Hacia las once de la mañana de este jueves 30 hacía explosión un coche bomba en el aparcamiento del Edificio Central de la Universidad de Navarra. En ese instante todas las facultades que rodean la edificación tiemblan sobremanera. La incertidumbre de no saber qué ha pasado da paso al miedo, a la sospecha y, en última instancia, a la certeza de que la banda terrorista ETA ha actuado de nuevo. El desalojo en las aulas es inmediato. Las fuerzas de seguridad invaden el campus y aúnan a estudiantes y profesores en una explanada desde la que se divisa una inmensa humareda negra. El silencio se abre paso entre los llantos de aquellos jóvenes que no entienden el porqué del suceso.
Desde los medios de comunicación se comenta que los asesinos vascos habían afirmado a las 9.53 horas que en una hora tendría lugar la explosión de un coche en “una Universidad”. La no especificación de la entidad que sufriría el atentado provocaba que a las 10:40 un centenar de estudiantes se paseara tranquilamente por el lugar de la explosión.
Los cristales de la biblioteca de la Universidad de Navarra, anexa al Edificio Central, sucumben a las 10.58 horas. En ese momento, el rostro de algunos estudiantes que ojeaban sus apuntes se emblanquece a un ritmo acelerado. El de Esther Anguita, estudiante de la facultad de Económicas, también cambia de color. Anguita decide abandonar sus apuntes y su abrigo para huir de aquel montón de cristales. Como ella, decenas de estudiantes lloran ante el desconcierto de no saber qué sucede.
En estos momentos, la cantidad de explosivos colocados en el coche bomba se desconoce. Las cantidades que se barajan, entre 60 y 80 kilos, no se adecua con los daños causados en el aparcamiento. Esas cantidades hubieran destrozado la inmensa mayoría de vehículos aparcados. Sin embargo, muchos han quedado intactos.
Desde el 23 de mayo de 2002 los terroristas habían olvidado la Universidad de Navarra. Hoy han vuelto han vuelto a actuar tras la desarticulación del Comando Nafarroa y la incautación de cien kilos de explosivos. El objetivo, sin embargo, ha sido el mismo que el de hace seis años: estudiantes inocentes que nada tienen que ver con una causa vacía y llena de violencia.