La Quesera de Zonzamas y la de Bravo son unas extrañas estructuras conformadas por canales longitudinales labrados en grandes bloques de basalto, algunos de cuatro metros de longitud. Están en Lanzarote. No existe ningún registro arqueológico similar en Canarias ni en España. Ni siquiera en el norte de África, lugar de procedencia de los antiguos canarios. Tan solo en Palestina, cerca de Jerusalén, hay una estructura similar, mientras que en Malta hay canales pero parecen huellas de carro fosilizados en la roca. ¿Para qué sirven? ¿Tienen alguna utilidad doméstica? ¿Qué dicen los astrónomos que han realizado mediciones desde estos enigmáticos yacimientos? No hay respuestas convincentes, sí elucubraciones. De lo que no hay ninguna duda, tras preguntar a decenas de profesionales de la comunidad científica del Archipiélago, es que estamos ante “uno de los grandes misterios arqueológicos de las Islas”, afirma Juan Antonio Belmonte, astrónomo del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
Belmonte y su colega del IAC César Esteban fueron los primeros astrofísicos españoles en abrir una nueva línea de investigación astral vinculada a la arqueología: la astronomía cultural. Han trabajado en numerosos yacimientos del mundo pero su estreno en esta disciplina fue en Canarias, donde realizaron sus tesis doctorales en el ámbito de la astrofísica. “No tengo ni idea”, es la sincera respuesta de Belmonte, un canario que nació en Murcia en 1962, cuando le preguntamos qué es la Quesera de Zonzamas.
El editor adjunto de Journal for the History of Astronomy y coeditor de Archaeoastronomy: the Journal for Astronomy in Culture, las revistas de referencia en arqueoastronomía, ha realizado numerosos viajes a Lanzarote en busca de respuestas. Conoce perfectamente las dos queseras de la Isla –hay referencias de otra más pero fue destruida por una obra-, pero es la de Zonzamas –declarada monumento histórico-artístico y arqueológico hace 45 años- en la que más tiempo ha invertido. Su conclusión es contundente: “Astronómicamente no hay absolutamente nada”. La quesera tiene seis canales; “si apuntas por cada uno de ellos, algún fenómeno astronómico habrá, como la aparición de alguna estrella en algún momento del año, ¿pero es relevante, es importante?”. Es “uno de los grandes misterios arqueológicos de las Islas”, sentencia el investigador durante una de las entrevistas con Canarias Ahora-elDiario.es para la realización de esta investigación periodística sobre la arqueoastronomía de Canarias.
Belmonte no se rindió cuando sus primeras mediaciones no aportaron conexiones astrales irrefutables. En una ocasión, visitó el yacimiento con dos astrónomos especializados en arqueoastronomía. “Uno de ellos era Stanislaw Iwaniszewski, el inventor del término de astronomía cultural”, nos cuenta Belmonte. “Después de observar la estructura en silencio durante varios minutos”, recuerda el científico del IAC, dijo: “Magia simpática”. ¿Pero magia simpática de qué?, le planteó Belmonte. “Las crónicas dicen que derramaban leche en sus rituales, pues podría ser para eso”, respondió el astrónomo polaco-mexicano. “¿Y tú qué crees que representa la luna? ¿Te atreverías a ponerlo por escrito?”, le volvió a preguntar el español. “Su respuesta fue un no rotundo”.
César Esteban también ha visitado la Quesera de Zonzamas. La primera vez tuvo un problema con el instrumental “y la medida no sirvió para nada”. Con todo, continúa el astrónomo del IAC, “las queseras tienen muchos surcos, son muy gruesos y algunos están desbastados”. Con esa anchura, “puedes ajustar lo que quieras porque te cabe buena parte del cielo”. Los dos pioneros españoles en astronomía cultural coinciden en que no se puede certificar una conexión astronómica.
