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EL HIERRO ARQUEOLÓGICA, EL LEGADO BIMBAPE / 1
El Julan, la joya olvidada de la arqueología canaria

Tagoror. La torreta es probable que fuera modificada o añadida porque no figura en el croquis de Verneau (1879), aunque el emplazamiento del tagoror es exacto por las referencias que dibujó el antropólogo. Luis Socorro

Luis Socorro

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El Julan, en El Hierro, es uno de los yacimientos más emblemáticos de Canarias. Sus grabados, sobre un lienzo natural de coladas volcánicas, le dotan de una singularidad sobresaliente, pero El Julan es mucho más que arte rupestre. Es uno de los cuatro enclaves, junto con La Fortaleza y Bentayga en Gran Canaria y Zonzamas en Lanzarote, que atesora un abanico de registros arqueológicos en torno a un poblado: cabañas, tagoror, estructuras ceremoniales, necrópolis, goronas, concheros y sus  famosos petroglifos geométricos y sus paneles con escritura líbica grabada en la roca. A pesar de su importancia y de su potencial, carece de un plan científico de excavaciones y de conservación. La inspectora de patrimonio histórico de El Hierro califica de “infame” el limbo en el que está inmerso, propiedad del Gobierno autonómico, gestionado por el Cabildo Insular y olvidado por la comunidad académica. La situación, declara Maite Ruiz, “es vergonzante y vergonzosa”. La última excavación se realizó hace 48 años. Con este reportaje, iniciamos una trilogía sobre el legado bimbape o bimbache –nombre de los aborígenes herreños-, poniendo énfasis en la cosmovisión de esta cultura y la posible conexión astronómica de algunos de sus yacimientos, como hemos divulgado en las dos primeras entregas de la serie  Astrónomos del pasado, dedicadas a Gran Canaria y La Palma. 

La niebla camufla el Llano de Aitemés y el bosque de pinos camino de El Julan, al sur de una isla de solo 269 kilómetros cuadrados, menos de la mitad del tamaño de Ibiza. Es el miércoles 5 de junio, nuestro tercer día de visita a los yacimientos más relevantes de El Hierro con un guía excepcional: el arqueólogo y etnógrafo Sixto Sánchez Perera. El termómetro marca 14º cuando llegamos al centro de visitantes del Parque Cultural El Julan, a 830 metros de altura. La vista es impresionante. La cara sur de la ínsula es una pendiente gigante que se desmorona sobre el Mar de las Calmas. Protegida por la propia orografía isleña, la marea está mansa porque los vientos predominantes soplan de norte y no llegan a esta zona del Atlántico herreño, donde se produjo la última erupción en octubre de 2011, con el nacimiento del volcán submarino Tagoro. Fue en una ensenada de este litoral por donde llegó el conquistador Jean de Bethencourt en 1405 para anexionar el territorio a la Corona de Castilla. 

Aunque no hay pruebas irrefutables,  sí hay indicios sólidos de que el poblamiento se inició en el sur de la Isla. Además de las condiciones idóneas para arribar y fondear las embarcaciones, la Cueva de la Herradura, un campamento de pescadores ubicado junto al puerto de La Restinga, en el Mar de las Calmas, “es el asentamiento más antiguo de El Hierro, con unas dataciones del siglo III”, informa a este diario el arqueólogo y profesor de la Universidad de Las Palmas Jonathan Santana Cabrera, coordinador de la última excavación realizada en El Hierro, precisamente en ese yacimiento costero, en 2021.

El doctor Santana lidera la investigación arqueológica más importante y ambiciosa jamás realizada en Canarias. Financiado por la Unión Europea, el proyecto Aislamiento y evolución en las Islas Oceánicas: la colonización humana en las Islas Canarias realiza excavaciones en todas las islas y también analiza los restos humanos de cerca de medio millar de guanches que custodia el Museo del Hombre de París. Aunque todavía no puede difundir las fechas exactas de las dataciones de esos restos humanos porque están pendientes de publicación, el investigador nos adelanta que “El Julan estuvo habitado durante todo el periodo aborigen”, o sea, unos 1.200 años hasta la conquista de la Isla, a principios del siglo XV.

