GOMERA ARQUEOLÓGICA, LOS ASTRÓNOMOS DEL PASADO / 1

Fortaleza de Chipude: el santuario gomero que pervivió a la conquista de la Isla

Luis Socorro

9 de noviembre de 2024 10:15 h

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La Fortaleza de Chipude es un imponente monumento natural que sobresale en la abrupta orografía de La Gomera. Las crónicas hablan de su carácter sagrado para la población indígena. Hoy, la arqueología y la astronomía cultural tienen pruebas sólidas de que, en efecto, esta mole pétrea fue un santuario prehispánico y, además, continuó siendo un lugar de culto para la población local tras la conquista de la Isla. Este hito paisajístico fue escenario de la aculturación cristiana de los antiguos gomeros. Este reportaje es el primero de la trilogía que dedicaremos a la arqueoastronomía de La Gomera y a la cosmovisión de aquellas personas. Por primera vez, un medio de comunicación aporta datos de la pervivencia de las creencias de los aborígenes gomeros tras la llegada de los castellanos, incluso siglos después. Investigaciones astronómicas, etnohistóricas y antropológicas han sido claves para llegar a estas conclusiones.

La Fortaleza está anclada a la tierra en el suroeste de La Gomera, en el borde de un profundo barranco que estremece cuando te asomas al vacío. En una isla donde apenas existen las llanuras, la cima de la Fortaleza, a 1.240 metros sobre el Atlántico, es una meseta de unos 300 metros de longitud por 160 de anchura máxima. Está protegida por una corona de rocas que parece inexpugnable desde cualquier punto cardinal. De ahí su nombre. Cuando llegas a la cumbre después de ascender por un sendero de 700 metros, tienes la sensación de que has alcanzado el cielo, el cielo que tan bien observaban los aborígenes canarios para dividir su tiempo, su vida, entre solsticios y equinoccios.

Las mismas estructuras que describió el médico tinerfeño Bethencourt Alfonso en 1881 son las que vimos el pasado 29 de octubre, 143 años después, en la visita que realizó Canarias Ahora-elDiario.es con Juan Carlos Hernández, director del Museo Arqueológico de La Gomera (MAG). Son unas veinticinco aras de sacrificio de época prehispánica, como certifica una datación del siglo V –se han realizado otras pero no han prosperado porque los restos de animales están muy deteriorados por el fuego de los sacrificios-. Además de las aras, hay otras estructuras de piedras bastantes más grandes, con forma circular con aspecto de refugio para parapetarse del viento que barre la meseta de la Fortaleza. ¿Son guanches? No se sabe. La principal hipótesis de Hernández es que son más recientes “pero por ahora no se han excavado”.

Las aras de sacrificio son unas estructuras circulares y en su interior se quemaban animales; la mayoría son pequeñas pero las hay grandes con más de dos metros de diámetro; existe una en la Fortaleza, al borde de un precipicio, que no es circular, con un muro de piedras de unos cinco metros de longitud. Aunque las cuevas funerarias son tan abundantes como los pireos de sacrificios, las aras conforman el registro arqueológico más representativo de La Gomera, de hecho hay muchísimas más que las contabilizadas en el resto de las islas juntas –el tercer capítulo de esta trilogía estará protagonizado por el fenómeno de las aras de sacrificio-.

Una de las claves de la proliferación de este tipo de yacimiento es la pervivencia de aquellos ritos cultuales después de la Conquista. A falta de dataciones posteriores al siglo XV –la mayoría de las aras no han sido excavadas-, hay una prueba documental de 1774: “Don José Fernández Prieto Salazar dice que los gomeros seguían subiendo a la Fortaleza a quemar animales”, recuerda el director del MAG a este periódico. El sacerdote de Chipude escribió: “Allí se van á hacer los exorcismos cuando hay plagas y el presente cura ha estado allí cinco ó seis veces, por encima en lo llano, sirve de echar cabritos y corderos de este, hay en ella muchas casas de gomeros, se hallan vestigios y huesos de ellos”.

Otra prueba arqueológica del uso ritual de esta emblemática montaña es la presencia de numeroso material lítico junto a las aras. Se trata de lajas de piedra que “se supone se usaban para trocear los animales antes de incinerarlos en sus rituales”, señala Hernández, “unas piedras que fueron traídas de otros lugares porque en la Fortaleza no hay vetas de esos minerales”. 