La Quesera de Zonzamas, ubicada a menos de un kilómetro del núcleo principal del yacimiento de Zonzamas –ver el capítulo 1º de esta trilogía sobre la arqueoastronomía de Lanzarote-, se denomina así porque se asemeja a un gigantesco molde para elaborar queso, aunque nada tiene que ver con dicha labor y su utilidad y significado siguen siendo un misterio. Las queseras se caracterizan por disponer de canales longitudinales y aproximadamente paralelos labrados en grandes losas pétreas.
Las interpretaciones que se han dado a estas manifestaciones rupestres, como recoge Biosferadigital, “son variadas y van desde los ritos religiosos a la molienda, pasando por meros dispositivos para la captación y almacenamiento de agua”. Hay otra teoría que sostiene que se trata de un calendario lunisolar, y en consecuencia sí tendría una conexión astral. La defiende el médico genetista Antonio Arnaiz Villena en un artículo, publicado en SCIEPublish Nature Anthropology, en el que relaciona la quesera con una estructura con cierto parecido aparecida en Palestina. El autor afirma que “el calendario de rocas megalíticas de Jerusalén es idéntico al encontrado en Lanzarote”.
De entrada, a diferencia de los artículos científicos consultados para la realización de esta investigación periodística sobre la arqueoastronomía de cada una de las Canarias –tan solo restan las trilogías que dedicaremos próximamente a La Gomera y Fuerteventura-, en el artículo del genetista no se aportan cálculos matemáticos y astrofísicos para demostrar mediciones.
Hay más datos que cuestionan que las queseras sean calendarios solares: como se aprecia en la imagen que precede a este párrafo, la quesera de Israel está en un hueco. Por lo tanto, como observa el astrónomo César Esteban, “¿qué sentido tiene algo con orientación astronómica a tantas cosas si no tiene horizonte? ¿Cómo puedes montar una especulación tan compleja y con tantos elementos interdependientes basada en unas ”evidencias“ tan poco precisas?”, razona el científico del IAC. “Es pura imaginación”, sentencia Esteban, sobre el trabajo del médico.
Juan Antonio Belmonte, compañero del doctor Esteban en el Instituto de Astrofísica de Canarias, no quiere expresar su opinión para desmontar el planteamiento de Arnaiz. ¿El motivo?: “No hay nada que contradecir, simplemente el fundamento es nulo”.
La propuesta se Arnaiz se apoya en una teoría de Marcial Medina, cofirmante del artículo y trabajador portuario jubilado de Lanzarote, en la que relaciona los seis bloques de Zonzamas y sus seis surcos con los doce meses. Las mediciones de Medina, entusiasta de la cultura prehispánica, son producto de la observación, con el apoyo de aplicaciones informáticas y un teodolito. La única prueba gráfica que ha aportado Medina al autor de este reportaje sobre una posible conexión astronómica es la fotografía que está justo debajo de este párrafo.
Nada más ver la foto, Belmonte reconoce la autoría de la misma porque ha mantenido contactos con Medina. “El problema”, razona el astrónomo, “es que no se ve el perfil del disco solar y es difícil precisar por dónde ha salido. Hace 1.000 años, sería un poco más a la izquierda”. ¿Marcaría el solsticio de verano de forma aproximada? “Podría ser, pero si te fijas en la foto, ningún canal de la quesera está orientado al sol”. El científico concluye con una pregunta doble: “Significa eso que el afloramiento de la Quesera fue elegido deliberadamente por temas astronómicos o porque era una buena superficie para labrar la roca?”. La respuesta: “No lo sé”.
A César Esteban “le parece significativo” el orto del Sol en un día especial como el del solsticio de verano, pero “falta de saber cuál es el diámetro angular real del disco solar”. Al astrónomo del IAC, la imagen le suscita alguna duda porque “no sé si es que está saturada y parece más grande o se ha incluido un círculo semitransparente indicando el tamaño real” del astro rey. Hay que tener en cuenta que desde el Palacio de Zonzamas, el orto solar de los equinoccios o día mitad se produce justo sobre montaña Tahiche“. Esa investigación, recuerda Esteban, un canario que nació en Elda en 1964, ”ya la publicamos Juan y yo hace muchos años“.