Esta dilatada presencia de los bimbapes en este lugar se manifiesta en sus numerosos registros arqueológicos. Las primeras informaciones sobre la existencia de este yacimiento las aportó, en 1779, Juan de Urtusáustegui. Un siglo más tarde, en 1873, el sacerdote Aquilino Padrón visita El Julan y describe unos grabados sobre una colada volcánica que los pastores denominaron Los Letreros. Además de los petroglifos, Aquilino identifica estructuras de habitación, de reunión, de culto y cuevas de enterramiento. El cura realiza los primeros calcos de los grabados. 

Al año siguiente, su hermano Gumersindo descubre en una colada paralela unos paneles que denomina Los Números. Aunque El Julan tiene un semillero de grabados repartidos por su vasto territorio, Los Letreros y Los Números son las dos estaciones que le han dado fama y relevancia internacional. “El conjunto es excepcional al no existir en Canarias otro yacimiento con tan elevado número de motivos, agrupados en paneles que en algunos casos superan el centenar. Entre estos, hay inscripciones alfabéticas líbicas que nos remiten al Norte de África”. Quién así se expresa es Mauro Hernández, un respetado arqueólogo y profesor universitario ya jubilado. En 1976, visitó este enorme yacimiento y prospectó algunas estructuras. 

Ha pasado casi medio siglo y el libro sobre El Julan que publicó Hernández continúa siendo la principal referencia científica, ya que desde entonces jamás se ha vuelto a excavar. El último trabajo arqueológico, en 2008-2009, fue el inventario, con fotos y fichas descriptivas de los grabados, dirigido por la arqueóloga y filóloga Renata Springer, la máxima autoridad en escritura del alfabeto líbico-bereber de los aborígenes canarios, con la colaboración de Sixto Sánchez, el arqueólogo que mejor conoce el legado de los bimbapes.

¿Cómo es posible que un yacimiento tan importante y extenso, con un amplio abanico de vestigios arqueológicos –casas en superficie y en cuevas, recintos funerarios, aras de sacrificio, un tagoror, concheros,  unas estructuras circulares que nadie sabe lo que son, las goronas de los pastores y sus admiradas manifestaciones rupestres- carezca de un plan de investigación de excavaciones a cinco o diez años vistas? ¿Hay desidia por parte de las administraciones y olvido de las dos universidades públicas de Canarias? Estas preguntas se las hemos formulado a Emilio Hernández y a Maite Ruiz, consejero de Cultura e inspectora de Patrimonio Histórico del Cabildo de El Hierro, respectivamente. 

Compromiso político

Ruiz es una profesional apreciada por la comunidad científica. El Gobierno autónomo es el propietario de El Julan desde mediados de los años 80 de siglo pasado. Inauguró el centro de interpretación en 2011 y cedió la gestión del centro y de las visitas guiadas al Cabildo, pero nunca ha impulsado un plan para investigarlo. “Es una vergüenza”, denuncia Ruiz, “que junto al tagoror y los restos de cabañas haya un aljibe y no se haya retirado”. En la pasada legislatura, la anterior directora general de Patrimonio Cultural propuso mejorar la exposición del centro de interpretación, “pero eso no tiene sentido si no se investiga lo que tenemos; cuando tengamos nueva información sí podemos mejorar los contenidos y la manera de exponerlos, pero es que ni siquiera hay un trabajo diacrónico para determinar la evolución del poblado a lo largo de sus siglos de ocupación”. Hay estructuras, añade la inspectora, “que no sabemos qué son porque no se han excavado y otras que no sabemos si son aborígenes o construidas por pastores tras la conquista”, como las goronas.