El carácter sagrado de la Fortaleza, el uso cultual de esta singular montaña, está acreditado por sus vestigios arqueológicos y por los testimonios de las fuentes orales y etnohistóricas. El profesor emérito de la Universidad de La Laguna Juan Francisco Navarro Mederos, uno de los arqueólogos que más ha investigado el legado indígena gomero y referente de nuevas generaciones de historiadores, es autor de varias investigaciones que han sido claves en el trabajo de documentación para elaborar la serie Gomera arqueológica, los astrónomos del pasado, que iniciamos con este reportaje.

Navarro afirma que en las aras “se llevó a cabo el sacrificio de animales domésticos del grupo de los ovicaprinos, mayoritario de la cabaña ganadera de los antiguos gomeros. Dominan los individuos infantiles y juveniles, aunque también se constatan ejemplares adultos. En ellos se reconoce una peculiar representación anatómica, destacando rotundamente los huesos de las patas y el cráneo, aspecto que evidencia la selección de unas partes muy concretas de determinados animales. Estos restos muestran un elevado índice de termoalteración, indicando que en dichos recintos se producía la cremación recurrente de ciertas porciones animales”.

La cueva astronómica de San Blas

El matemático José Barrios, autor de la primera tesis doctoral sobre arqueoastronomía en Canarias -Sistemas de numeración y calendarios de las poblaciones bereberes de Gran Canaria y Tenerife en los siglos XIV-XV-, es un científico fundamental para conocer las conexiones astrales de los primeros pobladores de una isla en la que recaló Cristóbal Colón antes de partir hacia un mundo desconocido. Junto con Juan Carlos Hernández y el antropólogo José Miguel Trujillo, Barrios presentó en el XXI Coloquio de Historia Canario-Americano una investigación arquoastronómica sobre la Cueva de San Blas y el origen del culto a la Candelaria en Chipude

La estrella Canopo, según expuso el doctor Barrios en su investigación doctoral, juega un papel importante en la cosmovisión de los antiguos canarios de Tenerife y Gran Canaria; también, como estudió años después, en La Gomera. En declaraciones a este periódico –ver El cielo, entre las creencias y la astronomía indígena-, afirma: “El sistema religioso de los indígenas, al menos en las tres islas que he investigado, era astrolátrico, donde el Sol, la Luna y las estrellas desarrollan un rol fundamental”. En este sentido, “la estrella Canopo es determinante en la antropología del norte de África”. Es un astro muy brillante, desaparece del cielo a finales de abril y reaparece a mediados de agosto, fecha en la que los guanches de Tenerife celebraban el beñesmer, la fiesta de la cosecha, como recogen las crónicas. ¿Dónde?, junto a una cueva hoy conocida como San Blas, en Candelaria, el municipio donde está el santuario de la patrona de Tenerife: la virgen de La Candelaria.

En La Gomera se festeja, también en agosto, a la Candelaria. ¿Dónde?, en Chipude, el pueblo en la que se encuentra la Fortaleza. Pero, ¿qué relación hay entre la cueva, la fiesta de esa virgen, San Blas y los aborígenes gomeros? En la cueva hay una especie de hornacina en la que, en siglos pretéritos, los vecinos colocaban una figura del citado santo, como han recabado de la oralidad popular los investigadores. En este sentido, los antropólogos han encontrado decenas de testimonios centenarios, heredados de padres y abuelos en los pagos de Chipude. Gracias a la información de esas fuentes, que recordaban como sus abuelos les relataban lo que habían oído de sus ancestros sobre las procesiones en honor a la Virgen de Candelaria, han encontrado los restos de la ermita la Candelaria la Vieja: “Se trataría de una de las primeras construcciones católicas, situada junto a uno de los grandes núcleos del sistema religioso gomero, en un momento en el que el componente indígena era sin duda mayoritario en la meseta central de la Isla”. 

Un trabajo crucial para determinar la antigüedad del culto a la Virgen de Calendario es el libro El señorío en las Canarias occidentales, de Gloria Díaz y José Miguel Rodríguez. La actual iglesia de Chipude se edificó entre 1530 y 1540 y cien años después obtuvo el título de curato y en 1655 se convirtió en parroquia. En dicho libro se menciona que hubo otra iglesia de la Candelaria anterior, cerca de la Fortaleza; en consecuencia, Candelaria la Vieja es antiquísima, anterior a 1530.

