Espacio de opinión de Canarias Ahora
Reliqui sese fugae mandarunt atque in proximas silvas abdiderunt

Cada vez es más frecuente encontrar en los medios de comunicación la tentación en la que caen algunas noticias cuando transfieren conceptos modernos para describir realidades del pasado. El debate más reciente está centrado en el revisionismo de las diferentes etapas coloniales en las que los países europeos transformaron la realidad de civilizaciones enteras del mundo: América, África, Asia (y más recientemente algún partido político lo ha querido focalizar en nuestras propias islas Canarias). De ahí que hace unos años una ola revisionista recorriera las calles y las consciencias de muchas ciudades, empezando en EE.UU., pero alcanzando también otros muchos países de los llamados occidentales.
De esta mirada presentista no se ha escapado casi ningún personaje de cierta relevancia histórica. Cuando hace unos años, arqueólogos holandeses encontraron una fosa común cerca de la ciudad de Kessel donde se cruzan el río Mosa y el Waal, un brazo del Rin, en la que parecían estar enterradas casi 150000 personas y se comprobó que correspondían a las víctimas de una de las batallas que Julio César describía en su “Guerra de las Galias” contra dos tribus germanas, el titular que se acuñó para presentar el descubrimiento fue “Julio César, genocida”.
Resulta evidente que la atribución no deja de estar fundamentada si asumimos que además de este episodio, otros muchos recogidos en el libro que el propio César redactó para describir sus diez años de conquistas en lo que actualmente es Francia, Bélgica, Países Bajos y parte de Alemania, nos relatan campañas bélicas en las que no solo murieron los combatientes que acudían al campo de batalla, sino que también se convirtieron en víctimas una gran cantidad de mujeres, niños y ancianos. Más aún si, desmitificando también al propio personaje, tenemos claro que toda la guerra de conquista emprendida por el propio Julio César estaba motivada por el interés particular de amasar una fortuna personal y obtener rédito político para poder sostener su posición en el delicado juego de intereses y conspiraciones en el que se había convertido la república romana a mitad del siglo I a.C. Tampoco podemos ignorar que fue el propio Senado quien era consciente de que la política agresiva que César estaba aplicando en territorio galo rozaba abiertamente con la legalidad. Estamos acostumbrados a perdonar al personaje, porque como vencedor de la guerra civil y predecesor de Octavio Augusto, su imagen ha sido “blanqueada”; pero el motivo principal por el que César cruzó el Rubicón era que al dejar su mandato, iba a ser procesado por sus actuaciones durante estos diez años de campaña y el resultado no iba a ser favorable para sus intereses.
No son solo los cadáveres que fueron quedando esparcidos por los campos de batalla, sino el enorme número de desplazados que su guerra provocó y la ingente cantidad de vencidos que acabaron siendo vendidos como esclavos. Ante la llegada de las legiones romanas, los galos no estaban en las mejores condiciones para ofrecer batalla en la mayoría de las ocasiones. Como señala el propio César (Guerra de las Galias 1.12.3): reliqui sese fugae mandarunt atque in proximas silvas abdiderunt (los restantes se encomendaron a la fuga y se escondieron en la dirección de los bosques más cercanos). Es decir, la única alternativa era buscar refugio o esconderse donde pudieran estar a salvo del alcance de sus armas.
Aplicar a estos episodios históricos el término “genocidio”, acuñado en 1942 por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin, ha resultado, como se ha indicado, algo “anacrónico”. Los parámetros del derecho internacional de entonces no podían contemplar la posibilidad amparar la situación de aquellas poblaciones masacradas de forma indiscriminada. Por tanto, no podemos mirar los acontecimientos del pasado, con los ojos del presente. Lo cual no es óbice para que encontremos paralelismos entre hechos del pasado y nuestra realidad actual. Lo que está sucediendo desde hace un año y medio en territorio de Palestina queda más claramente enmarcado en los motivos por los que se quiso definir bajo el concepto de “genocidio” en el contexto de la II Guerra Mundial. Si además vemos las motivaciones que están detrás del líder político israelí, que se empeña en mantener activa una guerra represiva contra el pueblo palestino, vinculada a su propia supervivencia política, no podremos dejar de pensar en Julio César y su campaña en la Galia.
Que todavía hoy haya resistencia política y mediática por no aplicar el término de genocidio a lo que está sucediendo con la población civil palestina, no tiene nada que ver con anacronismos, sino con la voluntad interesada por no ofender a los agentes internacionales que tienen intereses directos e indirectos en este conflicto. Nadie podrá acusar de “anacronismo” a los periodistas e incluso a los historiadores del futuro cuando describan sin ningún tipo de prevención que lo que ocurrió con la población civil del territorio de Gaza durante la guerra que se desencadenó tras el ataque terrorista del 8 de octubre de 2023 fue un plan genocida orquestado para “destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
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