Por no haber, ni siquiera hay un plan de mantenimiento. La última actuación para eliminar flora y sabinas que afectaban a los grabados fue en 2016. Pero hoy, los paneles están de nuevo colonizados por plantas silvestres que crecen entre las ranuras de los lienzos rupestres, mientras que las visitas se realizan por un sendero precario en lugar de pasarelas flotantes, unas visitas que inevitablemente afectan a esta joya arqueológica, a pesar del mimo de los guías del parque cultural. “Estos profesionales se merecen un monumento”, afirma Ruiz. “Amplían su formación por su cuenta para conocer mejor la cultura de los primeros pobladores de Canarias y son los que cuidan y vigilan el yacimiento”.

La situación le duele al consejero de Cultura del Cabildo. Emilio Hernández es historiador y conoce el territorio porque estuvo trabajando varios años en El Julan. “Fui el primer director del centro y me encargué de formar a los guías”. Hernández es nuevo en el cargo, solo un año. Reconoce que “El Julan necesita un plan de actuaciones”, pero alega que “nosotros no podemos hacer nada porque no somos los dueños; no puedo invertir en tareas de mantenimiento y conservación porque la intervención del Cabildo me pediría explicaciones. Tengo 40.000 euros para eliminar un depósito que se construyó en medio del yacimiento pero no lo puedo hacer”. Hernández reclama al Gobierno que le ceda la propiedad; “tenemos recursos, un millón de euros, para invertir en investigaciones”, asegura.

Pero, ¿el Pleno del Cabildo ha aprobado o pedido al Gobierno la cesión o venta de El Julan? ¿Ha solicitado actuaciones de mejora para adecentar el yacimiento? ¿Ha promovido convenios de investigación con las universidades como hacen cabildos de otras islas? La respuesta es un no rotundo. El consejero termina reconociendo que el Cabildo tiene su cuota de responsabilidad.

En cualquier caso, la Ley de Patrimonio Cultura de Canarias despeja dudas al detallar las competencias del Gobierno regional y de los cabildos. En este sentido, “definir la política insular en materia de conservación, restauración y prevención de riesgos del patrimonio cultural, ejecutando las intervenciones necesarias a tal fin, en coordinación con la Comunidad Autónoma de Canarias y los ayuntamientos”, es una de las obligaciones de los cabildos. ¿El cabildo herreño tiene definida su política sobre El Julan? No; al menos no hay un documento que la acredite.

¿Y el Gobierno, por ejemplo, ha cumplido con el precepto legal de “promover y coordinar la política de investigaciones del patrimonio cultural de Canarias con otras administraciones e instituciones competentes”? En el caso de El Julan, la respuesta también es negativa. El director general de Cultura y Patrimonio Cultural, Miguel Ángel Clavijo, historiador y profesor de la Universidad de La Laguna, desmonta el argumento de la propiedad como freno para actuaciones de los cabildos. “El ejemplo lo tenemos con Cueva Pintada, propiedad del Gobierno y gestionado por el Cabildo de Gran Canaria, que no deja de invertir en investigaciones y en mejoras”. Clavijo, sin embargo, sí reconoce que “El Julan requiere un tratamiento preferencial”, para añadir: “Tengo la certeza de que cuando acabe la legislatura el yacimiento estará mucho mejor que ahora”.

Clavijo y Hernández afirman tener una “buena relación y sintonía” y se elogian mutuamente por el trabajo que realiza cada uno a pesar de ser de partidos distintos. Por ahora, solo hay buenas intenciones; ambos confirman que pronto se reunirán para trazar un plan y sacar del olvido a El Julan. Estaremos pendientes.

A este escenario se añade un problema: la falta de implicación de las dos universidades públicas de Canarias. El centro de interpretación cuenta con dos apartamentos completos para alojar a científicos, con capacidad para albergar una decena de personas. Desde 2011, fecha de inauguración del centro, ni un solo equipo investigador de la ULL y de la ULPGC ni de cualquier otra entidad ha mostrado interés en investigar El Julan, topónimo que se debe a una planta similar al hinojo. Mientras, los apartamentos están sin estrenar.

