Espacio de opinión de Canarias Ahora
El silencio de los motores

Esta semana, el Boletín Oficial del Estado ha hecho oficial lo que muchos temíamos en silencio: los puertos de interés general de Canarias quedan exentos, de forma temporal, del cumplimiento del reglamento europeo que obliga a reducir las emisiones contaminantes en el transporte marítimo. Una decisión que, aunque legalmente encuadrada en el concepto de región ultraperiférica, nos coloca, una vez más, en los márgenes de la ambición climática europea.
Los barcos de más de 5.000 toneladas que lleguen a nuestros puertos seguirán funcionando con motores fósiles incluso estando atracados, mientras en otros lugares de Europa, de norte a sur, de este a oeste, ya se les exige conectarse a la red eléctrica del puerto o emplear tecnologías de emisión cero. Aquí, en nuestras costas, seguirá escuchándose el murmullo constante y tóxico de los generadores quemando fuelóleo.
Y la pregunta que flota en el aire, como el humo de esos motores, es simple y amarga: ¿por qué?
Entendemos, por supuesto, las particularidades logísticas y económicas que supone operar en un territorio fragmentado, insular y alejado del continente. Pero no debemos confundir “excepcionalidad” con “excusa”. Canarias no puede permitirse quedarse rezagada en la lucha contra el cambio climático. No por razones ideológicas, sino por pura supervivencia.
El cambio climático no es un futuro hipotético para este archipiélago. Es una realidad diaria. Lo vemos en los incendios forestales más agresivos, en las sequías más prolongadas, en el estrés hídrico que se acentúa, en el calentamiento de nuestras aguas marinas que altera los ecosistemas de manera irreversible. Necesitamos actuar con más determinación, no con menos.
Una de las medidas más eficaces para reducir la huella ambiental de los puertos es el llamado cold ironing: permitir que los buques apaguen sus motores y se conecten a la red eléctrica terrestre. Esto no solo reduce las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también la contaminación acústica y atmosférica en las ciudades portuarias. Imaginemos un puerto sin el zumbido constante del diésel, sin el olor acre del combustible, con un aire más limpio para respirar. Eso no es un lujo europeo, es una necesidad canaria.
Sin embargo, al quedar exentos de esta obligación, ¿qué incentivo tienen ahora nuestras autoridades portuarias para avanzar en la electrificación? ¿Quién invertirá en las infraestructuras necesarias si no hay una exigencia legal que lo respalde?
Algunos defenderán esta exención como una medida prudente, que protege la competitividad de nuestros puertos frente a sobrecostes que podrían derivarse de la transición. Pero debemos rechazar ese falso dilema. La transición ecológica no es un coste: es una inversión. Cada euro que se destina hoy a reducir emisiones es un euro que mañana no gastaremos en mitigar desastres, en tratar enfermedades respiratorias, en recuperar ecosistemas destruidos.
Además, el liderazgo ambiental también atrae inversión, talento y turismo de calidad. Ser un referente en sostenibilidad portuaria no es una carga: es una bandera que deberíamos querer ondear con orgullo.
La exención es, por ahora, temporal. Pero la experiencia nos dice que muchas medidas “temporales” se vuelven estructurales por inercia. Y eso es precisamente lo que no nos podemos permitir. El tiempo corre en nuestra contra. Cada año que retrasamos la descarbonización de nuestras infraestructuras es un año en que hipotecamos el bienestar de las generaciones futuras.
No podemos permitir que los motores sigan rugiendo por simple comodidad institucional o por temor a incomodar a los grandes operadores marítimos. No es justo. No es responsable. No es digno de un territorio que aspira a ser vanguardia en energías limpias.
Ojalá esta decisión no sea el fin del camino, sino apenas un desvío. Ojalá las administraciones públicas de Canarias, sus autoridades portuarias y su ciudadanía sepan ver más allá del BOE, y comprendan que el verdadero futuro, el que merecen nuestras islas, se construye con valentía, con visión y con respeto profundo por la Tierra que habitamos.
Porque el verdadero progreso no hace ruido. Es silencioso como un barco atracado que respira electricidad limpia. Y ese silencio, amigos, es el que deberíamos estar escuchando ya.
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