“¿Cuánto se tarda de Gran Canaria a Dakhla en avión?”, pregunta Ayoub. “Unos 90 minutos”, respondo. “Claro, con papeles es más fácil. Yo tardé tres días en patera”, recuerda. A finales de 2020, pagó 2.000 euros para cruzar los 450 kilómetros que separan la isla de la antigua Villa Cisneros, el último lugar en el que España arrió la bandera antes de abandonar el Sáhara Occidental. Se dedicaba a trabajos relacionados con la construcción y decidió partir después de la muerte de su padre, con la esperanza de mejorar su vida y ayudar a su madre y a su hermano pequeño. Recuerda que salió durante la noche junto a una veintena de personas y que los encargados de organizar “el viaje” pagaban “un plus” a la policía para sortear las numerosas casetas de vigilancia en la costa. En abril de 2022, fue deportado desde el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barranco Seco (Las Palmas de Gran Canaria) a El Aaiún.
La ciudad de Dakhla, capital de la región escasamente habitada de Dakhla-Oued Ed Dahab o Río de Oro, se ubica en una pequeña península donde el desierto se funde con el mar, que es visible casi desde cualquier punto, y el viento es constante, mitigando el calor. Apenas supera los 4 kilómetros de ancho y alcanza unos 40 kilómetros de extensión. Toda la población se concentra en la ciudad y sus calles, impregnadas de arena, permanecen casi desiertas durante el día, pero al caer la noche, se llenan de vida. Mientras camina por el paseo marítimo, Ayoub, junto a un amigo, dice que son muchos los que piensan en cruzar la ruta en patera, sobre todo jóvenes. La idea le rondaba desde hacía tiempo. Mira al mar. “Lo peor era la noche”, recuerda.
El muelle de Arguineguín fue el punto de llegada. Aunque estuvo acogido en uno de los hoteles que se habilitaron para migrantes en el sur de Gran Canaria como recursos alojativos de emergencia durante el aumento del flujo migratorio, a los pocos meses se vio en la calle. Durante un tiempo, encontró cobijo en una casa okupa en el municipio de Telde. Allí dice que le apuñalaron. Se levanta la camiseta y muestra una cicatriz vertical que le atraviesa el abdomen. “Un día llegaron unos chicos y me acuchillaron”, cuenta, sin dar más detalles. Fue atendido en el Hospital Universitario Doctor Negrín de Gran Canaria. Después de recuperarse, dice que viajó a la península, donde quiso probar suerte en la agricultura, en Huelva, pero no lo consiguió. Y volvió a Gran Canaria en 2022.
Ayoub regresó a la Isla porque estaba pendiente de un juicio por el apuñalamiento y tenía la esperanza de obtener alguna ayuda. En la capital, de forma fortuita mientras hacía cola para preguntar en la comisaría de Las Palmas de Gran Canaria, conoció a una de las integrantes de un proyecto que ofrece atención socio-jurídica gratuita a migrantes en situación de calle en las Islas, que narra parte de su historia. Está financiado por Fons Catalá (Fondo Catalán de Cooperación al Desarrollo) desde septiembre de 2021 y lo lleva la Asociación Atlas, que a su vez gestiona un hostal en la capital grancanaria y acoge a migrantes desde 2020.
Con su ayuda, intentó que le aceptaran en algún recurso de acogida, pero ninguno respondió. Ayoub pudo quedarse un par de noches en el hostal de Atlas, hasta que una reyerta en la que estuvo implicado provocó la llegada de la policía. Ese fue el final de su proyecto migratorio. Lo ingresaron en el CIE de Barranco Seco y lo deportaron poco después de que España retomara, en marzo de este año, los vuelos de repatriación con Marruecos. A través de la compañía Royal Air Maroc, se trasladaban a unas 80 personas por semana con destino a El Aaiún.
En la capital del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos, Ayoub tuvo que coger una guagua para cruzar los más de 530 kilómetros que la separan de Dakhla, en unas siete horas de trayecto. Volvió a casa de su madre, a la que le gustaría poder llevar a España en avión. “En Dakhla no hay futuro para mí. Si no tienes dinero, aquí no puedes hacer nada”, dice. Asegura que a sus 22 años ya no puede trabajar en la construcción ni en trabajos físicos por los problemas que le ocasionó el apuñalamiento. Y no se le va la idea de regresar a España. “Volvería en patera”, dice, con una risa nerviosa, mientras mira al océano desde el extenso paseo marítimo de Dakhla.
El 50% de las salidas, en el Sáhara Occidental
Según las estimaciones de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en su informe Protección, salvar vidas y soluciones para refugiados en viajes peligrosos, en el año pasado el 50% de las salidas de la ruta migratoria atlántica a Canarias tuvieron su origen en el Sáhara Occidental, cuando llegaron a las Islas 23.042 personas. Y Dakhla es una de las principales áreas de salida.