Territorio sagrado

Desde las primeras exploraciones de los hermanos Padrón, en el siglo XIX, y las posteriores investigaciones del antropólogo francés René Verneau (1852-1938), cuya vida estuvo marcada por una pasión inquebrantable hacia las Islas Canarias, se asoció a El Julan a un carácter religioso. Así lo defiende la veterana arqueóloga y profesora jubilada de la ULL María de la Cruz Jiménez, una profesional que reside entre su Tenerife natal y El Hierro. La religión de los bimbaches es su último libro, publicado en diciembre del 2023 y firmado conjuntamente con Antonio Tejera Gaspar. 

Jiménez y Tejera sostienen que “los vestigios arqueológicos confirman que El Julan es el territorio sagrado por excelencia de los bimbaches”. Ambos profesores han visitado el yacimiento en numerosas ocasiones, pero no han excavado. De hecho, lamentan que “a pesar del tiempo transcurrido desde su descubrimiento, no existe una cartografía arqueológica completa de la zona”. Consideran que se hace “necesario para conocer su significación cultural una investigación de las diferentes estructuras”.

Mauro Hernández comparte la opinión de que algunas estructuras, como las aras de sacrificio, y la simbología de algunos de los grabados están vinculadas a la cosmovisión de la población indígena, pero a diferencia de Jiménez y de Tejera, defiende que “no todos los yacimientos de El Julan se explican bajo el exclusivo prisma de lo sagrado”. Y la prueba es que se trata de un territorio que conformó una comunidad, con sus viviendas, sus zonas funerarias, lugares de reunión y, sobre todo, “un lugar atractivo para el hombre aborigen ya que, como nos han confirmado pastores herederos de las tradiciones antiguas, quizás prehispánicas, permite sustentar a sus ganados casi todo el año si las lluvias favorecen”. En la actualidad hay dos fuentes en la parte superior y pequeños manantiales en acantilados que dan al Mar de las Calmas.

Hernández sentencia que El Julan fue “un lugar de hábitat más o menos permanente, con la consiguiente trashumancia estacional en busca de alimento para el ganado, como todavía se práctica”. Una opinión similar a la de Mauro Hernández la mantiene Sixto Sánchez Perera que, a diferencia de Jiménez que afirma que los concheros se formaron porque en esos lugares se celebraban “comidas comunales”, considera que “los grandes concheros del lugar eran vertederos donde los aborígenes depositaban conchas de lapas, restos de otros alimentos y de objetos de uso cotidiano”.  Los concheros muestran “la importancia de los productos marinos en la dieta bimbape”, una dieta que se completaba con carne de cabra y oveja y con cereales y otros productos vegetales, como ha plasmado Sánchez Perera en su investigación -con datos aportados por el doctor de la ULPGC Jacob Morales, arqueólogo especializado en carpología- La agricultura en la sociedad bimbape: los cereales, publicada el año pasado por la editorial Kinnamon.

Sobre la vinculación de los grabados con la cosmogonía de los aborígenes, sólo hay hipótesis, porque a diferencia de otras disciplinas de la arqueología, mucho más certeras y científicas, la religión es un campo abonado a la especulación. En su libro La religión de los bimbaches, Jiménez y Tejera consideran que “teniendo en cuenta el contexto religioso de los vestigios arqueológicos, nos inclinamos por la idea de que estamos ante una representación indirecta de las divinidades en las que creían”. 

El historiador Miguel Martín, uno de los pocos investigadores canarios no astrónomo que estudia la conexión astronómica de algunos yacimientos (ver la serie La Palma arqueológica, los astrónomos del pasado) y su posible vinculación con la cosmovisión de los guanches, tiene una teoría a tener en cuenta. Este asunto los abordaremos en el próximo capítulo: La conexión astronómica de los aborígenes herreños. 

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