Además de este joven, otras cinco víctimas directas o indirectas de los atentados testificaron en la sesión de la tarde de esta vigésimo sexta jornada del juicio por el 11-M y, al igual que Antonio Miguel, dos de ellos pidieron responsabilidades políticas y “cadena perpetua” para los culpables.
El joven, que viajaba en el tren que estalló a la altura de calle Téllez, hizo un estremecedor relato sobre la terrible experiencia que le tocó vivir esa mañana del 11 de marzo de 2004 cuando se dirigía a la Universidad. Una sola frase le sirvió para describir el terror que se vivió ese día: “Era como un baile de sonámbulos”, destacó, al explicar lo que recuerda haber visto a su alrededor tras las explosiones.
“Todo el mundo estaba muy triste. Nadie se miraba. Todo el mundo miraba a la nada. Era una sensación muy rara, muy rara”, prosiguió. A la vez que declaraban las víctimas, una tormenta, que ennegreció el cielo, descargó sobre el pabellón de la Casa de Campo.
Así, cuando testificaba la madre y ex mujer de dos fallecidos en el tren que explotó en la estación de Santa Eugenia y reclamó “cadena perpetua” para los asesinos, un trueno ensordecedor se apoderó del silencio reinante en la sala de vistas.
“Sentí una gran rabia y un gran dolor”
Otra de las víctimas que compareció fue el marido de una mujer que resultó herida en el tren de la estación de El Pozo, quien relató cómo aquella mañana del 11 de marzo, tras recibir una llamada de su esposa diciendo que había habido un atentado y que “bajara corriendo” a buscarla, acudió “casi sin vestirme”, acompañado de su hija de 16 años, a recogerla. “Sentí una gran rabia de quién pudo hacer esto en un barrio obrero, Vallecas, El Pozo del Tío Raimundo, un barrio que se ha distinguido por la lucha obrera. Un tren cargado de estudiantes y de trabajadores. Ese es el gran dolor que sentí esa mañana”, observó.
Por la mañana testificó otra víctima que viajó en uno de los trenes atacados, pero que no resultó herida a pesar de que no se bajó del tren que cogió el 11-M en Alcalá de Henares hasta que se produjo la explosión. Este testigo reconoció a uno de los suicidas de Leganés, Allekema Lamari, como una de las personas a las que vio ese día en ese tren con una mochila junto a otros dos “señores”, también de aspecto árabe, que parecía “como si estuvieran esperando algo” y que, después de que se bajarán del vagón, “ya no les vi más el pelo”.
El tribunal también escuchó el testimonio del líder de Al Qaeda en España Imad Eddin Barakat Yarkas, “Abu Dahdah”, quien actualmente cumple una condena de 12 años de cárcel, quien calificó de “inadmisible” los atentados de Madrid, aunque aseguró que tampoco le extrañó que se produjeran “por la guerra de Irak”.
Empleados de Mina Conchita
Durante esta vigésimo sexta jornada, testificaron también una decena de empleados de Mina Conchita, de donde fueron supuestamente sustraídos los explosivos del 11-M, así como de Mina Collada y de la empresa Caolines de Merillés, que gestionaba ambas explotaciones.
La mayoría corroboraron el descontrol que había en Mina Conchita con la dinamita y los detonadores y uno de ellos relató que observó la desaparición, a principios de 2004, de unas cuatro o cinco cajas de dinamita de 25 kilos cada una que dejó escondidas tras unas chapas metálicas. Otros dejaron constancia de que la Guardia Civil acudió en alguna ocasión a inspeccionar la mina y que nunca puso sanciones.
También declaró como testigo el dueño de la furgoneta Renault Kangoo que supuestamente sustrajeron los autores del 11-M para trasladarse hasta la estación de Alcalá de Henares con los artefactos explosivos que se colocaron en los trenes. Relató que la furgoneta se la sustrajeron cuando descargaba unos enseres en la puerta de su casa, cercana al taller que tenía en el barrio madrileño de Bellasvistas, en Cuatro Caminos, por lo que tenía las llaves puestas.
La Policía, tras tomarle declaración el mismo 11 de marzo, le devolvió la furgoneta con la cerradura del portón de atrás forzada y con los efectos de su propiedad que llevaba dentro: una bolsa de deportes con ropa y unas botas de fútbol, papeles, correspondencia y cintas de casette. Entre todos esos enseres también le devolvieron, según reveló, una cinta en árabe que no era de su propiedad y que en ningún momento le reclamó la Policía, por lo que días después optó por llevársela él mismo al juez instructor del sumario del 11-M, Juan del Olmo.