Antonio Arnaiz tiene poco predicamento en el seno de la comunidad científica de Canarias a raíz de afirmar, en un foro profesional, que el guanche y el euskera están emparentados. Llegó a la genética a través del estudio de sistemas de histocompatibilidad (HLA) para trasplantes. Estudió en EE.UU. y “es muy bueno en lo suyo”, declara a esta Redacción el doctor Jorge Onrubia, el arqueólogo canario con más experiencia en el Norte de África. “El problema”, indica, “es cuando aborda otros campos disciplinares que exigen un conocimiento experto que manifiestamente no posee. No se trata de defender lo que yo llamo la tiranía de los expertos, sino de reconocer que hay saberes y prácticas científicas que solo pueden adquirirse al precio de años de estudio y trabajo y que, en consecuencia, no pueden improvisarse”.
Profesores de las facultades de Historia de la ULPGC y de la ULL coinciden en cuestionar la credibilidad de la revista en la que se ha publicado esta teoría que une Tierra Santa con Canarias, que cita “lenguajes perdidos, como hablar de escritura ibérica en el Sáhara y en Lanzarote”. A diferencia de las revistas científicas, en la que es imprescindible la revisión a pares, ¿qué especialistas han revisado este trabajo?
Debates al margen, la finalidad de estas estructuras es un misterio que probablemente perdurará décadas; quizá, siglos. Si la Quesera de Zonzamas está vinculada al conjunto arqueológico del antiguo poblado de Zonzamas, la Quesera de Bravo –debe su nombre a su descubridor, el prestigioso naturalista y geólogo Telesforo Bravo (Tenerife, 1913-2002)- no está en ninguna zona arqueológica. Se construyó sobre la colada del Volcán de la Corona, en el norte de la Isla. Además de ser algo más pequeña, sus orientaciones son diferentes.
Si la ciencia no ha podido certificar una conexión astronómica precisa, al menos hasta hoy, su relación con las creencias de los majos –gentilicio de los guanches de Lanzarote y Fuerteventura- es plausible porque la cosmovisión -conjunto de opiniones y creencias que conforman la imagen del mundo que tiene una persona, época o cultura- es un concepto, por definición, etéreo.
Probablemente por esta razón, son muy pocos los arqueólogos o historiadores que se sumergen en las arenas movedizas de las creencias. Uno de ellos es el profesor Miguel Ángel Martín, autor de varios libros; el último, La memoria de lo sagrado, antiguos canarios (Bilenio, 2024), dedica un apartado a las queseras de Bravo y Zonzamas.
A diferencia de otras investigaciones de Martín, más acotadas por sus conocimientos astronómicos y el apoyo de aplicaciones como Stellarium, en las seis páginas dedicadas a las queseras citadas, no llega a ninguna deducción concreta; refiere a ritos para pedir agua y buenas cosechas, como apuntan las crónicas, cuestiona la teoría de Arnaiz y da más peso a la “observación estelar”, ya que “algunas estrellas y constelaciones, durante sus ortos y ocasos, tienen un ciclo coincidente en determinados meses, abarcando justamente los seis meses del ciclo de la cebaba”. Para sustentar esta teoría, no aporta cálculos matemáticos ni astronómicos.
Su conclusión final es que “debió de ser un escenario ritual para controlar los ciclos de la naturaleza, una especie de revolución simbólica conceptual que permitía a los majos imaginar que existían fuerzas y dioses en un plano diferente del mundo físico, siendo la agricultura, entre otras cuestiones, lo que les impulsó a buscar cobijo y seguridad en el mundo espiritual”.
De lo que no hay duda es que se trata de lugares sacralizados, y más en la Quesera de Zonzamas, con grabados podomorfos en su entorno. La posible relación con las estrellas Vega, Capella, Sirio y las Pléyades, que apunta Martín, podría ser un punto de partida para que especialistas en astronomía cultural dirijan otra mirada hacia el horizonte estelar de la Quesera de Zonzamas, el mayor misterio de la arqueología de las Islas Canarias.