La tradición oral indica que en la mañana de San Juan –solsticio de verano- los habitantes de Chipude, tal como han investigado los antropólogos José Miguel Trujillo, Natalia Castel y el geógrafo José Perera, “se reunían en lo alto de la Fortaleza para ver salir el Sol y después bajaban a la cueva. Allí seguía la fiesta a lo largo del día con toques de tambor y bailes”. Con esta información, el siguiente paso fue indagar una posible conexión astronómica de la cueva. El matemático dio con ella.

José Barrios sostiene que “Canopo mantiene una trayectoria muy reducida sobre el horizonte. Sale y se pone en una estrecha franja centrada en el sur astronómico y alcanza poca altura sobre el horizonte. Por estos motivos, en una isla tan montañosa e irregular como La Gomera no es fácil conseguir un lugar apropiado para observar esta estrella”. Pero hay un lugar privilegiado para la observación de esta estrella tan importante, incluso en la actualidad, para las culturas del norte de África: la Cueva de San Blas.

Desde esta gruta “se puede monitorizar perfectamente el desplazamiento del orto del Sol a lo largo del horizonte oriental en los alrededores del solsticio de invierno: un horizonte montañoso irregular que permite localizar la parada sur del Sol. La puesta del Sol en el horizonte occidental está marcada por la presencia de la isla de El Hierro. A medida que se acerca el solsticio de invierno, el astro se pone sobre el mar, hasta que, en un momento dado, El Hierro se interpone en la puesta, de forma que el crepúsculo solsticial tiene lugar sobre la vertiente occidental de El Hierro”. Dado el cúmulo de circunstancias “y el marcado carácter astral de las religiones insulares”, Barrios y sus colegas consideran “seguro que la Cueva de San Blas se utilizara para observar el solsticio de invierno”.

Ante estas evidencias, los investigadores sentencian: “La cueva se utilizó como punto privilegiado de observación de las fases de Canopo, permitiendo el establecimiento de un calendario sideral con esta estrella como protagonista. Dados los grandes paralelismos existentes entre los orígenes del culto a La Candelaria en Tenerife y La Gomera, es muy posible que los calendarios de ambas islas fueran similares”. Como ha ocurrido en otras civilizaciones, los escenarios de los procesos de aculturación suelen estar vinculados a lugares asociados a las creencias de la cultura que se pretende atraer a la nueva cultura dominante. Por ello, la ermita Candelaria la Vieja se levantó en la falda noroeste de la Fortaleza de Chipude.

Los muertos de La Fortaleza

La muerte, desde la formación de las primeras sociedades hasta hoy y prácticamente en todas las culturas de La Tierra, está estrechamente relacionada con la cosmovisión de los pueblos. En la Fortaleza también hay una necrópolis. El director del MAG afirma que “los muertos de la Fortaleza son muy importantes por dos razones: Una es la buena  conservación de los restos humanos; la segunda cuestión es el lugar dónde están, en uno de los pocos contextos arqueológicos donde puedes inferir diferencias sociales”, porque “no es lo mismo una tumba en una iglesia, como la Fortaleza, que otras en una cueva en medio de un barranco”. Para Hernández es fundamental “excavar, datar y analizar los isótopos para saber, por ejemplo qué alimentos consumían y compararlos con otros restos localizados en otros lugares no tan singulares”. En las cuevas sepulcrales de La Fortaleza se han encontrado tablones funerarios; algunas tumbas están intactas pero otras han sido saqueadas. La hoja de ruta del MAG contempla realizar un proyecto de investigación al respecto.

La utilización continúa de las aras de sacrificio, de la cueva y de otros espacios de esta emblemática montaña ha sido una constante después del siglo XV, la centuria de la Conquista. De hecho, en la cara sur hay un poblado parcialmente abandonado con sus terrazas de cultivos. Todavía hoy se observan los restos de una era para trillar los cereales.

A modo de epílogo: “Ningún gomero y probablemente ningún canario”, en palabras de Juan Francisco Navarro Mederos, “permanece impasible ante este emblemático lugar, que impone a propios y extraños por su magnificencia. De hecho, la historia insular testimonia la presencia recurrente de este sitio, que ha pasado a formar parte del ideario colectivo, con distintas implicaciones según las épocas, acabando por convertirse en destacada expresión de la identidad de los gomeros de todos los tiempos: Estas razones hacen de la Fortaleza un ejemplo paradigmático de vinculación entre ciencia arqueológica y sociedad”.