Hasta allí se trasladan tanto marroquíes como subsaharianos para partir hacia Canarias. En apartamentos u hoteles, esperan a que las personas que organizan estas actuaciones avisen de la fecha y hora para salir, en ocasiones teniendo que trabajar para pagar el alquiler. Un residente en Dakhla explica que los traficantes de personas compran las pateras y suelen tener algún contacto en la policía, a la que le da una parte del dinero para permitir las salidas. Y cuando llega el momento de subirse a la patera, nadie se puede echar atrás. “Ganan mucho dinero”, añade.
Desde Dakhla partió Ashim* en diciembre de 2020. Tomó su decisión porque era homosexual y su familia le había concertado matrimonio con una mujer. Se trasladó desde Marrakech, donde trabajaba, y estuvo un mes en un apartamento esperando con una veintena de personas a que le avisaran para partir. A las tres de la mañana recibió la llamada y, tres días después, llegó al puerto de Arguineguín, tras pagar 2.500 euros, según relató en una entrevista con ahora.plus en marzo de 2021.
Dakhla también ha sido uno de los orígenes de las tragedias que se suceden en la ruta migratoria, la más mortal del mundo. En mayo de 2019, Séphora, bebé de 13 meses, murió al caer al mar cuando la patera estaba cerca de Gran Canaria. Su madre, de Costa de Marfil, fue obligada por su familia a casarse con 15 años con un hombre 27 años mayor al que no quería. Viajó hasta Dakhla, donde trabajó en los frigoríficos de empresas congeladoras de pescado hasta que recibió el aviso para partir a Canarias. Contaba en una entrevista con Efe que pensó que había pagado 1.500 euros por un pasaje en un barco y, cuando vio la patera, quiso echarse atrás, pero la obligaron a subirse, amenazándola con palos y cuchillos.
“Es un tirano”
Con unos 150.000 habitantes, el sector pesquero, la agricultura del tomate en invernaderos, la ganadería de camellos o el turismo son los principales medios de vida en Dakhla. Nadir* se trasladó desde Agadir, donde vive su familia, hace ya más de ocho años a vivir en la ciudad para dedicarse al kitesurf en uno de los lugares con mejores condiciones para practicarlo. Además de dar clases de este deporte, también se acerca a los hoteles donde llegan turistas para trabajar como guía. Y en Dakhla, dice Nadir, ha encontrado su lugar.
En las playas de la laguna, en la costa este que separa la península del continente, las velas del windsurf y las cometas del kitesurf pueblan el paisaje casi virgen, bajo la presencia constante del viento. A ambos lados de la carretera que discurre desde la ciudad, numerosos carteles perimetrados con rocas anuncian la creación de nuevos hoteles, uno detrás de otro. Además de la apuesta por potenciar el turismo en la zona, el Gobierno de Marruecos proyecta la construcción del gran puerto Dakhla Atlantique, una obra que anunció el propio rey de Marruecos, Mohamed VI, en 2015 enmarcado en varios proyectos que tenían como finalidad mejorar la conexión con el Sáhara Occidental.
A la entrada de la ciudad, una puerta con un cuadro de Mohamed VI se alza sobre la carretera. “Es un tirano”, dice Nadir. De forma paralela discurre un muro kilométrico que enlaza con el paseo marítimo. Dice que fue la primera infraestructura que se construyó en Villa Cisneros: una base militar, cuando el territorio pertenecía a España. Marruecos la hizo suya y la amplió. Es, junto a una iglesia, los únicos recuerdos que quedan de la colonización española en la ciudad. Las banderas marroquíes ondean por doquier y la presencia policial, de la gendarmería y los militares es constante.â¨
“¿No conoces la historia? Están enfrentados desde hace tiempo, Marruecos y el Frente Polisario”, explica y, tras una pausa, pensativo, añade “al final, es su tierra y están luchando por ella”, pero rápidamente aclara que se considera “neutral” en el conflicto que dura cerca de medio siglo. Después de casi 100 años bajo su soberanía, el 14 de noviembre de 1975, España formalizaba su salida del Sáhara Occidental y entregaba el norte a Marruecos y el sur a Mauritania, incluyendo Dakhla. En 1979, Mauritania renunciaba a su parte al perder la guerra contra el Frente Polisario y Marruecos ocupó todo el territorio. Los saharauis huyeron a los campamentos de refugiados de Tindouf (en Argelia), a las zonas del territorio que no fueron controladas por Rabat, se exiliaron a otros países y algunos también se quedaron.
Desde 1963 hasta la actualidad, la Organización de las Naciones Unidas sigue definiendo al Sáhara Occidental como un territorio no autónomo pendiente de descolonización. A pesar de haber creado incluso la Minurso (Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental) para buscar una salida al conflicto basada en un referéndum de autodeterminación, Marruecos se niega a aceptar esta vía y se enquista en que sea reconocido como un territorio autónomo bajo su soberanía; una postura que ya han apoyado Estados Unidos, Francia, Alemania o España. Y desde noviembre de 2020, el representante del pueblo saharaui, el Frente Polisario, dio por roto el alto al fuego pactado en 1991 para buscar una vía pacífica al conflicto.
*Nombres ficticios para preservar el anonimato