ANÁLISIS
Por qué Coalición Canaria se instala en la equidistancia ante la investidura

La diputada electa Cristina Valido y el secretario general nacional de Coalición Canaria, Fernando Clavijo

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Hay que remitirse a la constitución de Coalición Canaria en 1993 para entender qué es lo que está pasando en esa organización política ante acontecimientos tan determinantes como la investidura que haya de surgir tras las elecciones del pasado 23 de julio. Es el único partido nacionalista con representación parlamentaria que vetaría a Pedro Sánchez en el caso de que se sometiera a la confianza del Congreso de los Diputados para reeditar su gobierno de coalición con Sumar. Pero a su vez, anuncia que haría lo mismo ante un gobierno del Partido Popular de Núñez Feijóo con Vox, si esa fórmula pudiera prosperar. “Ni con Vox ni con Sumar”, repiten los dirigentes de CC, al tiempo que proclaman su condición de voto determinante el de su única diputada en un proceso en el que, de momento, solo existen esas dos opciones.

Coalición Canaria fue creada desde el poder, por el poder y para el poder en 1993 de la mano de un muñidor irrepetible, el dirigente del Partido Comunista de España José Carlos Mauricio. A él todo el mundo le atribuye la idea de aglutinar en una sola formación política, revestida con el manto de “nacionalista” una amalgama de once partidos políticos, once, en la que confluyeron desde herederos del franquismo y de la UCD, con asamblearios de izquierdas, movimientos vecinales organizados, caciques locales corruptos (algunos acabaron en la cárcel) con un grupo muy nutrido de insularistas, defensores del terruño rodeado de agua por todas partes por encima de cualquier otra consideración, incluida la autonómica.

Para dar forma a ese invento, el nuevo partido promovió una moción de censura por la cual el vicepresidente del Gobierno, el insularista Manuel Hermoso, encabezó una revuelta contra su presidente, el socialista Jerónimo Saavedra. Para que no fallara ninguno de los 31 diputados que justo sumaba la escaramuza (la mayoría absoluta exacta), hubo que contratar a unos matones que llevaran a tortas (esto es literal) al Parlamento canario a dos diputados del Partido de Independientes de Lanzarote (PIL) que se habían refugiado en el hotel Mindanao de Madrid para hacer fracasar la moción de censura a través de una operación promovida por el PSOE.

A partir de su creación, Coalición Canaria ha superado sus inevitables desavenencias ideológicas y de liderazgo gracias al pegamento del poder autonómico, insular y municipal, hasta que las fuerzas empezaron a flaquear en islas tan determinantes como Gran Canaria, donde prácticamente ha desaparecido institucionalmente como consecuencia de la escisión que dio lugar a Nueva Canarias, liderada por el que fuera presidente regional con los primeros, Román Rodríguez. Con Nueva Canarias, que intenta establecerse en todas las islas con desigual fortuna, se desgajó también una buena parte del barniz progresista de la organización matriz. 

No ha sido esta, sin embargo, la única ruptura de cierta importancia: hace unos meses abandonó con mucho ruido su alianza el histórico Partido Nacionalista Canario (PNC), que concurrió en solitario a las autonómicas y locales del 28 de mayo.

En su ideario, CC se define como nacionalista y progresista, pero lo cierto es que de lo primero no ha dado muestras suficientes como para creerlo, y de lo segundo cada vez se aparta más, sobre todo desde que las distintas vicisitudes han acumulado el poder de decisión del partido en la isla de Tenerife, con pesos pesados como Ana Oramas haciendo valer su capacidad electoral y de influencia entre la oligarquía isleña y ante determinadas esferas del poder madrileño.

La única diputada que ha obtenido en estas elecciones Coalición Canaria, Cristina Valido, concurrió por la circunscripción provincial de Santa Cruz de Tenerife (siete diputados). Los analistas demoscópicos coinciden en que fue la incomparecencia de Vox en esa provincia por graves discrepancias orgánicas lo que permitió la obtención de ese escaño a CC. Porque CC, efectivamente, se disputa en la isla de Tenerife un espacio ideológico conservador con Vox y con el PP, precisamente por su fuerte vinculación con los poderes tradicionales tinerfeños desde la etapa en la que los fundadores del partido convencieron a sus acólitos del paso sereno del franquismo a la Agrupación Tinerfeña de Independientes, uno de los once partidos que formó la coalición en 1993. Tenerife es la isla que más vestigios franquistas acumula y sus instituciones batallan ante los tribunales para no removerlos.

Esa tradición ideológica es una de las razones por las que Coalición Canaria veta a Sumar, porque sus votantes de Tenerife no entenderían jamás que respaldara un Gobierno de izquierdas, de ahí que Ana Oramas desobedeciera la orden de la dirección de su partido de abstenerse en la investidura de Pedro Sánchez en 2019, indisciplina por la que fue multada con 1.000 euros que nadie confirma que haya pagado jamás.

Y entonces, ¿por qué Coalición Canaria veta a Vox? Esa es la exigencia que impone el alma de izquierdas que aún permanece dentro del partido, la de Asamblea Majorera, la pata de la organización en Fuerteventura, que se apresuró a firmar un pacto con el PSOE en la isla antes de que Fernando Clavijo pudiera sellar su acuerdo con el Partido Popular tras las elecciones de mayo pasado. Si no fuera por Fuerteventura y algunos restos que laten en Lanzarote y Gran Canaria, Coalición Canaria borraría de su ideario el término “progresista”.

De su presunto nacionalismo dice mucho la misma web del partido, en la que se reproducen unos versos de exaltación patriótica del terruño del político grancanario Nicolás Estévanez, del Partido Republicano Federal, que llegó a ser ministro de la Guerra en la I República, escribiendo su apellido con be, que es justo el que tiene presencia en la isla de Tenerife. El pleito insular que nunca se supera y que sigue marcando la impronta de CC.

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