Los militares de este puesto avanzando sufrieron esta semana su primer ataque desde el interior de una población
MOQUR (AFGANISTÁN), 26 (de la enviada especial de EUROPA PRESS, Laura Caldito)
Las tropas españolas desplegadas en el puesto avanzado de Moqur, en la provincia de Badghis, luchan contra la insurgencia en la zona codo con codo con las fuerzas de seguridad afganas, que poco a poco están asumiendo el liderazgo de las operaciones que pretenden llevar la seguridad a una de las zonas más conflictivas de la provincia más pobre del país.
España cuenta en la actualidad con dos puestos de combate en la provincia, uno en Ludina y otro en Moqur, desde donde una compañía del Ejército de Tierra trata de garantizar la protección necesaria a las tareas de construcción de las dos carreteras que atraviesan la región y apoya a los equipos de instrucción y asesoramiento a las fuerzas de seguridad afganas.
En Moqur, el capitán Pablo Torres, de la 3ª Bandera Paracaidista, manda a unos 150 hombres en una base que también acoge a dos equipos de instrucción. Desde aquí, dirige las patrullas que tratan de controlar el Valle del Mirazan y el del Darra i Bum, uno de los más peligrosos, para garantizar el control de las autoridades afganas sobre el terreno.
En esta tarea, en la que ya van siempre acompañando a las fuerzas de seguridad afganas a las que forman los miembros de los equipos de entrenamiento y asesoramiento, en ocasiones se encuentran con los obstáculos que la insurgencia de la zona les pone, principalmente con artefactos explosivos improvisados (IED) pero también con hostigamientos en los que las granadas y los 'kalashnikov' son sus principales medios.
EL PRIMER ATAQUE DESDE UN NÚCLEO URBANO
En la última semana, dos patrullas se han tenido que enfrentar a dos hostigamientos, uno de ellos iniciado en un núcleo urbano por primera vez desde que la 'BRIPAC' está en este puesto avanzado de combate. En los dos ataques los militares españoles se enfrentaron a los atacantes codo con codo con los efectivos afganos.
El primero de ellos comenzó el pasado miércoles, cuando 30 militares volvían de hacer una patrulla por una zona al sur de la base y al paso por la localidad de Nurgel, a tan solo seis kilómetros de la base, detectaron lo que parecía ser un artefacto explosivo improvisado en el interior de la población. Dado que comenzaba a hacerse de noche, el capitán Torres, que se encontraba en la patrulla, decidió pasar la noche en la zona para iniciar las tareas de desactivación al día siguiente.
Así, la sección española, los militares afganos y el equipo de asesoramiento que siempre les acompaña, pasó la noche en el interior de los vehículos que formaban el convoy militar, hasta que amaneció, y una vez se hizo de día, bajaron de los blindados para tratar de desactivar el IED.
En ese momento, se inició un ataque desde diferentes posiciones con granadas, fusiles y ametralladoras, que se prolongó durante unos minutos. Una de las granadas impactó contra el suelo y alcanzó al rebotar la rueda del blindado que ocupaba el jefe de la compañía, pero ningún militar, ni español ni afgano, sufrió daños en el ataque.
Una vez acabó el hostigamiento, los militares comprobaron cómo la actividad del pueblo continuaba “con total normalidad”, algo que, según apuntan, demuestra que los insurgentes contaban con la connivencia de los aldeanos. De hecho, recalcan que en el momento del ataque salía humo de varias chimeneas de casas de la zona -pese a las altas temperaturas-- lo que buscaba confundir sobre el origen de los disparos.
Además, al atacar desde la población, los insurgentes garantizaban una menor respuesta de los militares, ya que “saben” que éstos “no van a hacer fuego contra los civiles”. En definitiva, según ha explicado el capitán, se trató de un ataque “muy planeado”.
El convoy llegó el jueves a 'Rickets' y el siguiente incidente grave tuvo lugar menos de 24 horas después, cuando otra sección que patrullaba en esta ocasión más al norte -cerca de Darra-i-Bum, donde la insurgencia está todavía más mezclada-- fue hostigada a su paso por un valle. También iban en la caravana el capitán Torres y el mismo equipo de asesoramiento que sufrió el ataque en Nurgel.
En esta ocasión, los disparos se prolongaron durante tres horas y los militares pudieron responder al fuego, que tampoco causó daños ni a los militares españoles ni a los afganos, y volver sin problemas a la base, zona segura para los efectivos.
En 'Rickets', los militares españoles no cuentan con las comodidades de la principal base en Badghis, en Qala-i-Naw, y permanecen durante los cinco meses que dura su despliegue dependiendo del agua de dos pozos y los convoys que les hacen llegar desde la capital de la provincia cada diez días las raciones de campaña con las que se alimentan. Además, se alojan en tiendas de campaña, en las que tienen que soportar las extremas temperaturas de inviernos y veranos, con ayuda de aparatos de climatización conectados a generadores eléctricos.
La seguridad del perímetro de la base la garantizan soldados apostados en ocho posiciones que cubren todo el perímetro, turnados en periodos de entre dos y tres horas. “Este puesto es el más importante de la base. La seguridad de todo el que está dentro depende de ti”, ha asegurado el soldado Guillermo Ballesteros, antes de dar relevo a un compañero.
Durante este periodo, permanecen “concentrados al cien por cien”, pendientes de cualquier movimiento que pueda resultar extraño, armados con ametralladoras con un alcance de hasta 1.200 metros, ha explicado el soldado Ballesteros.
Además de las tres secciones de maniobras, el puesto avanzado de combate cuenta con un equipo de tiradores de precisión y un equipo que controla un vehículo aéreo no tripulado, que vigila los alrededores. Completan el despliegue especialistas en morteros, zapadores y desactivadores y una célula de estabilización médica.