deriva.

Pero Abdou acaba de tirar la toalla. “Hace dos días que ya no llamo a casa. No tengo nada que contar a mis padres”, dice.

Este trabajador mauritano pide que no se revele su identidad ni la de sus hermanos, ya que teme que perjudique a su familia, así que los nombres que se reproducen en este reportaje son ficticios.

Si accede a hablar con EFE es porque ya no puede más y, sobre todo, precisa, porque teme que sus hermanos pequeños u otros chicos de su pueblo sigan el camino que Demba. Quizás su dolor los disuada.

No hay trabajo para la gente de piel negra

“Me fui a Francia hace quince años, así que no estoy muy al corriente de la situación en Mauritania. Sí sé que las cosas no son fáciles allí, sé que para las personas de piel negra no hay trabajo. Y los jóvenes lo dan todo por prosperar y tener una oportunidad”.

Abdou relata la historia de su hermano en Vecindario (Gran Canaria), en uno de esos días pesados de calima en los que el polvo del Sáhara cubre los coches, penetra en los pulmones y recuerda a todos lo cerca que está Canarias de realidades como la del Sahel.

A su hermano no le iba de todo mal en Guidimakha. Era uno de los pocos electricistas titulados de la zona y se ganaba la vida en la construcción y con reparaciones esporádicas. Cobraba unos 400 euros al mes, pero hace años que soñaba con Europa. No con Francia, como sus hermanos, que pudieron emigrar con un contrato, sino con España.

“Es un forofo del Barça. Le gustaba todo lo que rodea al Barcelona. Estaba aprendiendo español, soñaba con España. Le encanta la cultura española, la comida, el fútbol... todo”, explica. “Hace un año que solicitó el visado, pero nunca le respondieron. Pagó el depósito y su pasaporte sigue allí, en la embajada”, se lamenta.

Demba nunca confesó a sus hermanos sus planes. De hecho, Abdou se enteró de que había partido hacia Canarias pasados tres días de su salida. Lo supo por un conocido que había intentado embarcar en el mismo cayuco, pero se quedó en tierra porque no cabían todos. Pagaron unos 1.200 euros, el equivalente a varios meses de trabajo.

De la esperanza al juzgado

Abdou y Brahim empezaron su búsqueda en Francia: recurrieron a la Cruz Roja, que los derivó a la Marina, que, a su vez, consultó con Rabat y con la Guardia Civil. Todo sin éxito, por eso decidieron volar a Canarias; por eso, y por lo mal que están sus padres.

Los hermanos acaban de poner una denuncia formal de desaparición en un Juzgado de Gran Canaria, les han aconsejado que les conviene que conste. Y quizás ese trámite los ha enfrentado con la realidad.

“Mi familia ha entrado en pánico y yo he perdido la esperanza. Al levantarme esta mañana, me he dado cuenta de que ya no tengo más que hacer, he hecho todo lo posible. No hay más”, se resigna.

Abdou tiene las maletas listas para regresar, pero hace dos días que no llama a sus padres. No sabe qué decirles. Tiene presente que su padre está muy mal, que la desaparición de Demba lo ha arrasado, e intuye que su madre ha llegado a su mismas conclusiones, aunque es de esas mujeres que se tragan el dolor y lo llevan por dentro.

“Hasta antes de ayer, ella me llamaba seis o siete veces diarias, me decía que no desesperara, que mi hermano es fuerte, que está lleno de amor... pero el móvil ya no suena”, dice. “Mi hermano era una persona muy familiar, siempre estaba por casa. Y mis padres no podrán hacer el duelo sin saber qué le ha pasado”.

Antes de despedirse, a Abdou le asalta la duda. “Ustedes en Canarias conocen lo que está pasando en esta ruta. ¿Es posible... todavía?”, interpela al periodista y al abogado que le ha ayudado con los trámites legales. No da tiempo a responderle: “Ya hemos ido a todas partes, a la Policía, a los hospitales, a los centros de acogida... Por eso ayer mi hermano y yo dijimos 'se acabó'”.